“El habito no hace al monje, pero lo identifica…”.

Filosofía del Maestro Mariano Ramírez Degollado, fundador de la Universidad La Salle

Resulta muy interesante, desde un punto de vista de análisis de identidad y personalidad, el hecho de ver al embajador de los Estados Unidos en México: Ken Salazar, utilizar un sombrero texano cuando dicta sus conferencias, o cuando visita a nuestro presidente en el Palacio Nacional.

En todas las épocas de la historia, los sombreros y las coronas han representado el poder y la gloria de quienes los portan, como ejemplos están los faraones de Egipto, los reyes de la antigüedad y de la actualidad, Napoleón Bonaparte con su clásico sombrero triangular, el mismo Churchill con su bombín con el que saludó a todo el pueblo inglés cuando ganó la Segunda Guerra Mundial, y Charles de Gaulle con su sombrero clásico cilíndrico.

Pero ahora, resulta intrigante cuando se presenta el embajador Ken Salazar con sombreros texanos, ya que no son moda en la política actual, llamó la atención cuando dictó una conferencia delante de un cuadro pictórico de la cultura prehispánica, y entre las banderas enarboladas de México y de los Estados Unidos, portando un sombrero texano de color negro; o también cuando visitó al presidente de México en Palacio Nacional, usando un sombrero muy parecido pero de color beige.

Más que analizar los motivos del uso del sombrero texano del embajador estadounidense en México, que repito, por trascendencia histórica, la finalidad es demostrar poder y gloria, es un hecho su intencionalidad constante de llegar a acuerdos entre su país y México de toda índole, incluyendo migratorios, económicos, ambientales, de control de venta de armas, y de limitación al máximo del narcotráfico; además de manera casual por parte del destino, resulta muy interesante también saber que el embajador estadounidense tiene su apellido paterno totalmente español-mexicano: Salazar.

El día que México y los Estados Unidos realmente sean aliados y amigos, y no sólo vecinos y “socios comerciales”, surgirá una potencia económica, humana y social inimaginable hasta ahora, y quizá, se logre, portando un sombrero texano.

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