Se informa que un mexicano cayó al mar desde un “crucero mundialista” después del partido en que México empatara con Brasil y despertara tanta emoción patriotera. Que borracho, se tiró por voluntad propia desde el piso 15 del barco repleto de paisanaje.
Antes, se había informado que un “pez gordo” del narco y su familia había sido atrapado en su intento por llegar a ese mismo partido.
También se ha difundido que el ejecutor de la guerra contra el narco de más de cien mil muertos y miles de desaparecidos y desplazados se retrata muy tranquilo de conciencia y gozando el presupuesto nacional, la pensión vitalicia, en Brasil (alguien deseó por algún momento que el borracho del clavado hubiera sido Calderón. No tan mala idea; pero fue otro).
En México, los celebrantes de empates y triunfos van al Ángel de la Independencia a gritar sus euforias. O las expelen desde las oficinas del poder.
En cada uno de este tipo de eventos internacionales a los mexicanos les gusta dejar su huella. Como el competidor que se paró a cagar en plena marcha. O el que apagó el “fuego eterno” del Arco del Triunfo de París con sus meados (qué bien que Freud está descalificadísimo, si no…). O el político que encontró el atajo de la maratón de Berlín y ganó. O los futbolistas que se quitaron la edad para hacer trampa, los célebres “cachirules”. O el mexicano de sangre azul que compite en cada olimpiada de invierno.
(En el plano burocrático no se quedan atrás. Allí está el que ostenta título de doctorado en Harvard sin tener la licenciatura y que, despedido, es rescatado años después para censurar en nombre del servilismo y la lambisconería a una artista muerta. Los tecnócratas que “estudian” una “especialidad” o toman un cursito en Estados Unidos o Londres y ya se las dan de maestros o doctorados. En fin, ejemplos sobran: los tres libros, la confusión y la censura literaria... O los que entierran con honores de Estado su pata cercenada…).
Y así, podría hacerse una lista mayor de curiosidades deportivas que, por alguna razón y contrario a otras nacionalidades, son muy usuales entre los mexicanos. México, ¡qué país tan desmadroso!
Para la fiesta y el relajo están siempre listos, para cantar “Cielito lindo”, bailar, escandalizar más fuerte, hacer la ola y singularmente gritar “puto” al rival; pues por alguna razón misteriosa, no se lo auto infligen. Pues, vaya, que “como México no hay dos” y “Jalisco nunca pierde”.
Qué simpáticos son los mexicanos. Y mientras se divierten, sus gobernantes les aplican las leyes más antimexicanas posibles. Total, pocos protestarán. Y entre más haga la selección, qué mejor ocasión para ir a fondo en las leyes que despojarán potencialmente de agua y tierras a cualquier ciudadano (despojo democrático). Cuchara grande a la Sancho Panza en las bodas de Camacho para los “reformistas” en medio de aplausos deportivos y periodísticos.
Sólo los ingenuos o lo muy interesados, los felices con el sistema dirán que todo está excelente, que se lleva muy bien el Mundial con la imposición (pues señores, lo saben, no ha habido debate) de rigurosas y leoninas leyes.
Aclaración: no se ha dicho que no se pudiera disfrutar el futbol y a la vez imponer (que no debatir; repetir para que entre el dato) leyes leoninas. Se ha dicho que se usa el circo para abusar, alardear de poder. Se ha dicho que así como se modificó gravemente la Constitución un 12 de diciembre, se usa el Mundial ahora para no informar, no discutir, no escuchar, no debatir. Para actuar “fast track” porque hay prisa para celebrar y, sobre todo, ganar, pues muy pocos repararán en el interés de la NACIÓN usufructuado por los pocos de manera poco nacional.
Que continúe, pues, la embriaguez futbolera. Cuando despierten, todo seguirá igual que antes para los mexicanos, como si nada hubiera sucedido. Pues nada harán de todas maneras. Porque en efecto, en una acción de contrarios, entre más deleznable y abyecta es la política como actividad del hombre, más enajenación se registra en la sociedad.
Y así, mientras que el gobierno mexicano no sólo inflige el “puto” constitucional a los mexicanos sino que “se las deja ir” con las leyes secundarias, el público grita enmudecido. Y todo es un juego en el que alguien gana.