Por fin entendí que yo a ella no le gusto y que, además, ella no me quiere ni me ama. Creo que lo mejor es olvidarse de este sueño que tenía (tenía el sueño de convertirme algún día en su pareja), y, por supuesto, olvidarme de ella.

Cuán liberado me siento. Ya no existe esa presión en el pecho y en todo mi cuerpo, que me asfixiaba y causaba ansiedad infinita por confesarle mis sentimientos. Ella nunca lo supo, y no lo sabrá jamás. Ni siquiera le pasará por la cabeza la idea de que algún día yo estuve enamorado de ella. Es mejor así, que este fuego que se cocinaba dentro de mi pecho se quede allí, que poco a poco se extinga hasta que queden solo cenizas. Y luego, con la llegada de los vientos del triste otoño en la ciudad de México, las cenizas, tiradas en el  sucio suelo, sean esparcidas por doquier, vuelen para diseminarse por las banquetas, las coladeras, los pavimentos, las calles y toda la argamasa de la ciudad.

 Olvidarla será difícil. Sin duda que será difícil. Será una tarea hercúlea lograrlo.  Después de soñar despierto, y dormido también , con la hermosa fantasía de ser yo el que noche a noche la arrope del frío, de ser el que por las mañanas la despierte con un beso enamorado en los labios, de ser el que le brinde protección y cuidados cuando ella enferme o se sienta triste , de ser su compañero de tertulias, de hambres, de sueños, de esperanzas, de risas, de miedos, de frustraciones, de banca, de autobús, de juegos, de mesita del té, de equipo de fútbol, de oficina, de vida, y también de muerte, después de soñar todo eso digo, será difícil –a lo macho que será una hazaña-- olvidarme de ella.

Pero no puedo dejar que se entere de las revoluciones —veloces como una gacela que huye del predador y dinámicas como las complicaciones de un reloj suizo—  que se gestaron en mi corazón simplemente por verla, por tenerla cerca de mí, por pensarla, por respirar el mismo aire que ella respiraba, por hacer las mismas actividades que ella hacía y por entregarme a las quimeras fraguadas en mi mente donde ella y yo compartíamos una vida juntos, como juntos están las raíces del árbol y la tierra fértil del suelo, el ejercicio que se hace en el gym y el sudor que mana del cuerpo, la sangre derramada en las revoluciones y los ideales de paz y justicia, los sueños imposibles y los corazones rotos.

Los sentimientos que todavía hierven dentro de mí, jamás deben ser reveladas a la mujer que amo. No es que ella no merezca conocerlos. Claro que merece saberlo. Es más, debería ser mi deber revelarle lo que siento. Llevarle una serenata una bella noche de luna en cuarto creciente, cantar bajo su ventana la canción más enamorada y gritarle que la amo, que la deseo junto a mí, que mi cuerpo la necesita, que mi mente la piensa y que mi amor la espera. Declararme debería ser un deber.

 Pero no lo hago para evitarle problemas. Ella tiene su pareja y vive enamorada de él. La suya es una felicidad auténtica, verdadera, legítima, real. Y cuando el amor entre dos personas es genuino, solo se puede contemplar con asombro la mecánica de funcionamiento de lo más grande que está destinado conocer a las criaturas de este mundo: el amor.

 El amor de ella con él es tan grande que solo puedo respetarlo y admirarlo. Por eso yo no le gusto, porque ella solo tiene ojos para él, y por eso  ella no me quiere, porque su corazón solo lo quiere a él.

 Me haré a un lado. Me apartaré. Saldré de su vida. Desapareceré. Estaré fuera de circulación por un tiempo.  Y cuando vuelva, cuando esté regenerado mi corazón, cuando  ya no me duela este dolor, volveré a circular todos los días, a todas horas, con ánimos, con sonrisas que regalar, con abrazos que dar, con besos para enviar, con toda clase de parafernalia necesaria para hacer de mi circulación un desfile, un carnaval, una fiesta de primavera.

 Ese día ha de llegar, cuando ya no la ame, cuando la pueda olvidar.

 

@Eximio34