El próximo sexenio es prometedor. Muchos mexicanos hemos visto con buenos ojos la constante comunicación del Presidente electo con la sociedad; la apertura de información que de por sí tiene el carácter constitucional de pública, la promesa de una aplicación eficiente y justa de programas sociales, entre otros temas.

A la par, reconocemos decisiones difíciles que no agradarán a los ciudadanos, que  se tienen que tomar y que probablemente serán medianamente aceptadas si se demuestra que son estrictamente necesarias y que no son resultado de la corrupción del sexenio de AMLO. O, en otras palabras, cualquier decisión difícil podrá ser sopesada si se demuestra un combate efectivo a la corrupción: que nadie se robe un solo peso y que quien lo robe o lo robó, que lo pague.

Ese será el gobierno que viene, con el Presidente que quisimos porque nos promete honestidad y una cuarta transformación.

Otra cosa es lo que se viene en el campo electoral. Muchos votamos por el Presidente, pero no nos sentimos tan cómodos con una etiqueta de un partido político porque tememos al engaño y al uso. Muchos votamos por AMLO y por los candidatos de Morena, pero no somos morenistas de “hueso guinda” y no porque en nuestras venas corra sangre roja o azul sino porque nos reconocemos de una izquierda excluida (o autoexcluida) que repudia las formas partidistas y que se siente más en libertad con el ciudadano.

El Congreso Nacional de Morena que se celebró este fin de semana hizo notar la  perpetuidad de formas partidistas que pueden ser la diferencia entre permanecer en el poder o autodestruirse. Morena quiere evitar la pluralidad y mantener el dedazo; Morena cree que la rebatinga de sus bases causa más daño que la imposición; Morena cree que las fórmulas del PRI son las efectivas, disimulando la realidad con discursos viscerales que suponen un daño moral, un daño a la conciencia del partido, un daño a sus principios, cuando estos ni siquiera son claros.

Morena olvida que muchos de los que votamos por este partido fue porque AMLO incluyó a personas como Tatiana Clouthier o José Manuel Mireles que reflejan la franqueza y la libertad, cualidades que no ocultan bajo el pretexto de la unidad porque para ellos, México es primero.

Ojalá que Morena rectifique, que aprenda a escuchar, que aprenda de la pluralidad,  que no la oculte bajo la alfombra, que reconozca la valía de sus bases, que haga posible que las bases ocupen cargos partidistas y de representación popular y que construya su identidad como partido en el poder con base en el dialogo con todos y no mediante acuerdos cupulares. En México estamos hartos de las borregadas.

Hace unos días, Monreal escribió para Milenio:

En los tiempos líquidos que vivimos (Zygmunt Bauman), donde estructuras sociales rígidas e instituciones políticas verticales se colapsan en poco tiempo por los efectos corrosivos de una globalización depredadora y el poder reticular de las tecnologías de la información y la comunicación, es más fácil construir un partido a partir de un movimiento social (los casos de En Marche, Podemos y Morena), que cambiar la historia de una organización política a partir del prestigio personal de un candidato.

(http://www.milenio.com/opinion/ricardo-monreal-avila/antilogia/amlo-meade)

Pues los morenistas deberían poner atención a este párrafo. Es más fácil que surja un nuevo partido o un nuevo líder social que mantener a MORENA sano y salvo bajo la imagen perpetua de su creador.