Lo anterior no lo digo yo y tampoco lo creo. Basta voltear a ver al primer ministro de Canadá, a Rania de Jordania, a Pedro Sánchez de España, y muchos otros que entre todas sus virtudes, está también la de ser guapos. 

Esta frase la leí hace mucho en el libro Mi Vida de Bill Clinton —otro guapo, según mi madre— y se me quedó muy grabada por lo interesante que resulta comparar al espectáculo con la política. En efecto, existen muchas similitudes, pero también hay diferencias clave que cualquiera que transita de uno a otro debe tener presentes. 

Similitudes 

La similitud más grande es la gran exposición al escrutinio público. El artista se debe a su público, el político a la ciudadanía. Ambos necesitan el carisma, saber comunicar y conectar con su audiencia.

Diferencias 

Al artista le funciona alardear de lujos, excesos y hasta vivir del escándalo. Al político lo demerita. El artista vive de lo que paga la gente por verlo trabajar, el político vive de lo que le paga la gente para generar resultados (estamos hablando del deber ser). El artista puede estar totalmente ajeno a lo que sucede más allá de sus narices. El político debe tener una conexión profunda con su entorno. 

Entonces ¿qué se necesita para triunfar como artista-político y no acabar siendo dilapidado como a muchos les ha pasado? La respuesta a mi parecer es: congruencia y responsabilidad. 

El artista que transita a político, por convicción o condición, —por esto me refiero a casarse con un político, por ejemplo— debe asumir que va a ser juzgado con mucho más rigor por todo lo que haga, sea bueno o malo. En casos bien sabidos en nuestro país, tratar de componer, negar o esconder el pasado termina saliendo peor. 

La conexión entre el artista-político y el ciudadano debe tener un componente adicional al sensacionalismo: es necesario desarrollar una empatía genuina. Entender al sector que gobierna o representa, conocer el estado de las cosas, saber qué le preocupa a la gente y sobre todo saber escuchar. La responsabilidad del artista ya no es sólo entretener sino demostrar para qué quiso ser político. Ir por la vida sin saber siquiera en cuánto está el kilo de tortillas, por decir lo menos, nunca va a funcionar. 

El bono de la fama 

La buena noticia para los artistas es que tienen algo que a los políticos les cuesta mucho trabajo conseguir: la gente ya los conoce, son una voz que se escucha y a veces inspira; a varios hasta los quieren. Este bono lo han sabido explotar muy pocos y por el contrario, han seguido en su mundo de reflectores, alejados de lo que en realidad importa y han terminado con profundas crisis de reputación. 

Al volverse políticos les seguirán pidiendo selfies por la fama del espectáculo, pero también empezarán a pedirles que tomen alguna causa como bandera, les llegarán solicitudes de todo tipo: desde parar un daño ecológico, hasta apadrinar el mole para un festejo. Y hay que saber qué hacer. 

Hace un par de años conocí a uno de estos personajes que estaba haciendo transición del escenario al templete. Le sugerí asesorarse con alguien para no desaprovechar ese bono que tenía y no sé si por flojera o soberbia, no lo hizo. No voy a decir nombres, pero ese bono desafortunadamente ya lo perdió. Ojalá los demás lo tomen en cuenta por su bien y por el bien de este país.