La semana pasada le compartí en este espacio que el PRI padecía de un mal congénito incurable: la incapacidad para manejar con eficiencia el erario público. Y lo escribí por el desastre en que se han convertido las finanzas públicas durante el actual sexenio.

En tal narrativa, también es justo decir que el otrora partido hegemónico, siempre ha destacado por poseer una capacidad y sagacidad política muy superior a la de sus pares; a la hora de operar los acuerdos y de tejer fino en las negociaciones, los priistas competentes se pintan solos, son muy pocos los que se les equiparan. O bueno, al menos así había sido hasta ahora.

Lo comento porque resulta inverosímil y decepcionante, la forma tan patética en que el presidente Peña Nieto pisoteó con sus actos y actitudes, el prestigio de la investidura que con gran dignidad le corresponde portar.

Es increíble que la ligereza que antaño le observamos al irresponsable presidente Vicente Fox, hoy tengamos que recetárnosla nuevamente con un presidente surgido de donde se supone que había nacionalismo y observancia.

Insisto, se trata de un presidente priista, de un heredero del presidencialismo, de un sucesor de figuras de gran carácter, de un descendiente del hegemónico Grupo Atlacomulco. En opinión de su escribidor, es una verdadera vergüenza. Sin duda que otra vez, ya no le queda nada al PRI.

¿Más o menos qué podía perder el impresentable Donald Trump al venir a México? Opino que nada, pues ni siquiera su tiempo de campaña, ya que vino y continuó con los actos proselitistas. Al contrario, creo que al troglodita millonario le salió redonda la vuelta, pues se llevó dos cosas que imagino le aportarán valor a su vida: una bonita experiencia, y una buena anécdota de cantina.

A la primera, me refiero por haber sido tratado como jefe de estado cuando no lo es; y a la segunda, porque el presidente de una república ¿bananera?, le pidió ¡por escrito!, que si por favor venía y se pitorreaba de él en su propio Palacio Nacional.

¿Qué opinarían Lázaro Cárdenas o Adolfo Ruiz Cortines? Y solo por citar a un par de buenos presidentes. Mire que hay cosas que no pasan de moda ni con los siglos, y el respeto es una de ellas.

Hay que tener cuidado, no vaya a ser que el ignaro de Donald Trump invite a cenar a su casa a nuestro presidente Enrique Peña Nieto, pero que luego al llegar no lo dejen entrar. Y obvio, con transmisión televisiva de por medio.

Y todavía sale el propio presidente a informarnos que le dejó muy en claro al intento de político de Trump que no vamos a pagar el muro que pretende construir, y que si lo invitó fue porque había que reforzar el diálogo. Bueno, menos mal, aunque le faltó comunicarnos que tampoco le boleó los botines. Mejor hubiéramos mandado a “Juanito”, aquel de Iztapalapa, o al alcalde Cuauhtémoc Blanco, para recibir al cavernícola estadounidense, de perdida le hubieran recordado el 10 de mayo.

Para rematar, no conforme con su éxito diplomático, nuestro presidente se fue a platicar con un grupo de jóvenes y aprovechó para dejarles muy en claro que él no había plagiado su tesis, puesto que la había escrito personalmente en una máquina de escribir de la época.

¿Cuántos asesores de Los Pinos graduados de universidades “Ivy League” serán necesarios para que le expliquen que el plagio que se le comprobó, no consiste en que alguien la haya tecleado por él, sino en que se apropió de ideas que no le pertenecían?

“… pude haber mal citado… fue más bien un error metodológico…” Así se defendió don Enrique. Caray, ¿en verdad no habrá presupuesto para contratar a alguien que le explique? Mejor se hubiera asesorado con el famoso “Layin”, al menos nos hubiera dicho que sí cometió plagio, pero que nada más fue “poquito”.

En fin, a esto ha quedado reducido el presidente de nuestro país, a un dibujo animado, a una triste caricatura del fracaso político y gubernamental. Y mire que todavía nos restan dos años. 

 

Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado, le corresponde a usted. 

 

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