29 de abril de 2024 | 07:54 p.m.
Opinión de B. Artemio Cruz

    AMLO, un año: Esperanza y confusión

    Compartir en

    En esta fecha, a un año de haber asumido la jefatura del Estado mexicano, vale la pena intentar reflexionar sobre lo acontecido y el desempeño del presidente López Obrador y su gobierno.

    En primer lugar es importante considerar que en México tenemos un régimen presidencialista. Nuestro sistema funciona bajo este modelo (se elige a un gobernante sobre el que recae la facultad de organizar y ejercer el poder ejecutivo con bastantes facultades). En muchos otros lugares, el poder importante reside en un parlamento o congreso (poder legislativo), de tal suerte que los gobiernos no permiten, para bien o para mal, que una persona concentre tantas facultades y poder.

    En segundo lugar, tenemos a un presidente que, visto su primer año, ejerce el poder de una manera contundente: está decidido a desmantelar el andamiaje de instituciones y prácticas que le dieron sustento a regímenes anteriores (cosa que los panistas no hicieron y terminaron siendo una calca mal lograda del priismo), concentra todo el ejercicio de comunicación hacia afuera de su gobierno (creando una percepción de centralización y poder absoluto piramidando la toma de decisiones importantes) y descansando lo importante en un puñado de colaboradores cuyo criterio de selección parecería regido más por amistad y confianza que por capacidad y experiencia.

    La combinación de estas dos consideraciones nos muestra que tenemos una presidencia de la república que aprovecha al máximo sus facultades y con una organización tipo “bonsai” en la que el único árbol que se ve es el suyo y los demás, por buenos o bonitos que sean, parecerían más objetos de decoración y mandaderos que verdaderos responsables de áreas del gobierno. Tal parece que en los hechos, el presidente nos dijese “el Estado soy yo” y eso no es bueno para el país.

    A partir de esta reflexión inicial, el primero año provoca sentimientos de esperanza y confusión:

    1. En un análisis sencillo y sin demasiadas explicaciones debemos reconocer que las cosas en México están muy muy mal para muchos y excesivamente bien para muy pocos. La terrible corrupción e impunidad de las élites coludidas entre sí, estaba enquistada en la vida nacional. Los más desposeídos no tenían el más mínimo apoyo de un Estado democrático que debería ser, de alguna manera, su benefactor. Ese es el principio de redistribución de la riqueza, por pequeña que sea, que todo gobierno debe seguir. En este primero año, podemos decir que es bastante claro el combate a lo primero y el apoyo a lo segundo. El gobierno actual parece conducirse con honestidad y congruencia en este sentido.

    2. Los gobiernos anteriores hicieron crecer el gasto corriente, toleraron y fomentaron excesos y dispendio de una forma inmoral dadas las condiciones de pobreza del país. El gobierno actual ha aplicado una política de austeridad, eliminación de prestaciones, salarios excesivos, gastos superfluos y burocracia innecesaria que le permiten liberar recursos en favor de programas sociales. El principio rector de esta política es bueno, pero debería tener un límite: no perder a cuadros importantes que costó mucho tiempo y dinero formar. Hay mandos intermedios (funcionarios honestos, capaces) que no tienen nada que ver con prácticas superfluas y que deberían ser conservados en sus funciones, dejarles ir por bajos salarios o por despidos masivos insensibles está resultando en el desmantelamiento de cosas que sí funcionaban bien. De igual manera, el combate a la corrupción en las compras del gobierno es necesario e indispensable, pero no a costa del desabasto de cuestiones tan importantes como medicinas, gasolina, electricidad. Aquí se ha visto la impericia del actual gobierno. Y, finalmente, el subejercicio presupuestal no es ahorro, es dejar de gastar el presupuesto aprobado por el Congreso y significa, en muchos sentidos, un golpe a programas y regiones que lo necesitan.

