Hace unos días, la organización Social Progress Imperative, y el colectivo mexicano México, ¿Cómo vamos?, publicaron un documento original, interesante, intitulado “Índice de Progreso Social México 2019”. Consiste en una serie de indicadores que pretenden medir una serie de condiciones relevantes para el nivel y la calidad de vida de las personas, pero que no toman en cuenta ni son componentes del Producto Interno Bruto (PIB).

Vale la pena tratar el punto con detalle, porque de un tiempo para acá, el famoso PIB ha dejado los paneles de economistas para llegar a la prensa y las discusiones políticas de coyuntura. Se ha convertido, más que en un indicador económico, en una especie de argumento de autoridad cuando se quiere hablar mal del gobierno actual (o peor de los gobiernos anteriores). Si el PIB baja, es que el gobierno está haciendo las cosas mal, y viceversa. No es tan sencillo.

El PIB es un indicador económico que representa el valor en dinero de todos los bienes y servicios finales producidos por un país (cuando es nacional, obviamente). Suele ser anualizado y comparativo porcentualmente. Es decir, se expresa en un porcentaje positivo o negativo respecto del mismo lugar, el año anterior. Por ende, suele utilizarse como el medidor de la riqueza por antonomasia. Lo primero que hay que recordar, entonces, es que no es un indicador ni social, ni de desarrollo humano, ni de ningún aspecto extra económico de lugar del que se esté hablando. Además, tiene un valor relativo y no absoluto. Si hubo una contracción fuerte en la economía de la región estudiada el año anterior, bastará con una prosperidad mínima para que el aumento porcentual sea espectacular. De la misma forma, luego de un año especialmente bueno, cualquier desaceleración económica se verá reflejada en el PIB de forma dramática. Lo expuesto hasta aquí permite explicar por qué los países con mayores variaciones positivas del PIB de acuerdo con los últimos números consolidados del Banco Mundial, sean ejemplos como Camboya (7.5%), Burkina Faso (6.8%) y las islas Antigua y Barbuda (7.4%). También que países como Italia y Japón, no hayan llegado ni al 1%.

Quitemos algo de en medio para que no haya confusión: el PIB sí importa, sí es un indicador útil, y mientras mayor sea la variación positiva para un país, mejor. De la misma manera, un PIB negativo jamás será una señal alentadora ni motivo de celebración de ninguna índole. Pero también es cierto que ni es el único indicador que importa, ni es suficiente para evaluar las condiciones reales de una sociedad, ni evaluar su progreso. Sencillamente es insuficiente. Y como todo indicador, habla tanto de lo que mide como de quien lo diseñó. En este caso, y de un modo bastante tramposo durante varias décadas, se privilegió al producto interno y otros índices que medían mera generación de riqueza, en perjuicio de otros que medían desigualdad, vigencia de derechos económicos, y oportunidades vitales. Cuando el Presidente de la República dice que crecimiento y desarrollo son dos conceptos diferentes, habla con la verdad, y no tiene que ver con ideologías, sino con precisión conceptual.

Por eso el índice de progreso social es una iniciativa importante, que los académicos, periodistas, políticos y ciudadanos interesados deberíamos analizar, tomar en serio, e introducir en la discusión pública. Cabe mencionar que este reporte, de 2019, es el primero que trata el caso de México desagregado por entidad federativa. Y si comparamos la tabla de progreso social con la del PIB, observaremos con sorpresa que no son idénticas. Es decir, hay estados donde mayor riqueza no parece traducirse en el progreso social de sus habitantes, y otros donde, pese a que su crecimiento ha sido modesto, su desarrollo ha sido importante en más de un rubro, como salud, conectividad y educación. Ya decía Karl Deutsch que sin dinero no se hace nada, pero una vez teniéndolo, también hay que saber gastarlo y distribuirlo. No dejen de ver el índice: