La semana pasada durante la inauguración de un Banco del Bienestar en una alcaldía de la Ciudad de México, AMLO y la jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum posaban para la fotografía y al darse cuenta del momento final en que, quizá, la sociedad ovacionaba la visita del presidente, Andrés Manuel levantó la mano en un gesto que muchos daban lectura de una hipotética situación que dan por hecho.

Si nos basamos en muchos aspectos o quizá en el propio temperamento del presidente, siempre reacciona de un modo similar. Me explico: la manera de hacer política de AMLO es sonreír con mucha seguridad y mostrar la consolidación de su proyecto de nación. Eso fue. No se trató de otra cosa.

Si algo realmente le interesa a AMLO es recuperar el terreno perdido que debido al acceso de confianza y la parsimonia de parte de la estructura del CEN de Morena, así como la poca operación en las elecciones del pasado 6 de junio, dejó un saldo negativo que ya todos conocemos.

Con esta situación fue obvio que se prendieron las alarmas en Palacio Nacional. Ante ello, resulta inminente una estrategia social y política para, lo más pronto posible, recuperar gran parte del respaldo popular que pasó a manos de la oposición en la Ciudad de México.

AMLO se vio forzado a dar la cara por la jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Leyó muy bien el problema y, con un trabajo de agenda en temas de carácter administrativo, emprendió una estrategia para reconquistar el daño que ocasionó aquel exceso de confianza o mal manejo de una campaña en algunas alcaldías que dejó a merced de la oposición que aprovecharon el momento.

Esa es la verdadera realidad. Lo demás, son temas circunstanciales en momento donde, los presidenciables, se siguen asomando en Morena. No se puede ignorar el mensaje, pero, sigo insistiendo, me rehúso a pensar en una situación definida.

El presidente y su buen tacto para realizar política a ras de tierra, lo movió a ir por el corazón de la expresión lopezobradorista en la Ciudad de México. Era obvio que no se quedaría con los brazos cruzados y menos, a sabiendas de que la oposición ganó terreno.

AMLO está contribuyendo a conquistar nuevamente lo que le arrebataron y, que, en algún momento, fue una base sólida incondicional.

Por ello, no le veo lógica en determinado caso poner a trabajar y sentar las bases de la unidad con uno de sus principales operadores en la figura del secretario de Gobierno, Adán Augusto si el asunto no fuese en serio; sin lugar a dudas el propio titular de Bucareli revitalizó la función de un auténtico operador de la política interna del país.

Esa razón es suficiente dadas las reuniones con los presidenciables en su propio despacho, que hay una indicación de dar certeza para pensar que hay igualdad de condiciones para todos los aspirantes.

Lo demás, quizá muchos le puedan dar un valor, aunque, lo cierto, es que poco significa por una muy notable estrategia de unidad promovida desde la propia sede de Palacio Nacional. El más interesado es Andrés Manuel López Obrador. Él sabe que, ese factor, es sumamente indispensable; con ese plan, se encarará el proceso interno que da señales de convergencia entre los principales presidenciables.

Por ello, en estos tiempos donde la sucesión presidencial se ha calentado, no le conviene a nadie dentro de Morena propiciar la polarización máxime, porque ha aflorado los signos de un pacto de civilidad y respeto entre los aspirantes para asumir la labor de cada uno desde su trinchera.

Lo demás, es coyuntural.

AMLO sabe perfectamente que un respaldo total en aras de que el clímax de la sucesión haya subido, no es muy conveniente porque, después de todo, no solo desgasta la figura, sino que puede provocar secuelas irreparables. Hay prudencia, pero, también, mucha suspicacia.

Así, el propio presidente sabe el riesgo que corre si encara un proyecto muy anticipado con un prospecto definido con antelación. En primera, la historia contemporánea de los futuros presidenciables que son proyectados por el mismísimo jefe del ejecutivo federal, ha tenido un camino complicado al momento de designarlos.

De hecho, desde hace décadas varios presidentes en funciones no han podido posicionarse ante la inercia de las circunstancias; más bien, se han impuesto otros perfiles que saben capitalizar el respaldo de las bases y, con mayor capacidad, llegar a consensos y acuerdos con los cuadros al interior del partido.

Llegado ese momento, realmente se verá reflejado el poder político de cada uno de los presidenciables. Mientras tanto, nada está escrito. Una vez arrancado el proceso entonces sí, la cancha estará abierta para el mejor jugador que, con una estrategia de acción bien definida, puede conquistar las simpatías de militantes y simpatizantes.

Con esa premisa, no tengo duda que se propicia la unidad y, con seguridad, hay cancha pareja. Lo demás, podrá discutirse y analizarse, pero, en sí, no hay nada para nadie.

¡Qué nadie cante victoria antes de tiempo!