“Quien en Tabasco se queje del agua o no es tabasqueño o está pendejo”. No recuerdo quién me refirió esta sentencia que algún meandro del cerebro la hace atribuible al sociólogo, escritor y exgobernador de Tabasco, Enrique González Pedrero.

En la infancia, allá en Tumbulushal, ranchería ubicada aproximadamente en el kilómetro 20 de la carretera Villahermosa a Teapa (donde fructifica el guineo, el plátano “Tabasco”), los niños disfrutábamos los meses de lluvia, la creciente de lagunas, ríos, arroyos; íbamos a nadar y bañarnos en las anegaciones, y de paso atrapábamos peces y camarones que madre cocinaba. Eran los mismos meses “otoñales” en que quienes tenían algún ganado en las zonas bajas, cabalgaban 15-20 kilómetros para llevarlo a las altas; y al bajar los niveles de agua, regresarlos al rico limo consiguiente. Como niño adolescente viví en no pocas ocasiones esa dilatada y recia pero instructiva cabalgata arreando y jopeando vacas, novillos, toros y bueyes. No obstante, el mejor recuerdo de esa época era el de quedarse en casa, tomar café con galletas de soda o animalitos y leer algunos cuentos de los hermanos Grimm o de Andersen; también el libro de civismo e historia nacional. Y escuchar en espasmos de arrullo y aprensión la intensidad de la caída de la tormenta sobre el techo de palma de guano en la cocina y de teja de zinc en la sala; casi poesía. Y así todos los años, la lluvia, el agua, la creciente; cultura del agua le han llamado algunos, equivalente a la cultura del desierto o de las montañas. Pese a ello, todos sabíamos que no había que habitar tan cerca de los ríos y lagunas; o había quienes, viviendo así, elevaban promontorios sobre los cuales asentaban la casa y construían los famosos tapancos de madera. 

Ya en Villahermosa durante la adolescencia, experimenté dos fuertes inundaciones con el agua desbordando los vados del rio Grijalva (que tendría que volver a llamarse Tabasco, como antes de la entrada de los españoles), ahogando las calles cercanas y llegando a las rodillas dentro del Mercado Pino Suárez, donde trabajé hasta irme a la altiplanicie mexicana. Y todos repetíamos lo que siempre supimos, que no había que vivir a las orillas de los ríos o lagunas; pero en la ciudad había demasiados asentamientos irregulares ya sea por paracaidismo o corrupción de los burócratas que los autorizaban. Así, en vez de convertir a Villahermosa en un paraíso y una belleza entre ríos y lagunas, la convirtieron en un adefesio problemático de concreto y rellenos de pantanos y lagunas que la volvieron más propicia a las inundaciones; al grado de que, en tiempos de Calderón Hinojosa y Granier Melo (2007-8), incluso el malecón fue sustituido por una barda estúpida que impide la vista al rio. Y es que los políticos, en vez de encontrar soluciones convenientes fueron multiplicando los problemas mientras se enriquecían con propiedades y cuentas bancarias en algún paraíso fiscal.

Y la belleza de la verde naturaleza y del abundante agua (“Más agua que tierra; Con el agua a la rodilla vive Tabasco; La tierra vive a merced/del agua que suba o baje”) a la que cantan Carlos Pellicer:

“Agua de Tabasco vengo

y agua de Tabasco voy.

De agua hermosa es mi abolengo;

y es por eso que aquí estoy

dichoso con lo que tengo.” (Versos finales de Cuatro cantos en mi tierra; y cuyos versos iniciales “Tabasco en sangre madura/y en mí su poder sangró” “inspiraron” a un historiador freudiano para la inquina de “El mesías tropical”, allá por 2006),

o Manuel Pérez Merino:

“… y así pasas por Jonuta,

con tu cargamento de peces y estrellas,

y después, como un gigante que se siente herido,

te rindes al mar” (“Canto del Usumacinta”),

esta belleza del verde y del agua mal regenteada y dominada por la ambición, la corrupción y el egoísmo se convierte, decía, si no en fealdad absoluta porque a final de cuentas la naturaleza se expresa objetivamente, se transforma en un problema que puede ser grave porque el sujeto no comprende o ha dejado de comprender esa naturaleza. Convierte la cultura del agua en industria del padecimiento, la queja, la rapiña y el utilitarismo político.

Tabasqueño y discípulo tanto de González Pedrero como de Pellicer Cámara, el actual presidente mexicano afirma que el del agua es un problema histórico de Tabasco; y es así porque no se atiende adecuadamente. Que Francisco I. Madero, Álvaro Obregón y Carlos Madrazo, en tiempos de Adolfo López Mateos, desazolvaron los ríos de Tabasco. Después vino la mera codicia, la corrupción y el Fondo Nacional de Desastres Naturales, con buena causa de origen, convertido en bolsa del saqueo de los políticos mexicanos. Ríos, mares, arenales de dinero que no se supo dónde fue a parar, aunque se sospechara; jamás sirvió para solucionar problemas estructurales, de fondo, pues.

El fenómeno del agua como efecto negativo tiene en Tabasco expresión múltiple: 1. Privatización de la energía eléctrica, lo que impide hasta en un 50% el uso del agua acumulada en las presas y que luego en tiempo de lluvia tienen que vaciarse provocando inundaciones. 2. Más de 50 años sin desazolvar los ríos; condición propicia al desbordamiento. 3. Asentamientos irregulares tanto a orillas de los ríos como en vasos reguladores que se rellenan en las ciudades; crimen contra la naturaleza con efecto inmediato sobre las personas. 4. Pillaje en torno a la “cultura del agua” que se ha convertido en “industria del saqueo”.

Por tanto, el plan del presidente López Obrador -a quien de manera ridícula acusan sus adversarios a nivel nacional y tabasqueño-, es decir: desazolve permanente (compra de dragas) y mayor uso del agua de las presas para generar energía eléctrica (tiene que ver con empresas extranjeras; interesante será ver cómo se arregla el asunto), verá resultados positivos a mediano y largo plazo; imposible que sean inmediatos. 

No hay solución mágica como imaginan los críticos nacionales y tabasqueños que parecieran ver a López Obrador y a Bartlett Díaz invocando a Chaac, Tláloc o al espíritu enano/infantil Olmeca de la lluvia con danzas y logrando precipitación a mares para “vengarse” de Tabasco. Lo estúpido del planteamiento no impide la carcajada (esta “denuncia” de “la venganza de don Manuel” hecha por una “reportera” hace referencia “velada” al hecho de que el padre del director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett Bautista, fuera “echado por los tabasqueños” como gobernador del Estado en 1955; en realidad, renunció por insidias politiqueras locales y centrales).

Y junto a esas soluciones por venir, habría que plantear, tanto a la autoridad local comprometida cuando menos formalmente con el cambio (el gobernador Adán Augusto López Hernández), como al presidente, una convivencia conveniente y armónica entre la naturaleza, las ciudades, los pueblos y las gentes. Recuperar, disfrutar de la belleza sin interferir con ella, sin dañarla, más bien imbricándose con ella.

Un pensamiento final: sí, hay que apoyar a los verdaderamente afectados por el fenómeno tropical e instrumentar con seriedad soluciones de fondo, mas quejarse y espantarse en Tabasco de la lluvia y del agua, es como hacerlo de la arena y el sol en el desierto o del frío y la nieve en las montañas allá donde hubiere.

P.d. De todas maneras, se pronostica que el fatal destino de las tierras que hoy se llaman Tabasco es su ahogamiento, su muerte por agua.