En este siglo que transita por la adolescencia, inmerso en la construcción de su propio relato, revitalizar el arte de la Crítica, técnica que se ha perdido ante el embate de la Sociedad de la Transparencia como credo y religión, resulta imponderable a fin de transitar a esa juventud en la que la madurez de cada época se construye. Hoy, la estupidez, pandemia que obnubila el pensamiento, circunda en todas partes bajo el velo de la sofisticación de imágenes y datos que las redes sociales proporcionan. El homo sapiens, bajo el mito de la muerte de los grandes relatos, se desplaza por el espacio opiáceo de las imágenes que le vende la Sociedad de la Transparencia, nueva Edad Media en la que la Semiótica se diluye, arribamos a la agonía de los signos, de la escritura. Un bosque macabro sobre el cual sólo se observan los árboles bajo el dogma del uso digital, obstruyendo a la inteligencia que desea adentrarse en él y así descifrar el microcosmos que construye a esa totalidad.

Con ingenuidad, pequeñas células sociales emergen contra el discurso antifilosófico de la posmodernidad. Ellas, comprenden que deben aprender a forjar su propia experiencia, no anclarse en las experiencias depredadoras del pasado siglo XX, reconociendo la pequeñez de su actual conocimiento. Volver a preguntar una y otra vez desde el atrevimiento revolucionario de saber, no para dominar al Mundo sino para vivir con Libertad en él. Frente a los filósofos y economistas de bolcillo que decretaron la muerte de los grandes relatos, ingenua y modestamente, desde esta maravillosa pubertad de tiempo y espacio de una nueva historia, la naturaleza nos despertó trágicamente para desde el viejo relato de Copérnico y Darwin comenzar a escribir un nuevo gran relato que aún no tiene nombre.

Ni el pasado, ni el futuro han de seguir determinando la vida como hasta hoy. Utopías y retrotopías, en su quimérica catarsis de violencia fundamentalista, se disuelven ante un presente que nunca fenece, como bien afirmara Erwin Schrödinger. Un presente valiente que no atiende como enfrentar sus propios dilemas, retoma la vieja práctica del artesano del ensayo-error. Es imposible abarcar la totalidad con una sola mirada, aún cuando somos totalidad contenida.

La muerte no ronda al Mundo de forma distinta, mantiene su habitual conducta y por eso nos aterroriza a todos. Sin embargo, bajo la razón filosófica de Lope de Vega, surgen voces que se niegan a hacer de la esperanza notomía para que la razón valga ante cualquier porfía.

La fuente de los nuevos relatos, como de los pasados, es la literatura y no la imagen. El escritor no es un diseccionador de hechos, por más realista que sea su pluma, siempre la fantasía y la ficción renacen para el gozo del lector. La nueva literatura al igual que la clásica, invade todos los espacios de la vida, cuenta y crea. Los escritores son esos eternos mentirosos de la imaginación constante. Mentiras forjadas en semántica de signos que se traducen en verdades para las reflexiones estética y ética. Está nueva literatura se desplaza lenta y a hurtadillas por el espacio digital desgarrando a la fe posmodernista, que en vocación política nos ha viralizado con los discursos neoliberal y populista. El COVID sella a toda una época que muere, una corta y fatal Edad Media, para ver el horizonte de un Renacimiento cuya primera misión es derribar la banalidad de la Sociedad de la Transparencia.