El abogado Juan Ortega Arenas refiriéndose de manera por demás elogiosa a don Manuel Ávila Camacho, me relató hace algunos años un episodio por demás peculiar de la vida política y social de México.

Un grupo de trabajadores en huelga fue desalojado a tiros por los esbirros del hermano del presidente cuando estos decidieron apersonarse en el domicilio familiar del presidente, don Manuel abiertamente consternado le habría expresado a mi amigo, “yo no fui Ortega, se lo aseguro”.

Hasta hace poco, el único testimonio de la época que en lo personal había encontrado que respaldase el relato de “aquel viejo zorro” del movimiento obrero en nuestro país, era uno de los capítulos de “Confieso que he vivido”, denominado “México, florido y espinudo”; las formidables memorias del “poeta de Isla Negra” Pablo Neruda.

En los días que corren, encuentro finalmente otra referencia que respalda el relato de Juan Ortega Arenas, atribuyéndole la conducción del grupo de trabajadores en huelga, no a él, sino a Vicente Lombardo Toledano por quien Juan no manifestaba especial simpatía, llegando incluso a considerarle, de manera no sé si del todo justa, como “un policía disfrazado”.

Encontrar la referencia nerudiana a la narración de una personalidad tan abigarrada e interesante como lo era don Juan Ortega Arenas, me estremeció en su momento, pero no con el grado de estupor como el que puede provocar el colorido narrativo con el que Enrique Serna aborda el episodio en cuestión.

En un bar ubicado en alguna de las esquinas de la mágica calle de Dolores, es visitado por Carlos Denegri y Jorge Piñó Sandoval, quienes habrían coincidido en un brindis ofrecido por los integrantes de la “cooperativa del diario Excélsior”, a la memoria de Rodrigo de Llano, director de la cooperativa en cuestión fallecido breves años atrás.

El mismo Piñó, exiliado décadas atrás en Argentina, promovería a su regreso a México que la presidencia adoptara el 7 de junio como fecha de celebración oficial a la libertad de prensa, fecha establecida para tal efecto en el país austral, en virtud de que fue, precisamente el 7 de junio de 1829, cuando el que prócer nacional Mariano Moreno fundara la “Gaceta de Buenos Aires”.

La anécdota que me relatara Juan Ortega Arenas hace un cuarto de siglo, no es fácil de corroborar en las fuentes escritas de la historia del país, acaso, por que tal historia fue escrita en no poca proporción por auténticos “vendedores de silencio” como bien reza una frase que sirve de paráfrasis al título de un relato obligado, que en mucho contribuye a reconstruir nuestra memoria colectiva.

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