El dolor y el sexo

La teoría del “masoquismo benigno” se refiere a disfrutar experiencias inicialmente negativas que el cuerpo (cerebro) interpreta falsamente como amenazantes. Esta comprensión de que el cuerpo ha sido engañado y que no existe un peligro real conduce al placer derivado de la “mente sobre el cuerpo”.

Se trata de la búsqueda del dolor sabiendo que no va a tener consecuencias graves, y esta capacidad es solamente humana. El sentido común nos dice que la gente evita el dolor y busca el placer, pero, no siempre es el caso; pues para muchos el dolor es sinónimo de placer.

Los aficionados al bondage (la inmovilización del cuerpo de una persona) y a otras prácticas eróticas entenderán perfectamente.

Mistress Alexandra, una sádica profesional de Londres, lo explica: “Diferenciamos el dolor bueno del malo. El malo indica que algo anda mal, algo a lo que debemos prestar atención de forma inmediata”.

La relación entre el sexo y el dolor no es exclusiva de este tipo de prácticas. Tal como concluyó un estudio cuyo objetivo era explicar lo que pasa en el cerebro femenino cuando se estimulan ellas mismas hasta alcanzar el clímax. Se determinó que 30 áreas del mismo se mantienen activas, incluidas aquellas que se ponen en marcha con el dolor.

Otra investigación descubrió que los pacientes que superan el cáncer y tienen los nervios de la espina dorsal dormidos para que no sufran dolor abdominal pierden la capacidad de tener orgasmos. Pero si vuelve el dolor, regresan también los orgasmos.

Barry Komisaruk, investigador de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, EU y encargado del estudio, determinó que existe una relación fundamental entre las vías del dolor y las del orgasmo.

“Otra de las observaciones es que los rostros de quienes están experimentando un orgasmo son en muchas ocasiones indistinguibles de los de aquellos que están sufriendo dolor”, destacó.

Dolor, placer y aprendizaje

Desde la neurofisiología, las sensaciones de dolor y placer requieren de la integración del sistema nervioso periférico con el sistema nervioso central; lo que permite que se perciba, se interprete y se responda ante el estímulo (Romera, Perena, Perena, Rodrigo, 2000).

El dolor no es únicamente una experiencia perceptiva, sino que además, comprende dimensiones afectivas y cognitivas (Huang, Chen y Zhang, 2016).

Los circuitos neuronales que se encargan de procesar la experiencia dolorosa, además de compartir estructuras con los centros de placer, también están asociados con las áreas relacionadas con la motivación y el aprendizaje. Lo que modifica el comportamiento (Navratilova y Porreca, 2014).

Del mismo modo, se ha encontrado que el alivio del dolor es reforzante –activa el sistema de recompensa– lo cual se puede considerar como una situación placentera; incluso el sistema límbico cortical se activa ante la expectativa de un alivio de dolor (Navratilova y Porreca, 2014).

Muchos estudios han demostrado que el dolor disminuye en presencia de aromas, imágenes, música, alimentos y por supuesto, ante el placer sexual (Leknes y Tracey, 2008).

El dolor y el placer no son sensaciones contrarias, sino que conviven constantemente, son ambivalentes. Lo que explica porque la vida representa un placer doloroso y un dolor sumamente placentero.

“Enfréntate a tu vida, tu dolor, tu placer, no dejes ningún camino  sin recorrer”, Neil Gaiman.