En los tiempos de hegemonía del partido único, el PRI y sus ancestros PNR y PRM, el primero de septiembre de cada año, fecha señalada por la Constitución para que el presidente de la república rindiera ante el Congreso de la Unión un ?informe del estado que guarda la Nación?, fue tomando carta de naturalización como ?el día del presidente?.
Era tal el usufructo megalómano y político de los presidentes del día informe de gobierno que se dieron casos como el de Luis Echeverría, quien rindió uno de los suyos con una duración récord de casi seis horas.
El tormentoso arribo de Carlos Salinas de Gortari a la presidencia de la república el 1 de diciembre de 1988 representó el adviento de que el día del presidente había llegado a su fin.
La toma de posesión de Salinas fue interrumpida a gritos por los diputados y senadores que llegaron gracias al Frente Democrático Nacional que postuló en aquellas en elecciones a Cuauhtémoc Cárdenas como candidato presidencial y quien, gracias a la caída del sistema operado por la tenebrosa pandilla de Manuel Bartlett encabezada por especialistas en trampear elecciones como Oscar Delasse, fue ?derrotado? por el mencionado Salinas.
Desde entonces la oposición canceló el día del informe presidencial como una parafernalia de alabanzas y genuflexiones de los legisladores para el mandatario en turno.
A esa lamentable impronta le sucedieron la aparición de mantas, cartulinas y tomas de tribuna.
Ernesto Zedillo aguantó el pesado ambiente legislativo en los llamados informes de gobierno del presidente apenas dos años. Al cuarto año de su gobierno ya había perdido la mayoría en la cámara de diputados circunstancia que se agravó al cometer el error de encargar el control que le restaba, por influencia de Emilio Chuayffet, al ahora perredista y decepcionante gobernador de Tabasco Arturo Núñez Jiménez, quien condujo con miedo y yerros esa encomienda
Vicente Fox y Felipe Calderón optaron por no acudir a San Lázaro a rendir el informe de gobierno.
El ambiente que tuvieron ambos ex presientes panistas entre los diputados y senadores que eran su oposición era tan hostil que Fox, en su último año, ya no mandó a responder a sus bancadas en el congreso de la unión a fijar posiciones confrontacionistas.
La costumbre terminó y los presidentes, desde hace más de diez años, realizan un evento posterior al 1 de septiembre en lugares más seguros, política y mediáticamente, que el palacio legislativo de San Lázaro.
Fox y Calderón se refugiaron en el Auditorio Nacional.
Ahora el presidente Peña Nieto toma como escenario el Palacio Nacional para mandar un mensaje político, y un recuento de acciones de su gobierno, a la nación a través de los medios de comunicación y ante un exclusivo grupo de notables que son invitados al evento con cuidadosos filtros.
Este que será el tercer informe del gobierno peñista llega en un momento indiscutiblemente anticlimático.
Ni la llegada de Beltrones al PRI; ni los recientes cambios en algunas secretarías de estado que apuntan a la sucesión presidencial 2018 como son los casos de Meade, Nuño, Pacciano y Claudia Ruiz Massieu, son suficientes para apagar los fuegos de Casa Blanca, Casa Malinalco, Tlataya, Ayotzinapa, asesinato de periodista en la Colonia Narvarte, Tanhuato y hasta el affaire de López Dóriga-Aramburuzabala que exhibe una presumible e impúdica connivencia entre el poder y los medios.
La semana será sin duda de duras críticas al resultado del trabajo del gobierno.
La economía entrampada por la crítica condición de la paridad cambiaria peso-dólar y la baja en los precios del petróleo; los temas de inseguridad y los casos de corrupción serán, sin duda, los temas en los que se radicarán los reclamos de una oposición urgida de tomar distancia del gobierno de Peña Nieto.
Encabezados por MORENA, o sea por Andrés López Obrador, partidos como el PAN, con Ricardo Anaya como nuevo dirigente y quien sea el nuevo dirigente del PRD sustituyendo al impresentable de Carlos Navarrete, seguramente asumirán una actitud crítica y demandante de cambio de rumbo en las principales políticas públicas, eficiencia en lugar de amiguismo y paisanaje, combate a la corrupción, transparencia y, sobre todo, hacer evidente la decisión de convertirse en un gobierno incluyente.
Semana anticlimática para el peñismo.
Esperemos que sea solo ese tramo hebdomadario y no todo el tiempo de vida que le resta a este controvertido año de gobierno.
Eso sería una señal muy peligrosa para la estabilidad nacional.