Ante la falta de confianza entre las élites empresariales y el Presidente de la República, todo parece indicar que el impacto de los problemas que se avecinan, serán más grave y severo de lo que pudo haber sido.

El primer desacuerdo es de índole intelectual (bastante estéril e innecesario): el presidente organizando las cosas para proteger a las clases populares e ignorando la imperiosa necesidad de ayudar al aparato productivo. No cree necesitar del sector privado y considera que el sector público puede resolver la emergencia solo. Arréglenselas como puedan, parecería decirles, eludiendo su responsabilidad no ante los empresarios, sino ante el grueso de la ciudadanía que vive de trabajar para el sector privado (85% de la economía). Y, por el otro lado, un sector empresarial y élites que le acompañan, utilizando toda la artillería a su alcance: medios de comunicación con campañas en contra del régimen actual, descalificación del proyecto del presidente ante interlocutores internacionales importantes, poca capacidad e imaginación para construir acuerdos ante un interlocutor desconfiado y obsesionado con un proyecto que no responde a la dimensión de la urgencia actual.

El segundo desacuerdo es de comprensión de la urgencia: el presidente está convencido que tiene tiempo y podrá ir evaluando si las medidas son insuficientes para, en su caso, considerar otras. Los representantes del sector productivo saben, en concordancia con el resto del mundo, que el recurso más escaso y costoso hoy, es el tiempo.

Por ultimo, un tercer desacuerdo tiene que ver con la percepción y las expectativas. El Presidente sabe que cuenta con una sólida base de aprobación popular, pero parecería no ser muy consciente del riesgo de pérdida de las capacidades de acción y reacción de su gobierno en los próximos meses y, en consecuencia, del riesgo de perder esa aprobación y popularidad. El sector privado piensa que sin el apoyo decidido del gobierno todo caerá y será responsabilidad del Presidente. No es así. En la economía que viene habrá sectores que crecerán en el mediano plazo (aquellos dedicados a productos y servicios esenciales), aguantarán también los que estén preparados para sustituir a China como cadena de abastecimiento para el mercado americano; los que estén organizados de manera flexible, con poca deuda y buen margen. Como en toda crisis, habrá ganadores y perdedores.

El asunto es que, en el corto plazo, el mundo parece dirigirse a una depresión sin precedentes. La economía caerá, unos más, otros menos. Si hubiera una buena relación y entendimiento entre el presidente y el gremio empresarial, el impacto sería menos traumático en beneficio de los ciudadanos.

Y es que finalmente los que verdaderamente van a padecer las consecuencias de esta situación no serán ni el presidente ni los líderes empresariales, serán los ciudadanos, sobre todo de la incipiente pero importantísima clase media mexicana que se quedarán sin empleo unos y sin pequeño negocio otros.

De igual manera, el impacto en la economía será muy fuerte: una caída del 10% del PIB si bien nos va (otros hablan del 20% ).

Todo parece indicar que Estados Unidos caerá entre el 10 y 15% y eso porque ellos, sin complejos, instrumentarán un paquete de apoyos de alrededor de 7 trillones de dólares, una cuarta parte de su PIB. Con la ausencia de medidas anticíclicas, se estaría destruyendo un tejido de pequeñas y medianas empresas, afectando a las grandes y castigando severamente la economía informal creando un ciclo destructivo de empleo y consumo.

Infinidad de marginados que no tienen acceso a servicios médicos, han entrado en pánico pandémico. Y viven al día. Los apoyos ofrecidos serán insuficientes.

El sistema de salud del país no está preparado para la magnitud del problema: algunos cálculos hablan de al menos 300 mil contagiados seguramente con alrededor de 60 mil muertes (más del doble que en España) y con menos de 45 mil dados de alta (menos de la mitad que en España).

Las dos puntas de la sociedad parecerían más o menos listas para lo que viene: los de arriba al contar con sus propios medios para resolver los problemas de salud y económicos que se presenten y los de mero abajo, al saberse absolutamente desamparados en la salud y ahora con ciertos apoyos de los programas sociales del gobierno, están bastante acostumbrados a sobrevivir.

El problema está en los de en medio: no hay plan de apoyo y salvamento, no hay convencimiento de ayudarles. Los que podrían hacerlo parecerían tener un único mensaje de “esperanza”: ¡Sálvese quien pueda!