El advenimiento del neoliberalismo: la Estanflación

El neoliberalismo no es un movimiento aislado, tiene una larga gestación histórica en donde coinciden diferentes perspectivas en torno a la vigencia de la intervención del Estado. Existía, desde luego, el interés empresarial de manifestar su oposición crítica contra los impuestos, la regulación y en general, a todo lo que concierne a la intervención del Estado en la economía.

Coinciden en esta aversión al Estado, por otras razones, también las movilizaciones juveniles en pro de los derechos civiles y políticos, en donde el Estado se ha significado como un cruel operador de masas, que induce a la violencia y al terror. ¿Cómo no estar a favor de la desobediencia civil en un mundo en el que prevalecía la discriminación y cuando generaciones de jóvenes eran arrojadas a la masacre de una guerra insensata - como la de Vietnam - producto de la guerra fría, en donde lo que estaba en juego era el poder hegemónico de las dos grandes potencias existentes en esa época, la Unión Soviética y los Estados Unidos?

La lucha contra la desigualdad y contra cualquier forma de discriminación por motivo de género, de origen étnico o religioso, se convirtió en proclama contra el Estado. Esta protesta, surgida desde los años sesenta, se extendió por todo el mundo. La ética del interés público se concluía, era una mascarada que ocultaba los intereses de los hombres y funcionarios del Estado. Más dinero y presupuesto y, por ende, más impuestos, subsidios, permisos, contratos y licencias, servían básicamente para acrecentar el poder público. La democracia se convertía en una falacia que se oponía a la libertad. El gasto público era una forma de comprar voluntades a efecto de mantener el respaldo popular: de mantener a los hombres de Estado en el poder con el voto ciudadano.

Lejos estuvo el neoliberalismo de surgir de esos movimientos contra el estatus quo, más bien tuvo su eclosión a partir de un experimento económico soportado por una autocracia: la dictadura militar chilena. Se me hace imposible relacionar el canto libertario de Bob Dylan, Joan Báez, Pete Seeger o John Lennon con la gestación del neoliberalismo; en dado caso, lo que manifestaban era su repudio contra un Estado autoritario, violento y con tendencias hegemónicas.

El neoliberalismo surgió más por razones económicas. En los setentas el keynesianismo se había sofocado: no había dinero suficiente para mantener el equilibrio económico y social. La expansión del gasto público dejó de tener efecto alguno sobre la demanda agregada (consumo e inversión); por el contrario, surgió un fenómeno perverso: más gasto significó más inflación, bajaban los salarios reales, sin que hubiera corrección alguna en el mercado de trabajo.

La intervención del Estado se hizo inútil, sólo agravaba los problemas económicos: el estancamiento continuaba y la depresión se intensificaba y se extendía. El peor de los mundos, las políticas expansivas del Estado sólo reproducían un fenómeno jamás visto: estancamiento (o recesión) con inflación.

Importa hablar de la curva de Phillips (William Phillips) que muy sencillamente indica que cuando el desempleo disminuye, los salarios tienden a aumentar rápidamente: la mano de obra es escasa y como los salarios tienen un impacto importante sobre los costos de producción aumenta la inflación. Existe, así, una relación inversamente proporcional: a menor desempleo mayor inflación y a mayor desempleo menor inflación. El artículo de Phillips, publicado en 1958, interesa, primero, porque en términos de política económica da dos opciones: empleo o estabilidad de precios; segundo, porque a pesar de la demostración empírica que lo llevó a analizar de 1861 a 1957 el comportamiento de la inflación y el desempleo en el Reino Unido, muy lejos se estuvo de que alguien, en consecuencia, propusiera una teoría que llevara al equilibrio ideal: al pleno empleo sin inflación.

Fue Friedman el que advirtió que la correlación entre empleo e inflación pudiera ser inexistente: que aumentase la expansión del gasto sin que hubiese un incremento del empleo. El incremento del gasto mediante una expansión monetarias, en un primer momento, puede aumentar el nivel de empleo, porque podría generar el espejismo de que la economía está creciendo; pero al continuar la inflación, como consecuencia de la expansión del dinero circulante, los agentes económicos perciben que inercialmente no existe un crecimiento real de la economía, por lo que ajustan su conducta y expectativas; de modo que en lugar de producir más, mantienen su margen de operación elevando precios. Todo se desplaza en un sentido negativo, crece la inflación, pero el nivel de desocupación persiste; con el ingrediente de que la inflación se convierte en un factor causal de destrucción del empleo.

Más allá de la teoría, en la práctica esto se suscitó en 1973 cuando los precios del petróleo crecieron incesantemente hasta cuadruplicarse (de 2.90 a 11.90 dólares por barril). Los efectos fueron desastrosos. Siendo el petróleo un producto estratégico del que tenía gran dependencia el mundo industrializado, el impacto inflacionario fue inmediato, con la característica de que ello trajo también consigo una contracción severa en casi todas las actividades económicas.

Carecía de sentido cualquier estímulo a la demanda agregada. La economía no se podía reactivar con una expansión del gasto y del medio circulante, porque el efecto era contrario al esperado, significaba atizar más la inflación sin que hubiese una recuperación de la economía y del empleo. La raíz del problema era endógena al proceso productivo, los costos de producción se habían elevado exponencialmente y la única resolución posible era que los precios del petróleo disminuyeran. La expansión monetaria era innecesaria, más bien contraproducente. Algo así está pasando en la actual crisis energética.

Además, las señales se tornaron confusas, las políticas restrictivas también impactaban en los costos. La tasa de interés podía contraer el circulante, sí, pero se tornó en un costo financiero que ahogaba las finanzas públicas de los Estados nacionales y de las empresas, más si estaban sobre-endeudados. En aras de la competitividad se podían instrumentar políticas devaluatorias que beneficiaran a los exportadores, pero éstas aumentaban el déficit comercial con claros efectos contractivos, porque se ampliaba los costos de los bienes importados. La economía se movía en un rompecabezas impensable, llevaba siempre a más estancamiento y a más inflación.

La revolución conservadora

No se podía seguir de esta forma, era necesario actuar con propuestas nuevas, contar con una alternativa que generase una opción de estabilidad y crecimiento. Era el momento de poner en marcha “las medidas novedosas” que se habían impuesto en la dictadura chilena. Inglaterra y Estados Unidos fueron los primeros países en adoptarlas. Ese fue el gran momento de Hayek y Friedman, “más mercado y menos Estado”, existiendo, sí, en ambos países coincidencias: reducción del gasto público, saneamiento de las finanzas públicas, supresión de regulaciones, privatización de empresas públicas, liberación del mercado, flexibilización de la legislación laboral y abolición de sindicatos.

En el ámbito de las medidas hubo una variante significativa, por ejemplo, a Reagan si le interesaba contar con un gobierno mínimo, pero no disminuir el déficit público; le importaba más reducir los impuestos. El mensaje era claro: los empresarios deberían tener estímulos porque eran más eficiente que el Estado en la generación de riqueza.

En Thatcher como en Reagan no existía preocupación por la distribución del ingreso y así era, porque la mejoría sólo debería ser una resultante de los niveles de crecimiento y de la estabilidad macroeconómica. El dinero que gotea de los ricos hacia los pobres en forma natural, con la generación de empleos, es más eficiente que el que gotea a través de la política fiscal. En los oídos de estos líderes hacía eco la metáfora de Arthur Okun respecto a las transferencias gubernamentales: “El dinero se debe llevar de los ricos a los pobres en un recipiente agujereado. Algo simplemente desaparecerá en el camino, así que los pobres no recibirán todo el dinero que se toma de los ricos”. Se reitera, en el neoliberalismo existe más fe en el mercado que en el Estado.

Los resultados tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos estuvieron más dados por el lado de la estabilidad de precios y no por el crecimiento económico. A partir de la instauración del neoliberalismo (en los años ochenta) las tasas de crecimiento en esos países han sido mediocres, de 2 a 3 por ciento anual; distantes del 5 por ciento obtenido, en promedio, en los años sesenta y setenta. Tampoco el dinero que goteaba de los ricos a los pobres se dio de manera eficaz, otros países que sí ampliaron su gasto social, que no adoptaron el neoliberalismo en forma acentuada, hicieron más prósperas a sus gentes. Esas naciones conjugaron en sus estrategias las bondades del neoliberalismo con las del keynesianismo.

Aunque parezca paradójico el mayor éxito económico del neoliberalismo se ha dado en China. En general, las economías occidentales conciben que el mercado existe per se, que para su correcto funcionamiento sólo se debe liberar, generando así un haz permanente que ilumina con información la libertad de elección y la decisión racional de los individuos. Para los chinos el mercado no puede estar alejado de las decisiones del Estado, debe ser inducido. El correcto funcionamiento del mercado depende, entonces, en sumo grado de decisiones mayúsculas del Estado, transformándose así en un instrumento para obtener logros sustantivos.

Las reformas económicas de Deng Xiaoping y de Xi Jinping han sido graduales y profundas: en 1978 el sistema de comunas rurales fue desmantelado; luego se constituyeron zonas especiales para la inversión extranjera directa; para 1984, la economía china era dual, mitad privada y mitad estatal; en 1987 comenzó la privatización de empresas estatales y en 1999 se legalizó la propiedad privada. En ese periodo de 40 años, se pasó de una economía comunal a una economía socialista de mercado; hasta convertirse tajantemente en una economía de mercado, sin el adjetivo socialista. Las tasas de crecimiento, con altibajos, han sobrepasado el 10% anual, en promedio, lo que la han convertido en la segunda economía del orbe, contribuyendo con alrededor de 15% del PIB mundial.

En el análisis económico se puede decir laxamente que el neoliberalismo es la conjunción de factores claves: eficiencia, derechos de propiedad, moneda estable, incentivos (reducción de impuestos, si seguimos a Reagan) y prudencia fiscal.

Se supone que México, con la prédica neoliberal, con una economía que se adaptó al mercado desde los años ochenta del siglo pasado – que siguió la misma agenda de Thatcher o Reagan – debió haber llegado a una prosperidad impensable. ¿Qué pasó? Hagámonos preguntas: ¿Por qué el modelo neoliberal significó una perversión para el desarrollo de nuestro país? ¿Efectivamente alentó la desigualdad, la pobreza y la corrupción? Quedémonos en estas interrogantes.

Sigamos pensando.