Se adjudica al francés André Bretón, hacia finales de los años treinta, una reflexión sobre México que parece habernos quedado como sentencia, o maleficio para la posteridad. El poeta y ensayista expresó que no habría que intentar entender a México desde la razón; “tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo”.

Hay quienes sostienen que el llamado padre del surrealismo llegó a la conclusión luego de maravillarse por las artesanías mexicanas, especialmente cuando solicitó a un carpintero veracruzano que le elaborara una silla. Según esa versión, él mismo hizo un boceto en perspectiva con las especificaciones. Lo que recibió días después fue un mueble de espléndido acabado, de una madera finísima, pero con patas de diferentes tamaños, fieles al dibujo, que convertían la obra en un bodrio.

“Haiga sido como haiga sido”, diría el clásico, lo cierto es que la observación del llamado padre del movimiento surrealista que irrumpió a finales de los años veinte del siglo pasado como antípoda al positivismo y a las convenciones burguesas en el arte y la literatura, es la justa dimensión de una realidad de difícil comprensión o de plano incomprensible, que ayer como hoy no es parte de moda o de corriente alguna sino de una genética cultural de los mexicanos.

Y es que en el país pasan cosas todos los días y han pasado en todas las épocas, que dicen (y creo que dicen bien) que de haber nacido en estas tierras Franz Kafka, el checo habría sido un autor costumbrista, pues la imaginación de su magnífica obra hubiera sido superada por lo mucho de asombroso, desagradable y a ratos grotesco de nuestra realidad.

Somos un país de contradicciones, de incongruencias, optimista y a la vez fatalista, que adora al mismo tiempo a Benito Juárez y a la Virgen de Guadalupe; que sueña con el futuro pero cree que todo lo pasado fue mejor; que se indigna por las historias de maltrato a los centroamericanos ilegales en Estados Unidos, pero que es incapaz de aceptar que en la frontera Sur nosotros mismos cometemos iguales o peores atropellos a la dignidad de esas personas o a sus derechos humanos.

Los mexicanos somos una raza que discrimina autodiscriminándose, que cierra los ojos ante las humillaciones contra indígenas, contra personas con capacidades diferentes, contra la comunidad LGTBI y contra las mujeres, al grado que no estamos dando el debate necesario sobre la pretensión de la Fiscalía General de la República de desaparecer la figura del feminicidio de nuestro código penal. Y tenemos un presidente que pide que no le demos más importancia al asesinato de mujeres, que a los temas de su conferencia diaria.

De hecho, la 4T ha venido a dar un nuevo aire al surrealismo mexicano. Su dirigente político, el presidente de la república, es un personaje que como opositor padeció de persecución y supo en carne propia el poder del aparato de Estado para tratar de frenar su carrera política y para arrebatarle triunfos electorales. Sin embargo, en los hechos, se convierte de forma acelerada en todo aquello que combatió.

En vez de alentar la democracia, la división de poderes y la fortaleza de las instituciones, que es lo que ofrecía y por lo que votaron sus simpatizantes radicales y moderados, pretende apoderarse del Instituto Nacional Electoral como ya tiene cautivos al Congreso, a la Suprema Corte de Justicia, a los órganos reguladores del Estado. Lo surrealista es que un demócrata de toda la vida pretenda reinstaurar el viejo régimen presidencial y hacerse con todo el poder, desconociendo la pluralidad del país y sus propias convicciones.

En vez de alentar la transparencia en el uso de los recursos públicos, algo que exigió al gobierno a lo largo de sus tres campañas presidenciales, el presidente “transformador” entrega vía asignación directa ocho de cada diez contratos de obras o servicios públicos, a empresarios a los que llama “progresistas” o “empresas que tienen sentido social”. El Sistema Nacional Anticorrupción, creado precisamente como la institución capaz de vigilar y sancionar conductas irregulares como la que ahora toma carta de naturalización, es un elefante blanco, sin presencia, a la que se le han quitado capacidades jurídicas y recursos.

No puede haber algo más surrealista hoy día que la rifa del avión presidencial. Sólo en México un presidente decide que no va a utilizar un bien público por considerarlo “demasiado fifí” para su estilo austero, y hace campaña con el tema cambiando leyes para poder rifarlo aunque se sepa que la aeronave todavía no pertenece al gobierno, se paga mensualmente como un crédito, y por tanto es imposible de enajenar.

¿Cómo explicarles a los surrealistas del siglo pasado, si nos visitaran de nuevo, que tenemos un presidente que cree que puede haber bienestar sin crecimiento económico, que ofrece abrazos a los delincuentes que se la pasan tirando balazos y que condena la corrupción del pasado, pero alienta las compras y adjudicaciones directas? ¿Cómo decirles que juntar a empresarios, sentarlos y ponerles una hoja para que hagan una donación, es visto como una coperacha y no como una extorsión?

El absurdo político ha sido nuestra tragedia, lo mismo con Calderón haciendo la barda de una refinería, que con Peña Nieto y su falsa novela rosa. Por supuesto con Fox y la influencia política de Martita. La historia, que supuestamente cambiamos en 2018, se repite. ¿Será culpa de André Bretón o de nosotros mismos que no hemos sabido construir ciudadanía y por eso no sabemos exigir a nuestros gobernantes?