El 6 de agosto de 1918, un navío hoy conocido como Iron Scow se desprendió de su remolcador en las agua que llevan a las Cataratas del Niagara; a bordo iban Gustav F. Lofberg y James H. Harris, quienes, de forma casi milagrosa lograron salvare, pues el vehículo encalló cerca de Horseshoe Falls.

Desde entonces, el enorme barco se quedó atorado en el mismo punto y a lo largo de las décadas se convirtió en parte del paisaje, en uno de esos objetos que los turistas buscan con la mirada entre las aguas de la espectacular formación natural que cada año recibe a millones de visitantes.

Luego de 101 años sin un desplazamiento visible, quizá la gente se había resignado a que el Iron Scow se quedaría para siempre en el mismo sitio donde un grupo de rocas lo mantenía inmóvil, pero no fue así. El pasado 3 de noviembre, una fuerte tormenta logró hacer que cambiara su posición.

Con aproximadamente 45 metros de recorrido, la nave se colocó prácticamente al borde de una de las caídas más altas del lugar, por lo que las autoridades están evaluando la situación con la intención de proteger a los turistas que visitan la zona, pues se desconocen los daños que dicho acontecimiento podrían acarrear.

 

Como todos sabemos, los barcos flotan, pero también tienen una parte inferior de gran tamaño que le ayuda a estar estables y esas son la que pueden llegar a encallarse; no obstante este navío podría haberse atorado en las rocas por una maniobra de su tripulación.

Según relata la página oficial de las Cataratas del Niagara, en medio de la desesperación de saberse flotando a la deriva y con rumbo a una caída que habría sido mortal, Lofberg y Harris abrieron las puertas de descarga con la intención de dejar entrar agua a la embarcación. Esto hizo que su marcha fuera más lenta y eventualmente quedara detenida en las rocas, desde donde ocurrió el rescate a la mañana siguiente.