El fin de semana mi novia me decía que le parecían sexys los integrantes de Daft Punk, precisamente por sus cascos, que a ella le parecían cascos de astronauta más que cascos para parecer robots, que es la idea estética del dúo. No sé qué tan sexy puede resultar parecer una máquina o un astronauta -da igual-, ya que, al estar así de cubierto, a mi parecer, se pierde toda característica humana que refleje sexualidad, salvo el seguir siendo antropomorfos. Sin embargo, no le falta razón en que el casco, o más bien la ausencia de él, sí tira el sex appeal de algunos por la borda. Vean una presentación de Kraftwerk, en especial las actuales, en las que prescinden de sus cascos de juventud y más bien parece el acto principal de una convención de veteranos de Vietnam, pero entusiastas de las misiones Apolo.

La discusión se desvió de los robots con forma humana, hacia los astronautas. Ella, al ser internacionalista, servidora pública también y, además, diez años más joven, recuerda muy bien la época en que dio de qué hablar la creación de la Agencia Espacial Mexicana (AEM). Sin embargo, a pesar de que en su carrera, como en la nuestra, estudiamos derecho internacional público y está familiarizada con las convenciones internacionales sobre el espacio ultraterrestre, le surgió la duda que varios tenemos: ¿hay astronautas en México?

Ha habido astronautas mexicanos por nacimiento: uno nacido aquí y que la gente de mi edad y no de la suya recuerda perfectamente: Rodolfo Neri Vela, quien llevó a cabo una misión de la NASA en la que contribuyó a poner en órbita uno de nuestros satélites emblema, el Morelos II. El otro es José Hernández Moreno, más conocido por estas nuevas generaciones y de amplia actividad tuitera, hijo de inmigrantes michoacanos.

Pero no es lo mismo ser un astronauta mexicano, a que México, es decir, el Estado mexicano, tenga a astronautas entre sus servidores públicos. Y sí, eso serían, por lo menos aquellos que fueran formados y contratados por la AEM, que es un organismo descentralizado de la Administración Pública Federal, sectorizado a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, la cual, por el momento, debe estar más preocupada en sus labores propias, que al parecer se han reducido a tapar socavones que ellos mismos pudieron evitar, que en sus funciones de coordinadora de sector de un organismo espacial.

De acuerdo con sus cinco ejes que no citaré aquí, la AEM prepara capital humano para llevar a cabo actividades relacionadas con el espacio ultraterrestre. Como está redactado su objeto y facultades, podríamos entender esto como que sí llegarán a formar y contar con astronautas, ocomo que solo tendrán burócratas genéricos que redactarán los mismos oficios que hacemos en el gobierno, solo que hablarán de satélites. 

No deja de ser un descentralizado interesante, que además esel “rompe quinielas” cada sexenio en que uno especula qué entidades desaparecerán en la nueva administración. Al momento es mucho más probable que desaparezca aquel en el que yo trabajo, que nuestra NASA a la mexicana, aunque a cualquier ciudadano creo que le parecerían más importantes nuestras actividades que aquellas relacionadas con el espacio exterior. Más aun, cuando, insisto, pareciera que antes de tener que ocupar nuestros lugares orbitales para satélites–y que si no usamos nos apaña fácilmente otro país-, es más urgente rellenar hoyos que están apareciendo por aquí y por allá por aquello de las “lluvias atípicas”, por más que se insista en que los satélites pueden tener usos meteorológicos para que esas lluvias dejen de ser atípicas. 

De cualquier manera, me resulta no del todo sorprendente pero sí curioso, que las generaciones más jóvenes no sepan ni les interese nada sobre el espacio. En una ocasión en que estaba aplicando un examen oral –precisamente de derecho internacional público- en conocida universidad para jóvenes de alto nivel adquisitivo –, una alumna entró en inmediatamente se tambaleó cual equino neonato de esos que al tratar de caminar les tiemblan las extremidades y al final se caen. Esta pobre mujer entró en pánico gratuitamente, porque le dio el soponcio cuando apenas le estábamos diciendo amablemente “buenas tardes” y se desplomó en una silla de la entrada del salón entre un mar de lágrimas.

Pasado el llanto, pero no el aturdimiento, la maestra titular aprovechó para llamar a su esposo, el otro sinodal veía en su tableta esos relojes que le apasionan, pero es imposible comprar, y me dejaron a mí, el adjunto, el paquete de traer de regreso a la alumna a la realidad terrestre, porque en esas instituciones el cliente, digo, el alumno, debe ser consentido –perdón, pedagógicamente orientado- en todas las formas posibles; actuar que en donde yo estudie sería considerado herejía docente. 

Se me ocurrió hacerlo de una manera que la pusiera en balance, pero a la vez intuyera de qué iba a tratar mi réplica en el examen, que iba a ser precisamente sobre el tema del espacio ultraterrestre:

-A ver, señorita. ´Vamo a calmarno´, como dice el “meme”. ¿Sabe qué es un meme?

