Fue un día festivo del pueblo de Huitzo cuando el padre Gerardo Silvestre Hernández le ofreció dormir en la iglesia de San Pablo al acólito que lo acababa de ayudar en misa. A la medianoche de aquel 2006 entraron a un cuarto en penumbras, donde había dos camas alumbradas apenas con luz de vela. Cada quien se acostó en una. Un rato después, el sacerdote llegó a la cama contigua y se abalanzó sobre el niño.

Cuarenta chicos de otros pueblos de los Valles Centrales y de la Sierra Norte de Oaxaca, sufrieron entre 2006 y 2010 ataques parecidos por parte del párroco. Los testimonios de los infantes, cuya identidad es protegida, coinciden. Silvestre ya tenía un modus operandi. También las secuelas son casi las mismas: ninguno de los pequeños relataba de inmediato a sus familiares lo sucedido ya que tenían temor de que los regañaran. Otros guardaron el secreto durante años con resignación y vergüenza. Vivir en la lejanía de la sierra es muchas veces lo mismo que vivir en el desamparo.

Algunos de los niños seguían yendo a la Iglesia para no generar sospechas, otros se alejaban lo más que podían. Cada uno de ellos intentaba procesar a su modo el agravio sufrido. Los más fuertes pudieron relatar su testimonio en una serie de videograbaciones que se hicieron en diversos momentos. Son más de 3 horas las que muestran a varios niños con caras de rasgos suaves y benignos contando sus experiencias atroces junto al sacerdote. Aunque casi todos tienen como idioma materno el zapoteco, cuentan lo que sucedió en español. Al hablar, la pena se mezcla con el coraje. Los que ahora son mayores de edad platican con cierta seguridad y tienen la determinación de decir lo que sucedió porque no quieren que se vuelva a repetir.

Silvestre realizaba sus atropellos incluso durante las celebraciones públicas. Un chico de la sierra norte que colaboraba como su monaguillo recuerda que en una ocasión, mientras le cargaba la biblia durante la misa, el sacerdote aprovechó que los fieles rezaban con los ojos cerrados, para acariciarle los dedos y decirle en voz baja cosas libidinosas en idioma zapoteco. A otro le pasó lo mismo: en la misa de la mañana, mientras lo asistía, el padre le dijo al oído: Xupa Bin Kiu, que en español significa “te chupo el pene”. Una catequista se dio cuenta de lo sucedido en esa ocasión y alertó a otras familias del pueblo.

El monaguillo platicó lo sucedido a su familia y dejó de ayudarle en las misas, pero unos días después, mientras estaba con unos amigos, fueron invitados a tomar unas cervezas con Silvestre. El sacerdote les dijo que si no se iban con él haría que los metieran a la cárcel. Ya en el cuarto de la Iglesia, Silvestre puso pornografía homosexual para los cinco jóvenes. Mientras los demás veían la televisión y bebían cerveza, el sacerdote se llevó a uno de los chicos al cuarto. Luego de unos minutos, éste salió llorando. Silvestre apareció después tratando de arreglar la situación bailando delante de los demás, usando el control remoto de la televisión como si fuera el tubo de una pista de table dance. En plena parranda, les contó que tenía siete novios en Oaxaca. Luego les hizo sexo oral a cada uno de ellos. Al llegar al último, el mayor de todos -pero aún menor de edad- éste le dio un golpe en la espalda y le dijo: “¿No que usted es un padre?, ¿por qué está haciendo estas chingaderas?”.

Silvestre viajaba en ocasiones a caballo entre pueblo y pueblo para dar sus servicios religiosos. Si se topaba en el camino con los chicos que iban a su iglesia, se bajaba a platicar con ellos y buscaba llevarlos a lugares solitarios como el basurero o el panteón, donde tenía relaciones con ellos después de emborracharlos.

Aprovechaba los días de fiesta popular para organizar reuniones en su casa. En otro pueblo cercano a Camotlán, invitó a un grupo de chicos a tomarse un cartón de cervezas con él mientras veían películas. Ya estando ahí, les bajaba el cierre del pantalón y se sentaba encima de ellos. Uno dijo que lo iban a denunciar, pero los amenazó asegurándoles que si lo hacían, él podía lograr que todos se fueran del pueblo junto con sus familias.

En otra comunidad, durante una entrega del programa Oportunidades, un grupo de mujeres estaban en fila esperando cobrar sus apoyos cuando vieron por una ventana a Silvestre mientras se masturbaba. A causa de ello, dejaron de ir a la misa de los domingos. Uno de los chicos preguntó a su madre lo que sucedía. Ella le respondió: “Es que el padre anda echando desmadre”.  

Los fines de semana, algunos papás de los niños agraviados se emborrachaban en las calles y luego vociferaban y amenazaban con quemar la iglesia, pero no lo hacían porque el temor a Dios siempre ganaba. Fue entonces que algunas mujeres buscaron que la Arquidiócesis cambiara al padre. Denunciaron que éste invitaba a los niños a tomar para luego abusar de ellos. En una de las comunidades donde Silvestre oficiaba misa, dejó de ser raro ver niños en las calles tomando cerveza a plena luz del día.

