¿De dónde sacará la actual administración los recursos que hacen falta para los proyectos de inversión y los programas sociales? Si no subirá impuestos, aunque la economía se encuentre en una desaceleración y al borde de una recesión.

¿Resistirá la autonomía del Banco de México los intentos del gobierno federal para que imprima más dinero para financiar su presupuesto de inversión pública y de gasto? Ante una negativa para bajar las tasas de interés ¿comenzará la UIF de la SHCP a fabricar casos de supuesta corrupción a los miembros de la Junta de Gobierno que voten en contra? ¿Lo anterior acompañado del congelamiento de sus cuentas bancarias y, de paso, las de sus familiares? No olvidemos que esa parece ser la táctica favorita de esta administración.

 

El 1 de abril de 1994 entró en vigor la reforma al artículo 28 de la Constitución, mediante la cual se le otorgó autonomía al Banco de México. Dicha reforma estableció mantener el poder adquisitivo de la moneda nacional como el mandato prioritario del banco central, es decir, el control de la inflación. Para entender este énfasis en el control de la inflación basta ver la experiencia del país en la década de los 80. La inflación anual promedio fue de 70%, es decir, los precios se duplicaban cada 15 meses.

La inflación no es “el coco”, ni un invento del FMI o de algún académico en su cubículo, es un fenómeno económico doloroso para la población. Genera incertidumbre en los salarios y en la inversión. Un trabajador no sabe si el aumento que acaba de recibir le va a alcanzar en 3 meses. El dueño de una miscelánea no sabe si el aumento de precios de sus proveedores le va a permitir contratar a un nuevo ayudante. Adicionalmente, la inflación destruye el ahorro, en especial el de los más pobres que no tienen acceso a instrumentos de inversión en moneda extranjera.

Hoy, veinticinco años después, podemos decir que la reforma en control de la inflación ha sido exitosa. Marzo de 2001 fue el último mes en el que la inflación anual en México fue de dos dígitos (10% o más), desde 2002 la inflación promedio ha sido de 4.2%. Nunca, desde 1970, según datos comparables, la inflación se había mantenido en niveles tan bajos y estables durante un periodo tan largo de tiempo. Hoy un joven de 19 años no conoce, más que de manera anecdótica, lo dañina y preocupante que puede realmente ser la inflación. Es imposible entender este éxito sin la autonomía del banco central. La conducción de la política monetaria de manera independiente del ciclo político es crucial por dos razones: evita lo que los economistas llaman “señoreaje” y ayuda a anclar las expectativas de inflación. El señoreaje no es más que el gobierno imprimiendo dinero para financiar su presupuesto, ya sea para gasto o inversión. Es una forma muy efectiva de recaudación, ya que no requiere más que echar a andar la máquina de impresión de billetes o, en términos más modernos, reducir las tasas de interés objetivo y dar crédito barato al gobierno), a diferencia de un aumento de impuestos que debe ser aprobado por el Congreso. Sin embargo, esta práctica genera directamente inflación y termina siendo un instrumento de recaudación muy regresivo ya que afecta de manera desproporcionada a quienes su ingreso depende solo de su salario y no tienen acceso a instrumentos de ahorro en moneda extranjera, es decir, a los más pobres.

Es importante anclar las expectativas de inflación, ya que evita las llamadas “espirales inflacionarias” en donde los negocios aumentan sus precios únicamente motivados por esperar una mayor inflación, lo cual termina generando inflación si sucede de manera generalizada.

Dicho lo anterior, los ataques a la autonomía de Banco de México, dejan ver el terrible riesgo al que está expuesto el Banco de México por una serie de iniciativas de legisladores y miembros de la 4T.

 

El presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, Alfonso Ramírez Cuéllar, en un acto de tremenda sinceridad advirtió que no hay lana que alcance para los programas sociales y la inversión pública planteada por el Gobierno Federal, ya que asegura se requieren 80 mil millones de pesos adicionales por lo que aseguró que urge ajustar el proyecto original de la Ley de Ingresos para el ejercicio fiscal 2020. “No será posible dar cumplimiento a estos objetivos”. Por su parte, el Secretario de Hacienda, Arturo Herrera confesó que no ha podido dormir, que le quita el sueño la desaceleración económica y la falta de ratificación del T-MEC, aseguró incluso que la “economía mexicana no está en recesión aún, pero el gobierno federal está intentando frenar una desaceleración económica con planes de gastos en infraestructura”

Alfonso Romo, jefe de la oficina de la Presidencia, sugirió a los empresarios “echar mentiritas” para tratar de engañar al Banco de México sobre los niveles de confianza tan menguados que se tiene actualmente en el país y se puedan bajar las tasas de interés. Y a todo ello, desde la campaña y hasta ahora, el presidente López Obrador mantiene su postura de que no habrá nuevos impuestos y que los que ya se pagan, no subirán.

Al final, lo único claro es que la economía nacional está experimentando una preocupante desaceleración económica, con un posible “déficit” calculado por Ramírez Cuéllar en 80 mil millones de pesos, una terrible preocupación del secretario de Hacienda por ante la posibilidad de una recesión económica, al jefe de la Oficina del presidente solicitando a los empresarios mentir al Banco de México para recuperar la confianza y que no realice ajustes que contravengan las políticas económicas del Gobierno Federal y a un presidente de la República, que ya les dio respuesta a todos desde que asumió el poder: No habrá creación ni aumento de impuestos.