I. Bloomsday

Cada 16 de junio, los lectores de James Joyce (1882-1941) celebran en Dublín y el resto del mundo el Bloomsday. Nombre derivado de Leopold Bloom, personaje central en Ulysses. Celebración ingeniada por John Ryan, Flann O’Brien y Patrick Kavanagh, se dio por vez primera en el cincuenta aniversario (1954) de la travesía dublinesa de la novela que se desarrolla durante esa fecha de 1904. El día en que Joyce se encontró por vez primera con quien sería su mujer, valedora y esposa, Nora Barnacle.

Actividades de toda envergadura, iniciando por la lectura, toman las calles y establecimientos de Dublín y encuentran eco en varias ciudades del orbe. En 2011, el festejo se incorporó a twitter, pues a las ocho de la mañana –con el reloj de la novela- se inició el tuiteo mundial de amplios fragmentos del extraordinario monólogo interior. Si tomara parte de la lectura, esta sería mi primera entrega: “Stately, plump Buck Mulligan came from the stairhead, bearing a bowl of lather on which a mirror and a razor lay crossed.” (Solemne, el gordo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima, cruzados, un espejo y una navaja). El festival tuitero ha estado a cargo de entusiastas voluntarios esparcidos por el planeta. Tal vez alcancemos a suscribirnos para el próximo año.

Hasta aquí la información. El derecho del lector se impone y puede abandonarse la lectura en este momento. Lo que sigue son meras elucubraciones.

Bloomsday en Dublín:

Representación del Bloomsday en Dublín en 2003 frente al pub Davy Byrne (Wikipedia)

II. Dificultad de Joyce

Resulta afortunado descubrir a James Joyce con el alentador Retrato del artista adolescente. Después, regocija continuar con la extraordinaria pero bella densidad de los cuadros Dublineses. Incorporar los poemas de Música de cámara y las Cartas de amor a Nora Barnacle y, con ellas, la “obscena” intimidad del escritor con su mujer, significa avanzar firme en la obra y la personalidad del autor. A partir de ese momento, un como freno nos detiene. ¡Es tanto lo que hemos escuchado sobre la dificultad monumental de Ulises y Finnegans Wake!

Contención que, en mi caso, se ha resuelto sobre sí misma al ver Off Broadway en Nueva York, The Dead (1999; Richard Nelson and Shaun Davey, letra y música respectivamente), versión teatral de la última historia de Dublineses, que también ha servido de base para la película de John Huston en 1987, y que tiene íntimas conexiones con la obra de teatro Exiliados del propio Joyce (1918). Freno que se detiene también cuando fluye la música de Samuel Barber, Luciano Berio o John Cage, sobre poemas y textos joyceanos. Con el tiempo, uno se percata de qué tan impregnado se está de Joyce cuando nos sorprendemos en nuestros propios monólogos mientras caminamos incansablemente, cuando imaginamos unos riñones a la mantequilla irlandesa, una espumosa pinta de guinness y una linda pelirroja. Naturalmente, he comido riñones, he tomado dos o tres pintas en los aeropuertos de Londres y Dublín (también en Nueva York), y he conocido dos o tres pelirrojas (una de ellas, artificial; lo pude comprobar).

III. Elizondo, Joyce y Wagner en una comida

Pienso en Joyce e irrumpe de inmediato el recuerdo de Salvador Elizondo (1932-2006). Se sabe de su fruición por el escritor irlandés. Como aperitivo de una comida hacia el 2000, copa en mano, Salvador, cruzado de piernas, aparece alegre, hundido en mullido sofá. Habla poco pero el rostro marchito y los ojillos expresan la alegría de quien comprende la escena y la digiere en su proceso interior abigarrado. Ya sentados a la mesa, lo tengo justo frente a mí. Cierto aire grandilocuente emana de su breve figura y de un impostado sonido que fluye con tan suave autoridad que uno repara apenas en su cualidad nasal, gangosa (“tono de voz gangoso pero a la vez cadencioso y que sabía imprimir un cierto aire distinguido cuando pronunciaba los textos en inglés o en francés”, Un coup de dés jamais n’abolira le hasard, de Mallarmé, por ejemplo, dice Fernando López, compositor, barítono y alumno suyo en el taller de poesía de la Facultad de Filosofía y Letras).

Pero la gracia de Elizondo, casi adolescente, se impone al conjunto de la personalidad que estoy admirando mientras repaso en los meandros el laberíntico instante de Farabeuf, pues tengo al autor allí mismo. Autor que un tanto o un mucho desentendido del resto de los comensales, sin prestar atención, busca mi complicidad y comienza a tararear “Morgenlich leuchtend im rosigen Schein…”, bella línea melódica de Die Meistersinger von Nürnberg. No puedo creer que sepa de memoria la lírica “Canción del Premio de Walther von Stolzing”. ¿Es en serio? Sí, conoce de cabo a rabo Los maestros cantores. Al unísono, fraseamos la hermosa cadencia “Eva im Paradies”; como teniendo a Eva misma dentro de los ojos. Canta Salvador a Wagner un buen rato entre sorbos y breves bocados. A los postres, susurraba ya un bolero.

Aquí la Canción del Premio en Los maestros cantores de Núremberg, de Wagner; producción que vi en Metropolitan Opera House en 2004:

De vuelta a la mullida geografía del sofá, después del digestivo, Salvador se dobla sobre sí mismo como flor marchita sobre el tallo. Paulina Lavista (hija del prolífico musicalizador del cine mexicano, Raúl Lavista, fotógrafa, belleza a la Lorena Velázquez en Santo contra las mujeres vampiro, esposa del escritor), se sienta junto a él y limpia con pañuelo un hilillo que resbala de su boca. Salvador duerme una siesta de intrincado cerebro abandonado tal vez al sueño (acaso sueñe con Pao Cheng, el doctor Farabeuf o el cuervo de Poe), a la imaginación, a una fantasía oriental o francesa, una provocadora traducción en curso, un texto mínimo que lento y gozoso manuscribe para su propio deleite. No es que haya tomado tanto, es la mariguana, me dice con cierta malicia indiscreta el anfitrión.

Después de ayudarlo del brazo a cubrir el trayecto hacia el elevador y a subir al auto en las cercanías del Parque México, llego a casa en la Narvarte y abro el libro de la narración del instante chino, pero sobre todo, Cuaderno de escritura, y leo un brillante ensayo sobre Borges después de haber releído “La Historia según Pao Cheng”, el insondable cuento de Narda o el verano. Salvador Elizondo se yergue magníficamente sobre su propia obra. Al final, antes de dormir esa noche, leí su versión de Filosofía de la composición, de Poe, y comparé The Raven en inglés con su bella traducción del mismo (y la de Enrique González Martínez en dos versiones; las tres, en una bella publicación del Colegio Nacional de 1998). Sin embargo, es tan poderoso, que Pao Cheng quedó flotando en mis sueños.

IV. Experiencias tangenciales

Una tarde, casi a inicios del siglo XXI, pasé con Gabriel Careaga a casa de Elizondo en Coyoacán, para recoger a Paulina, con quien iríamos al teatro y luego a cenar a la Avenida de la Paz, en San Ángel. Ese día saludé brevemente a Salvador. Dijo estar abrumando por la conducta de su hijo adolescente, él, ya en edad del abuelo reposado; pero con espíritu jovial.

Una tarde-noche más significativa fue cuando asistí a una conferencia que Elizondo ofrecía en el antiguo edificio de la Cámara de Comercio de la Ciudad de México, sobre Paseo de la Reforma. Desde mi silla pude admirar las grandes letras esmeradas, delicadamente dibujadas a mano sobre el papel de su exposición. Al final, cuando por alguna razón inexplicable el público se fue sobre los demás ponentes, Salvador se acercó al muro desde donde yo contemplaba la escena. Platicamos un breve tiempo sobre Joyce y las dos obras prestigiadas por su dificultad, Ulysses y Finnegans Wake.

En el inesperado diálogo, Elizondo exhibió la serena pasión por Joyce que asoma desde la adolescencia. La ambición trunca por traducirlo a su manera. Me cuestiona, con aire que entiendo paternal, ¿para qué leer la traducción del Ulises? -no deja de reconocer la de José María Valverde; no está mal, dice-, es mejor intentar directo del inglés. De la obra última, cree que es en realidad intraducible. Con que entiendas algunas cuantas líneas por aquí y por allá del Finnegans será mejor que si procuras una traducción imposible e inútil. (Recuerdo en ese instante otra gracia relatada por Fernando y que tiene que ver con el conflicto entre la concisión y la abundancia en una obra. Conferenciando en El Colegio de México, Elizondo ha dicho la extravagante pero hilarante idea de que un poema de dos líneas de Pound o Hulme podrían en su esencia y brevedad contener los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido. No es crítica a Proust sino una simple extravagancia fruto del complejo y sintético humor de Elizondo).

De vuelta a Joyce y Finnegans, los críticos expertos aún no deciden del todo si están ante un enorme fiasco o una obra magistral; no pasó lo mismo con Elizondo. Finnegans Wake le costó trabajo -no como el Ulysses, que leyó al menos seis veces-, pero al concluirla supo, dice, que marcaba el fin de la literatura homérica occidental: “Si Ulysses es la Odisea bajo el signo poundiano de make it new, el Finnegans Wake es la entelequia de la literatura. Creo que, más allá de Finnegans Wake, ya solamente queda el sistema de la escritura china. Es lo único, que yo sepa, con lo que podríamos hacer algo nuevo los escritores occidentales”. En su caso, en “Génesis de Farabeuf”, explica el mecanismo de creación de su novela recurriendo a un proceso de montaje cinematográfico del cine mudo (Einsenstein) y la gráfica de la escritura china, la técnica de producir sensaciones y situaciones a través del choque de imágenes.

JAMES JOYCE

Y sí, Salvador Elizondo solía unirse a la celebración del Bloomsday, antes de la era del twitter. Cuenta Javier García-Galiano que cada “16 de junio celebraba Bloomsday con Guinness Stout y whiskey Bushmills en su casa en Coyoacán con la complicidad gastronómica de Paulina Lavista. Algunas veces con Eduardo Lizalde (”Bloomsday”, El Universal; 09-06-22).

Me despedí de él en la acera de Reforma en una noche apacible y con un poco de brisa cuando me disponía ya a caminar. Y después de ese encuentro, continuó la lenta, paciente y aun disfrutable labor de descifrar al último Joyce, si es que es descifrable. La publicación póstuma, por Paulina Lavista, de los cuadernos de Salvador Elizondo bajo el título de Los trabajos y los días en Letras Libres, es un acto de celebración en sí mismo y un añadido a la colección de ensayos en Teoría del infierno, porque en el número de julio de 2008 se incluye una “Aproximación a James Joyce”, que proporciona una elucubración más detallada sobre Elizondo y su pensamiento, y sobre Ulysses y el genial escritor irlandés del siglo XX.

Este 2022 Joyce ha estado presente entre sus seguidores en el mundo y en México también; porque se ha convertido en una especie de ídolo literario. Auspiciado por la Biblioteca Legislativa de la Cámara de Diputados y la Biblioteca General del H. Congreso de la Unión, y en el contexto del centenario de la publicación de Ulises (1922), el crítico especialista en el autor irlandés, el editor y escritor Alejandro Toledo, ofreció una serie de tres conferencias interactivas vía virtual que resultaron de gran interés para revisar la obra y la biografía. Como resultado de esas conversaciones realizadas en abril, publiqué “Joyce y los muertos”, que aquí comparto.

Y para continuar con la celebración del Bloomsday, aquí dos videos. La primera celebración de dicho día en 1954, y una más reciente.

1. First Bloomsday, 1954:

2. Bloomsday reciente:

JAMES JOYCE

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo