Una mañana que parecía común, aunque no lo fuera, en una escuela pública de la sierra norte de Oaxaca, el maestro Juan Gómez Sandoval tuvo noticia por primera vez del sacerdote Gerardo Silvestre Hernández. A principios de ese año 2009, el profesor daba clases en la comunidad de Santa Catarina Yetzelalag, del municipio de San Ildefonso Villa Alta. Al término de su jornada, tres alumnos le dijeron algo que lo inquietó el resto de los días. El más extrovertido de los niños fue quien tomó la palabra.

- El padre que está en Camotlán es puto.

- ¿Por qué me dicen eso?, respondió el maestro Gómez.

- Porque cuando baja a oficiar misa, baja y llega adonde estamos nosotros dormidos, nos juega las piernas, como que nos acaricia las piernas, y nosotros le decimos que se aleje, por respeto.

- A ver, platícame cómo está eso, ¿qué es lo que está pasando?  

- Es que ese padre es puto porque nos agarra las piernas, le gusta llegar donde estamos nosotros nada más, puros hombres. También le gusta que lo acompañemos, que vayamos con él.

- ¿Saben qué? Quiero que se alejen del padre y ya no se acerquen a él. Retírense. Cuando vean que va llegando, háganse a un lado, quítense.

- Sí, lo vamos a hacer. Pero ahora no sólo con nosotros, sino hasta con los jóvenes grandes ya también se pone a jugar con ellos y como que los quiere abrazar.

Semanas después, los mismos alumnos –entre 9 y 10 años de edad- volvieron a abordar el asunto con el maestro.

- Es que el curita ese ahora nos invita cervezas, dijo uno.

- ¿Cómo dices?

- Sí, cuando hay fiestas, nos compra nuestro cartón de cerveza y quiere que nos quedemos con él ahí donde duerme.

- Eso no lo deben hacer. ¿Saben sus papás?

- No, mis papás no saben porque nos van a regañar, se van a enojar, no van a creer que el cura hace eso.

El maestro Gómez entró en shock. Mientras decidía qué hacer, el padre Silvestre fue removido de la parroquia de Camotlán dejando su lugar a un diácono, por lo que decidió ir a ver al nuevo responsable de la iglesia para contarle lo que le habían dicho sus estudiantes. El diácono, de nombre Ángel Noguera, lo recibió y para su sorpresa, después de oírlo le confesó: 

Antes de sentarse a escribir la carta, el maestro buscó a sus alumnos para verificar la información. Ahora los niños fueron más explícitos.

- Es que el padre le estaba mamando la verga a uno.

- ¿Y ustedes qué hicieron?

- Nosotros corrimos, nos fuimos.

- Esto ya no puede ser así, ya no tienen que ir a la iglesia con él, ya no tienen que estar sirviéndole a él.

- Es que somos topiles de la comunidad.

En los pueblos indios de Oaxaca suelen existir asambleas populares en las que se reparten cargos honorarios pero irrenunciables entre los habitantes. Uno de los más comunes es el del Topil, que es quien se encarga de ayudar en diversas tareas a la autoridad en turno. Los niños también son responsabilizados de algunas cosas y se les suele llamar “topilillos”. En Santa Catarina Yetzelalag, los alumnos del maestro Gómez eran topilillos y estaban encargados de ir a tocar la campana de la iglesia cada vez que llegara el sacerdote al pueblo para celebrar misa. También, por acuerdo de la asamblea local, apoyaban al sacerdote durante la misa y en ocasiones también al término de ésta.

- La otra vez -contó un alumno- nos mandó el agente (alcalde) a que acompañáramos al padre a Camotlán, porque ya era tarde. Y esa vez nos dijo: ‘Pásenle’. Llegamos a su parroquia donde él duerme. ‘Pásenle, les voy a ver una película’, pero luego nos puso una porno pero entre hombres.

El maestro Gómez se alarmaba con lo que oía cada vez más. Descartó decirle a los padres de los niños, porque en las comunidades tenían una enorme reverencia por la figura del sacerdote y, además, los niños no se atreverían a reconocerlo ante ellos, por miedo y verguenza. Luego pensó en ir a encarar de manera directa al sacerdote, sin embargo, cuando lo vio en persona se sorprendió de que tuviera la apariencia de “un inocente corderito”. Fue entonces que se sentó a escribir la carta que el diácono le había dicho: . Pensó que valía más la pena un papel firmado con la esperanza de que lo castigaran algún día.

