Uno de los principales defectos de la Constitución mexicana es la ausencia de la segunda vuelta presidencial. A diferencia de la mayoría de las democracias europeas y latinoamericanas, en México puede ser electo presidente el candidato que obtiene menos del 50 por ciento de la participación.

Ello ha conllevado históricamente serias crisis de legitimidad. El lector recordará que, con excepción de la elección de 2018 de AMLO, debemos remontarnos al triunfo de Carlos Salinas de Gortari en 1988 (triunfo en las urnas asaz disputado por los contemporáneos) para ver a un candidato presidencial ganar los comicios con un porcentaje mayor al 50 por ciento.

En otras palabras, los presidentes Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto fueron electos con menos de la mayoría absoluta de la participación en los comicios.

Este vicio constitucional debilita en buena medida la estabilidad democrática, pues el jefe del Estado recientemente instalado en la silla gobernará con menos de la mitad del apoyo ciudadano.

En relación con la próxima elección, si bien los números apuntan inequívocamente hacia el triunfo de Claudia Sheinbaum, se estima una alta probabilidad de que obtenga menos del 50 por ciento del total de los sufragios. Ello podría derivar de su falta de carisma, del desgaste sufrido por el gobierno de AMLO y de la profunda polarización que vive el país.

Este panorama hace pertinente la idea de que Jorge Álvarez Máynez decline en favor de la candidatura de Xóchitl Gálvez. Si bien no podrá hacerlo de forma oficial, pues Movimiento Ciudadano rehusó la adhesión al Frente, la declaración se limitaría a un pronunciamiento político, con el objetivo de que los potenciales votantes de MC cambiasen el sentido de su voto en favor de Gálvez.

En primer lugar, resulta a todas luces evidente que Álvarez Máynez no ganará la presidencia; y en segundo, su partido no representa nada ni a nadie, sino que se limita a restar votos a las candidaturas de oposición, lo que podría resultar definitorio en las elecciones presidenciales.

Sí, ciertamente los dirigentes de MC y quienes colaboran en la campaña de Maynez dirán que él representa “lo nuevo”. ¡Mentiras! En términos prácticos, la candidatura naranja no sirve en los hechos más que para distraer la atención de los votantes hacia banalidades como las pegajosas canciones o la falsa sonrisa del candidato, y con ello ganar unos escasos votos y un puñado de escaños.

En suma, en aras de una mayor legitimidad de la próxima presidente, sumado al hecho mismo de que MC profundiza aún más la “cancha dispareja”, Máynez, en un acto de honestidad política, debe declinar.

¿Lo hará? Difícilmente, pues la clase política mexicana ha demostrado reiteradamente que la prioridad son los intereses privados y de partido, por encima de la salud de la democracia del país.