Silvestre había sido víctima de abuso sexual en su infancia, según le contó a varios de los niños que ultrajó. Les decía que a él le había gustado mucho. Así trataba de convencerlos de que no se resistieran a sus agresiones. También les decía que no debían decir nada de lo que pasaba en la Iglesia, que no anduvieran de chismosos ya que nadie les iba a creer.

Todos los niños de los cuales abusó Silvestre, eran de familias católicas. Varios de ellos tenían tiempo apoyando a las diversas iglesias en las que estuvo el sacerdote. Ayudaban en la catequesis, preparando las pláticas para bautizos, fiestas de quince años y bodas, lo mismo que colaborando en kermeses o celebraciones especiales de las parroquias. Venían de familias humildes y religiosas. Uno de los niños explica que solía enfermarse y en una ocasión su mamá le dijo que fuera a la Iglesia: “Tú presta tu servicio a Dios ahí, siendo catequista y verás como te ayuda”. Así fue como llegó a la Iglesia para conocer después a Silvestre, a quien veía como una persona “consagrada” hasta el día en que viajaron al poblado de San Dionisio, y ya estando ahí, entraron a un hotel en donde el sacerdote le dijo que se durmiera. Una vez acostado, Silvestre le bajó los pantalones. Así recuerda el niño el diálogo que sostuvo aquel día.

- Hazme el amor, le dijo Silvestre.

- ¿Pero cómo, si usted es una persona sagrada? ¿Cómo voy a hacer eso?

- Pero es lo que a mí me gusta, y es lo que yo quiero. ¿Estás casado?

- No y le digo que no, porque usted es una persona sagrada.

- Es que yo quiero. Si no lo haces, aquí te dejo.

- No está bien lo que usted está haciendo.

- Tú no lo cuentes. Nada más entre nosotros lo sabemos. Aquí en este caso, eso no vale. Cuando estoy ahí, celebrando misa, estoy consagrado. Pero aquí ya no. Es lo que a mí me gusta, y así soy.

Silvestre no solo engañaba a los chicos con alcohol. En el poblado zapoteco de Yatzona, un joven mayor de edad comentó como después de estar tomando con él, se le abalanzó y le pidió que tuvieran sexo. El joven le dijo que no y luego el sacerdote le contó que como quiera a él le gustaban más jovencitos, que tenía los que quisiera porque les daba de tomar y les ponía películas para adultos, para luego tener relaciones con ellos. A este joven, Silvestre le ofreció dinero por tener sexo y le dijo que si le llevaba más chicos, le pagaría una cantidad mayor. El joven se resistió. Días después vio como Silvestre había conseguido que tres niños de la comunidad se fueran con él a parajes solitarios.

Cuando se corrió la voz de los abusos de Silvestre, el sacerdote encaró a este joven.

-¿Sabes qué? Andas de hocicón y esto no te lo voy a pasar, le reclamó el cura.

- A lo que venga yo me enfrento. Porque si tú haces esto con los chamacos, ¿qué se va a hacer con mi familia el día de mañana? Así es que es más mejor que te vayas, porque no podemos tenerte acá así, respondió el joven.

Frente las denuncias por la conducta de Silvestre, la Arquidiócesis de Oaxaca, si acaso, solo lo removía de una comunidad a otra, dejándolo que siguiera celebrando misa y abusando de otros niños. A lo largo de por lo menos cuatro años depredó varios pueblos indios en los que se detectaron cuarenta casos, aunque las víctimas podrían haber sido muchas más. En las más de tres horas de grabaciones de estos videotestimonios, resuenan voces como ésta:

Los chamacos lloraban cuando él estaba haciéndoles a la fuerza que tuvieran sus necesidades y todo. Lloraban los chamacos. A mí sí me dolió, pero como les digo, yo esa vez andaba yo de borracho, y cuando uno está de borracho, le vale. Y por eso yo sí quisiera reportar a aquel varón que se llama Gerardo Silvestre, reportarlo porque no tiene caso que él ande en esto, abusando de los niños, abusando de los menores que no tienen culpa, no tienen por qué andar, por qué ser violados por un adulto, ser castigados por alguien. Esos chamacos, supuestamente, ellos van a aprender, pero a aprender otras cosas, porque aquel varón los engaña, los pervierte, los viola. Y no es el caso. Y yo quise y quisiera que fuera algo que todo esto se siguiera investigando, y se llegara… que él tuviera un castigo, porque no podemos seguir en esto, ¿porque cuántos niños van a ser afectados así? Y si hay gente que va a llegar a saber esto, en todo, y si van a pasarlo por esto, yo sí quisiera decirle a la gente que no se preocupe porque aquí nosotros confiamos y los apoyamos en todo, para que este señor Gerardo Silvestre tenga que pagar su castigo como debe de ser. Eso es todo y yo así paso a retirarme para que no haiga (sic) ningún inconveniente.

(La próxima semana: Segunda parte. La revelación)