    3. El manejo ortodoxo de la economía, disminuyendo la inflación, no aumentando la deuda pública en términos reales, cuidando los déficits y respetando las reglas de buena conducta fiscal y la autonomía del Banco de México son buenas noticias. Sobre todo cuando en otros países, los gobiernos de izquierda se caracterizan por conductas contrarias a la ortodoxia. Ha sido un promotor de la firma del Tratado de libre comercio con Canadá y Estados Unidos y ha buscado redefinir los términos de la relación entre los grandes empresarios y el gobierno federal con un éxito más bien mediocre (apenas se anuncian compromisos de inversión por parte del sector privado). Esto es entendible pues el presidente tiene como objetivo central dejarle claro a las élites económicas que la relación con el gobierno no es “entre iguales”, por muy poderosos que sean los hombres y mujeres de negocios, ni juntos o separados, podrán ejercer más poder que el del gobierno mexicano con AMLO a la cabeza. Bajo este razonamiento se encuentra la cancelación del NAIM, la revisión de los contratos de los gasoductos, la cancelación y no renovación de contratos de abastecimiento de medicinas, las asignaciones directas de contratos importantes, la inversión pública en PEMEX, los proyectos del sureste y tantas otras cuestiones cuyo futuro último es la toma del poder político por parte del presidente.

    4. La comunicación presenta uno de los más grandes dilemas para los medios en particular y para la sociedad en su conjunto. Un presidente convertido en su propio vocero con intervenciones diarias de 90 minutos al menos, es un ejercicio de comunicación superior a aquél que ejercían los griegos en la polis de Pericles y sin precedentes en la época moderna. Los medios están aprendiendo a relacionarse con esta realidad que les tomó de sorpresa al ser el propio presidente quien fijara la agenda de comunicación. Es claro que conforme pasa el tiempo la reflexión, el ejercicio de la crítica serena y la confrontación de opiniones e información van construyendo una dialéctica que polariza a los actores y a la opinión pública en ciernes. Esto no necesariamente es malo pues permite que las personas contrasten puntos de vista y desarrollen uno propio. Lo que no termina de convencer es esta necesidad del presidente de construir un enemigo real o imaginario hacia el cual dirigir el odio colectivo. Esta idea de achacarle todos los males nacionales a los conservadores, a los gobiernos del pasado, a todo lo que no representa sus ideas, parece ociosa y que no suma, más bien resta. Al gozar de tanta popularidad y aceptación y no tener un adversario real, parecería que el presidente necesita inventarse uno.

    5. La educación no está entre sus prioridades. El mundo se mueve aceleradamente hacia una nueva idea de educación y formación en todos los niveles y sentidos. México está atrapado en su pasado y esto es gravísimo para el futuro del país.

    6. Tampoco parece un presidente que viva intensamente el compromiso de dotar al país de instituciones democráticas. Su idea de rechazar casi todo lo del pasado no va acompañada de una verdadera construcción de organismos a prueba de caudillos y adalides, de autoritarismos caprichosos y de voluntarismos unipersonales. México necesita de instituciones a prueba de personas, por muy bien intencionadas que sean.

    7. Al final el gran asunto para su gobierno en estos momentos: la seguridad de las personas y del Estado mexicano. No se exagera al decir que ni remotamente imaginamos que el crimen organizado no sólo no está dispuesto a dejar de lado sus conductas y negocios sino que incluso, le reta el poder local al gobierno del país. Se ha establecido en pueblos, municipios, zonas rurales y entre la población. En muchos sentidos, ejerce el poder local en bastantes zonas de México. Tiene compradas a autoridades de casi todos los niveles y cuenta con un gran poder económico y de armas. La estrategia planteada no ha dado resultados y la sociedad está perdiendo la paciencia. Es el talón de Aquiles del presidente. Desarmar al crimen organizado de recursos económicos y de capacidad de fuego y recuperar territorialmente el país e ir desarticulando las alianzas entre gobierno y cárteles es una tarea quirúrgica de una enorme complejidad. Del éxito en esto dependerá que el proyecto del presidente sea apoyado por la sociedad mexicana.

    De cualquier suerte, es claro que el presidente necesita pesos y contrapesos. No es buena idea darle tanto poder. Debemos pensar muy bien si, por el bien del Estado democrático de derecho, debemos seguir dándole el control del Congreso; es sensato pensar que no. No convence esta actitud de nuevo Prometeo, criatura de sí mismo, capaz de realizarse por sí solo, actitud de hombre autónomo sin límites que frenen su poder de hacerlo todo.

    No debemos tener una ciega creencia en él como tampoco una simple actitud pesimista de desprecio. Observemos, pensemos y ejerzamos ese maravilloso privilegio que todo ciudadano tiene: criticar al poder.