-Sí. 

-Qué bueno. Si esto fuera una materia de ciencias de la comunicación ya tendría un acierto. Y como veo que del tema digital algo sabe, dígame qué le pareció el video viral del astronauta que covereó a Bowie desde la Estación Espacial Internacional.

-…

- ¿Sabe quién es David Bowie?

-No muy bien, licenciado. ¿Es al embajador que mataron?¡Ay, no sé! Es que no estudié los casos prácticos…

-Me queda clarísimo. Pero voy a hacer como que no oí la segunda parte de su repuesta. Asumiré que sí sabe qué es un cover, que tampoco es tema de examen. Dígame entonces qué es la Estación Espacial Internacional.

-No sé, licenciado. 

-Bueno, mire, le voy a poner una canción, antes de que me haga usted llorar a mí, y luego le voy a poner un video, le voy a contar una historia, me va a poner atención, y después empezamos con su réplica. 

Y así la tuve: oyendo entre sollozos Space Oddity por primera vez en su vida. Luego le puse el video del astronauta canadiense que la covereó en la mencionada estación, y en lo que ya soltaba las últimas lágrimas, le expliqué quién era Bowie –porque uno no puede dejar salir al mundo a los jóvenes en ese estado ignorancia- y a qué época correspondía la canción, las misiones espaciales que motivaron esas sensaciones y demás cosas, mientras me veía con ojos de plato como si le estuviera explicando a Hegel.

-Bueno, pues cómo ya se calmó, ahora sí, empiece con su réplica.

-Pero si no me ha preguntado.

-Pensé que era obvio, pero bueno. Desarrolle por favor todo el tema del espacio ultraterrestre.

-Ah, no, es que ese me lo salté porque no pensé que fuera importante. Digo, es de viajes a la luna y eso, ¿no?

Obviamente eso no acabó bien.

En cambio, si usted pregunta a los veteranos del gobierno, no solo saben perfectamente sobre la carrera espacial, sino sobre los verdaderos astronautas de la administración pública. 

El “astronauta”, era un personaje peculiar que, como todos esos prestadores de servicios alimentarios, de estética de calzado, y de ahorro y crédito popular, recorrían las oficinas públicas pasillo a pasillo todas las mañanas. ¿Qué hacía? Nada menos que vender bebidas calientes de diversa índole. 

Era llamado “el astronauta”, porque, en aquellas épocas cretácicas en que no existían hornos de microondas en las oficinas, el garrafón no tenía la modalidad de agua caliente y no eran comunes los cafés con vasos para llevar, estos innovadores sujetos se colgaban de la espalda un tanque de agua hirviendo del tamaño de su torso, pintado con una sustancia plateada aislante con asbesto –como el actual impermeabilizante-, a modo de mochila. Pero como aun así quemaba, se amarraban pedazos de alfombra o toallas con mecates para cubrirles la espalda y lo brazos, el cual aumentaba mucho su volumen y caminaban con los brazos a medio flote, separados del cuerpo. El tanque, especialmente diseñado para eso, traía una manguerita y en un costado, un tubo de donde sacaba vasos de unicel. Traían también un cinturón utilitario especial, en los que traían colgando envases como aquellos para la cátsup, café soluble, crema, azúcar, y una cajita con sobres de té, servilletas y cucharitas. También solía traer botas de plástico blancas como de carnicero -porque la manguera y el tanque mismo siempre chorreaban-, y los pantalones metidos en ellas. 

El procedimiento consistía en tomar un vaso de su espalda, vaciar lo que ya tenía medido como dos cucharadas de “Nescafé”, el azúcar indicado por el cliente, crema, poner la cucharilla, cobrar –siempre se cobraba antes de una posible quemadura de tercer grado- y hasta el final vaciar el agua en el vasito. El cliente solo tenía que agitar, lo que sucedía ya cuando el sujeto había continuado su andar torpe y aletargado cual caminata espacial, hacia otra áreaadministrativa.

Eso pasó. Yo vi de niño a más de uno muchas veces, alunizando por ahí en lo que hasta hace poco tiempo fueron las oficinas de la Dirección General de Profesiones de la SEP, en las órbitas de lo que fue conocido como “El Relox”. Ese lugar ya no existe. Ahora hay un Starbucks en su lugar.

Pensé que nunca volvería a verlos, pero una vez, en una agencia del Ministerio Público local, contigua a un juzgado cívico, me tocó contemplar al último de mi vida mientras esperaba a que soltaran a la más exigente de mis clientas de todos aquellos que alguna vez me pidieron “de cuates” una suspensión contra el alcoholímetro.  A él, con el mismo tanque chorreante, pero con trapos aislantes más modernos,le compré el café más aguado de mi vida. Parece que el arte de las porciones exactas se perdió para siempre. Pero ahora que recuerdo, era un tipo guapo. Así que después de todo, los astronautas sí pueden ser sexys.