El Movimiento Regeneración Nacional necesita institucionalizarse. Esta necesidad es ante todo un asunto estratégico; un movimiento es un conjunto de fuerzas sin organización central, y por ello,no puede alcanzar los objetivos que unen a sus miembros. Los movimientos necesitan organización (dirigencia) para fluir o detenerse según sea necesario.

No es algo popular de decir, pero toda institucionalización requiere de un grado de represión. O mejor dicho, que la represión pase de ser un asunto personal a ser interpersonal; un acuerdo que no se sustente en el liderazgo de un individuo.

Freud describe la transición del estado salvaje a la civilización con una metáfora que hace sentido describir la transición que requiere morena: el mito de la horda primitiva.

En el mito de Freud, el Padre primitivo es quién regula el acceso de los hijos al placer sexual y al alimento. Es el poder personal el factor de cohesión. Los hijos -deseosos de eliminar la cohesión del Padre- matan al padre y hacen de él un tótem; una institución simbólica que sirve como guía moral post mortem.

La comunidad se constituye gracias al complejo de culpa que surge del parricidio. El padre se vuelve una institución simbólica (el Nombre del Padre) que regula el comportamiento social dentro de una comunidad.

La ruta para institucionalizar el movimiento en un partido político es la misma: matar simbólicamente al Padre; es decir, deshacerse del poder de cohesión que su persona ejerce dentro de la institución.

Andrés lo tiene claro, por eso ha entrado parte de su discurso en la reducción del poder presidencial, y por eso ha dicho (y ha cumplido su palabra) que no intervendrá en los asuntos del partido.

Andrés está en un dilema porque los miembros de su movimiento no han logrado hacer dos cosas: emanciparse del y establecer una escala de valores propia del obradorismo. El dilema está en intervenir - con miras a mantener la unidad del movimiento- o dejarlo a la deriva -con miras a que sea capaz de heredar su mística.

Los miembros del movimiento hacen dos apuestas; que el presidente continúe en el poder de facto (institución personal) o que deje el movimiento a la deriva.

Quienes quieran hacer del movimiento una continuidad organizada deben -contra el sentido común- aspirar a matar al Padre: asumir la imposibilidad de que sea la persona quien dirige el movimiento y defender en cambio su mandato simbólico.

Otros buscan, en cambio, ampararse en la persona para promover sus propios intereses. Esa lógica oportunista que apuesta por engañar al Padre y mantenerlo "vivo" para no evidenciar que no cumplen con el mandato paterno. Antes que los principios del obradorismo (y el contexto en el que se despliegan), buscan esgrimir al hombre y sus palabras sacadas de contexto para defender su adherencia al movimiento -aún en contra de los principios de este-. Esta apuesta es por la horda primitiva que busca que el movimiento permanezca desorganizado para mantener sus principios en la ambigüedad.

No hay tercera vía; se trata de elegir entre la organización entorno objetivos o la desorganización -que permite a fuerzas externas al movimiento influir en su interior-.

Quienes verdaderamente defienden el obradorismo tienen la obligación de asumir y comunicar la muerte del Padre; su impotencia y sus limitaciones como ser humano. Sólo por esta vía se puede elevar al Padre al nivel de mandato simbólico.

Andrés lo sabe y lo ha hecho; su carrera está cimentada en el rompimiento con el estatus quo y sus líderes personales. Andrés ha buscado llegar a un estadio mejor del actual. Es eso y no su persona el núcleo moral del movimiento. Por eso promete retirarse a La Chingada acabando su mandato.