En ocasión de las campañas a la Presidencia de la República de 2018 y conforme a la invitación que tuvieran en la Asociación de Banqueros de México en Acapulco quienes habían sido postulados o aspiraban al cargo por la vía independiente, intervinieron en dicho foro y les fueron formuladas sendas entrevistas. Cuando se dio el turno de Andrés Manuel López Obrador se le formuló la pregunta de la actitud que asumiría en el caso de perder, la respuesta fue que las encuestas marcaban una clara tendencia a su favor y que de intentarse fabricar un resultado que alterara la voluntad popular “soltaría al tigre”.

Como se sabe, las elecciones y sus resultados se acreditaron con toda clara claridad sobre las bases de la institucionalidad existente, sin controversias para establecer una nueva alternancia en el poder, en este caso a favor del candidato de Morena. No hubo necesidad de soltar al tigre y la frase quedó para los anales, tal vez como un referente que de haberse intentado torcer la determinación del electorado, se hubiesen presentado acciones amplias de repudio y movilizaciones para repudiar el intento.

En paz, el tigre fue llevado a su guarida, se quedó tranquilo; pero debe considerarse si su mística e influencia, poderío y capacidad fueron parte del despliegue del gobierno, ahora no para repudiar un resultado contrario, sino para apuntalar e impulsar sus victorias.

Las elecciones que han tenido lugar, especialmente en el 2021 y en el 2022, han mostrado una desenfadada intervención del gobierno a través de sus funcionarios y de los comentarios realizados desde la tribuna presidencial. La idea de ganar el poder desde el ejercicio del poder, que tantas veces fue debatido en el pasado, se convirtió en moneda de circulación regular y acompañó a declaraciones tales como de aquella de “que les vamos a dar una paliza”.

De sobra se sabe que, si el gobierno participa en las elecciones, la posibilidad de obtener el triunfo contraponiéndose a él resulta extremadamente complicado, pues a su favor obra, abierta o solapadamente, toda la estructura que opera los programas públicos, el otorgamiento de subsidios, la gestación para brindar respuesta a las distintas demandas sociales, así como el ejercicio del gasto público con los grandes intereses y beneficios que genera su derrama. De alguna forma el reclamo de la “no reelección” presidencial expresaba que derrotar a un Presidente que se inscribía para repetir en el cargo, era poco menos que imposible, también evidenció que la estructura en la que se soporta la gestión gubernativa hacía innecesaria o superflua la participación de los partidos.

El protagonismo presidencial, su despliegue a través de las organizaciones a él vinculadas y la aplicación del gasto por su conducto, sumado a su abierta intervención en los comicios fue siempre corrosivo para el desarrollo de la pluralidad política. El partido fusionado con el presidente fue la respuesta del porfirismo a su manía de mantenerse en el poder utilizando el paraguas electoral como una patraña, a veces con la simulación de que se impulsaría a otro candidato del mismo grupo y que condujo a un juego perverso, sólo desmontado a través de una revolución.

Ahora el gobierno interviene en las elecciones de forma caprichosa, pero con determinación firme a sus funcionarios para que fueran parte de las campañas de los candidatos del partido-gobierno, más gobierno que partido; mas bien un gobierno que es partido, que organiza a sus beneficiarios en clientela, para después hacerlos militantes y activistas. Entonces se debilita a la oposición porque el gobierno avasalla la intermediación y el espacio político que corresponde a los partidos.

Desde ahora se trabaja el triunfo electoral del gobierno en el 2024 maquillado en la máscara de un partido. Es claro, a los autoritarismos no les gusta la pluralidad, la avasallan, la hacen sucumbir y, al hacerlo, lo festinan como triunfo ideológico. Se trabaja desde el gobierno en esa dirección desde hace rato; combaten a todo lo que no se pliega, a quienes se resisten los hacen enemigos y los denuestan, los descalifican, hurgan en datos del pasado para desacreditarlos cuando hallen algo.

La capacidad del Estado se despliega con eficiencia en contra de los adversarios, mientras es obsecuente con la delincuencia. Finalmente soltaron al tigre y está presto a la caza.