La carta del maestro Gómez fechada el 12 de junio de 2009 comienza así: “Por medio de la presente me dirijo a usted con el debido respeto que me merece…”

En sustitución del padre Silvestre, el diácono Ángel Noguera fue enviado a la parroquia de Santiago Camotlán el 21 de marzo de 2009, por orden del Arzobispo de Oaxaca, José Luis Chávez Botello. Unos días después de haber asumido la responsabilidad, el diácono Noguera recibió una carta escrita por una profesora de la vecina comunidad de San Juan Yatzona, en la que le pedía que hiciera algo porque el anterior responsable de la iglesia metía jóvenes al curato, los emborrachaba y después tenía relaciones sexuales con ellos. Al principio, el diácono Noguera, no le dio mucha importancia a la denuncia. “Nadie me mandó a mí como investigador; yo no soy investigador sino pastor”, le dijo a sus cercanos. Pero días después, algunos jóvenes de Camotlán empezaron a hacerle preguntas extrañas. Que si los sacerdotes tenían mujeres o hombres, que si podían casarse y otras cuestiones sexuales. Finalmente le contaron que el anterior padre había tenido relaciones sexuales con algunos de ellos y con muchos otros niños de las comunidades a la redonda.

Al darse cuenta de la dimensión de las acusaciones, el diácono Noguera pensó que lo mejor era informar a sus superiores. Organizó a un grupo de familiares y víctimas para que bajaran de la sierra con rumbo a la ciudad de Oaxaca para hablar directamente con el Arzobispo Chávez Botello. El viaje se realizó en secreto, sin embargo, el Arzobispo nunca los recibió. Fue el vicario general de la Catedral, Jesús Copar, quien menospreció su queja y los amenazó de forma velada.

Mientras tanto, en San Ildefonso Villa Alta, otra comunidad de la sierra, el padre Silvestre seguía como si nada, y el diácono Noguera continuaba recibiendo reportes de las andanzas de su hermano de fe, manejando una camioneta llena de niños viajando de un pueblo a otro. Así recuerda el diácono Noguera el momento en que encaró a Silvestre:

- ¿Qué pasó? ¿Estos niños no van a la escuela? ¿Estos niños no tienen clases? ¿Qué dicen sus papás?, cuestionó el diácono.

- Están a mi servicio. Me van acompañado. Vamos a los pueblos bajos.

Aunque Silvestre era responsable de una parroquia, como todos los demás sacerdotes de la región, tenía la encomienda de ir a dar servicios religiosos al resto de las comunidades dispersas en la lejanía oaxaqueña. Por ello es que se movía con mucha regularidad. Cuando un huracán arrasó con el pueblo de Camotlán, Silvestre desapareció durante tres días hasta que regresó diciendo que había estado en una comunidad cercana encerrado con un niño. Nadie lo cuestionó en ese momento. La sierra norte parecía un buen lugar para que Silvestre cometiera sus atrocidades. Así fue como esta región indígena iba siendo carcomida espiritualmente por un hombre que había llegado ahí usando el nombre de Dios.

En junio de 2009 el diácono Noguera recibió otra denuncia en contra de Silvestre. La del maestro Gómez. En ese mismo mes, el diácono Noguera pudo hablar por fin de manera directa con el Arzobispo Chávez Botello para contarle lo que estaba pasando. Lo hizo en el receso de un curso celebrado en la Casa de la Iglesia en la ciudad de Oaxaca. El jerarca estaba muy molesto y cuestionó si había algo serio en contra de Silvestre.

- Así es, señor, hay documentos, le dijo el diácono al jefe de la iglesia en Oaxaca.

- Tráemelos en un sobre amarillo y me los pasas a dejar al arzobispado.

Unos días después, el diácono hizo lo que le habían ordenado. Poco más de un mes después, el 23 de julio, recibió la orden de dejar la parroquia de Camotlán.

Esa fue la primera represalia de la Arquidiócesis de Oaxaca, para tratar de encubrir los crímenes cometidos por el padre Silvestre.

La próxima semana: Tercera parte. Negación

Lee aquí la Primera Parte. Lejanía