“La riqueza global aumenta en los últimos 20 años, mientras que China rebasa a Estados Unidos”, ese es el título que el Daily Mail presentó ese lunes en su página web.

Una tercera parte del aumento de la riqueza a nivel mundial le corresponde a China, cuya riqueza total aumentó de una “pequeña” cifra de 7 billones (trillones, en el sistema norteamericano) de dólares en el 2020 a 120 billones (millones de millones) de dólares. Un cambio espectacular en apenas dos décadas.

¿Y la repartición de la riqueza? “Ahí está el detalle”, en las inmortales palabras de Mario Moreno “Cantinflas”. Mientras que China ha logrado sacar de la pobreza a 800 millones de seres humanos en dos décadas, en Estados Unidos, la mitad de la población es pobre y vive al día. Un simple despido o una enfermedad grave puede ponerlos al borde de la inanición o enviarlos a vivir a la calle, situación en la cual cada vez más personas subsisten en grandes ciudades cómo Los Ángeles, San Francisco, San Diego o Nueva York, por nombrar algunas.

La atomización y declive de Estados Unidos es más que evidente. Mientras allá sigue la propagación del Covid, la inflación, la crisis económica y los anaqueles vacíos (cosa que no hemos visto ni siquiera en México), en China las cosas van más que bien. Mejor que nunca, incluso.

Con un poco de reflexión podemos decir, sin temor a exagerar, que estamos presenciando un hecho histórico: el colapso de un proyecto económico e imperial gracias a sus propias contradicciones estructurales y el regreso de una nación histórica a su lugar preponderante en el concierto de las naciones.

Quien no pueda ver eso desde ahora y le siga apostando al caballo perdedor, es un necio, un tonto o un racista. Así de simple.