¿Vas a escribir sobre otra muerte, la muerte otra vez? Me dijo alguien, al comentarle este texto, como sugiriendo “no invocar” a la calaca al escribir tan a menudo de ella. Pero es lo que hay o lo que se tiene que hacer con frecuencia. Una fatalidad. De hecho, entre los que han escrito periodismo cultural, se escribe y celebra más la muerte que la vida. Y esto es una obviedad porque al morir alguien, le sobrevive la obra que ha construido, si es que ha “obrado” algo. Esto, sin garantía de un tiempo prolongado de reconocimiento y mucho menos de eternidad. Y la obviedad se subraya en el hecho de que, salvo a los hijos de la nobleza heredera, de los políticos de “alto nivel” o de los famosos del espectáculo y alguno que otro artista, rara vez se registra el nacimiento de alguien que al morir habrá eventualmente dejado una obra. Por eso desafortunadamente se celebra más la muerte que la vida (acaso haya que volver a las salas de concierto para los estrenos; aunque son escasos). Y luego, cuando pasan los años, si la obra ha valido, si encuentra eco en la sociedad, se celebrarán los aniversarios recordando a las personas y personajes y reviviendo su obra.

El pasado 23 de mayo falleció el compositor mexicano Javier Álvarez Fuentes (1956-2023) a los 67 años de edad. Quizá prematuramente, se puede argumentar. Sobre todo, cuando se ha trabajado con intensidad y asoma aún mucho por hacer y se trunca. Recién en enero pasado registramos aquí la muerte temprana (63 años) de otro compositor mexicano, Víctor Rasgado.

Javier Álvarez fue bastante prolífico para la música contemporánea en México; aunque su música ha sido interpretada en muchos países por artistas y orquestas. Música de concierto, electroacústica, performática, para cine. Tras su sólida formación en México (discípulo de Mario Lavista en el Conservatorio Nacional), Estados Unidos e Inglaterra, y en paralelo a su vida de compositor y académico, en su trayectoria obtuvo reconocimientos y premios nacionales e internacionales, y al morir ejercía como Rector de la Universidad de las Artes de Yucatán; también fue director del Conservatorio de las Rosas, de Michoacán.

Álvarez rozó incluso la fama al componer la música para la película La invención de Cronos, dirigida por Guillermo del Toro en 1993; fue nominado al Premio Ariel en las categorías de mejor música de fondo y mejor tema musical. Realizó música para otras películas y documentales, incluyendo, 0.56%: ¿Qué le pasó a México? (Lorenzo Hagerman, director, 2011), sobre el fraude electoral de 2006. Aunque Álvarez haya dicho lo sustancial en relación la celebridad en alguna ocasión: “Estoy convencido de que el tiempo pone a todos y a todo en su lugar; por esa razón sólo espero que mis obras sobrevivan el rigor del tiempo y sirvan para que otros puedan gozarla” (La Jornada; 22-04-15).

Y de ese goce, del disfrute de su música hay que hablar. En realidad, escuchar.

Javier Álvarez ha sido interpretado, reconocido y premiado por varias de sus obras a nivel internacional. Por ejemplo, su pieza para piano y banda sonora, Papalótl; de alta intensidad rítmica. O Temazcal (cercano a su música tuvo siempre “lo mexicano” pero desideologizado, temáticas mexicanas, el folklore digamos), para grabación electroacústica y maracas ejecutadas en vivo, una pieza muy rítmica y de carácter performático que a mi parecer comete la “debilidad” de finalizar precisamente con un fragmento vernáculo mexicano. Resulta muy atractiva y pragmática este tipo de realización de Álvarez: grabar una banda sonora a placer, con sus tempos rígidos para que el ejecutante del piano o las maracas realicen su interpretación a la vez que actuación. ¡Y lo pueden hacer en cualquier parte del mundo y a bajo costo!; se ahorran la orquesta. Lo mismo sucede con otra pieza dentro de este estilo para solistas, Sonoroson (2011), para banda sonora y arpa. Aquí lo disfrutamos:

La pieza más famosa de Álvarez acaso sea Metro Chabacano, interpretada por múltiples orquestas o grupos de cámara en el mundo. Al compositor le sorprendió la resonancia y el reconocimiento que obtuvo dicha pieza. Compuso posteriormente Metro Nativitas y Metro Taxqueña; desconozco si habrá cumplido la sugerencia de escribir otra estación del metro para alcanzar sus propias cuatro estaciones, como Vivaldi o Piazzola. Escribió cuando menos 2 versiones de Metro Chabacano, 1987 y 1991. La segunda versión tiene la indicación del compositor de acelerar el tiempo, por ello elijo como favorita la primera, que tiene una ejecución más sosegada. Se puede sentir el tráfago presuroso de la gente pero a la vez la calma interior de saber que hay que alcanzar, a como dé lugar, el transbordo a las líneas 2, 8 o 9.

Metro Chabacano (1987) con la partitura disponible, para el disfrute audiovisual:

Y necesariamente, aquí tiene que ir el tráiler de La invención de Cronos (1992), con la vigorosa música de Javier:

Hay disponible en youtube un buen número de piezas de Javier Álvarez que son atractivas, interesantes, emocionantes, por ejemplo Horas marcadas, quinteto para flauta y cuarteto de cuerdas; Jardines con palmeras, compuesto para la Orquesta Nacional de Francia; Ceiba de luz y sombra, para fagot y orquesta. Y espero que su ópera Mambo esté disponible pronto o se lleve a escena. En 2014 sacó al publicó un volumen con cuatro discos que sería bueno tener, Progresión: 1. Solista y Orquesta; 2. Percusiones; 3. Electroacústica y mixta; 4. Música de Cámara.

Mientras tanto y con apenas breves ejemplos de su música para comprobar la calidad de este prolífico y electroacústico compositor, escuchemos Mambo a la Braque, compuesto de manera fragmentaria, al collage, a partir de varios mambos de Pérez Prado; un mambo electroacústico:

P.d. Y si tienen tiempo, podemos escuchar como postdata la otra versión de Metro Chabacano, con la Camerata Romeu en vivo, integrada sólo de lindas chicas que probablemente nunca han viajado en el metro de la Ciudad de México; afortunadamente, además de que ahora hay mayor respeto a las mujeres, estas tienen sus vagones de color rosa:

Javier Álvarez Fuentes

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo