Este domingo se celebrarán las elecciones intermedias más vastas y complejas en la historia moderna de México. Todo indica que serán trascendentes, tal y como lo fueron las de 1997, que básicamente acabaron por simbolizar el preludio a la democratización genuina del país.

La coyuntura política y el contexto de polarización, estridencia y violencia en el que se desarrollan las campañas políticas apuntan a que lo único inevitable será el conflicto poselectoral.

Nadie admitirá haber sido vencido legítimamente en las urnas.

Las impugnaciones proliferarán.

Falta ver si luego de que se lleven a cabo los comicios AMLO decide actuar como presidente de la República o como dirigente nacional de MORENA. Ya se verá.

Lo que es un hecho, es que las señales indican a que los oficialistas están nerviosos. El golpeteo constante y sistemático en contra de la autoridad electoral refleja miedo al interior del partido en el poder. Nadie se queja del arbitraje cuando se va ganando por cuatro y le quedan dos minutos al juego. Además, anticipar fraude electoral previo a la celebración de la elección es una actitud repetida por los populistas siempre que se sienten acorralados por la derrota.

Habrá que esperar para saber si opositores y oficialistas librarán la siguiente batalla ante los tribunales o en la calle.

México no puede servir de arena para que dos leones peleen.

Ojalá la institucionalidad prevalezca.