Se estima que más de 25,000 personas migrantes, procedentes en su mayoría del África subsahariana, pero también de Siria y otros países en condición de miseria y/o conflictos bélicos, han muerto (la mayoría ahogados en naufragios de las llamadas “pateras”) del año 2014 al día de hoy, eso sin contar el maquillaje de cifras y también la cifra negra, oculta de los que han sido desaparecidos tragados por el gigante y helado mar desde entonces. Tristemente famosa es la Isla de Lampedusa en Italia y también la ciudad española, pero en territorio africano de Melilla, donde en tan solo un día, en 2022, fueron asesinados (en números oficiales) 37 personas por las fuerzas policíacas intentando saltar el muro, sí, un muro en donde asesinan al que lo está trepando, muy lejos de los intentos de disuasión de, por ejemplo, Estados Unidos y México.

Recientemente se ha limitado la acción de ONGs dedicadas al auxilio de estos migrantes, como la mítica ya ‘OPEN ARMS’, que han salvado con embarcaciones y voluntarios propios, miles de vidas de gente que ha estado en el naufragio o a punto de él. Independientemente de que el drama migratorio en el mundo nos evidencie como a una Civilización fallida, por mezquina, indolente egoísta y cómplice de genocidio. Lo cierto es que si un país en el mundo se ha ocupado del tema, en foros internacionales, reuniones y/o conversaciones bilaterales y acciones tangibles de gobierno es México y su presidente, Andrés Manuel López Obrador, diseñando programas públicos de inversión directa o que incentivan la inversión privada en los países emisores de migrantes, además de abrir las puertas del país a los migrantes, caso especifico (por ejemplo) de Nicaragua, ofreciendo públicamente la nacionalidad a los que la soliciten.

Open Arms en favor de migrantes

Tristemente, la oleada migratoria del año pasado y del presente, causada tanto por las crisis post pandemia y también por la falsa esperanza de ser bien recibidos en los Estados Unidos debido al cambio de discurso Trump-Biden (solo cosmético e hipócrita) hace que la inmensa mayoría de las personas en cuestión prácticamente ignoren la posibilidad de asentarse en México, como si lo han hecho, de forma más que digna, algunos aislados grupos de haitianos, en ciudades de la frontera norte, y también algunos latinoamericanos en la zona de la Riviera Maya en la industria de la construcción, sobre todo, pero solo son la excepción de una regla.

El mundo está tan torcido que se le da un Nobel de la Paz a uno de los presidentes gringos más belicosos y moritferos de la historia, pero se ignoran las acciones, y más aún, las iniciativas de un líder global, como lo es el presidente Andrés Manuel López Obrador para frenar en lo posible la obligada salida de todas estas familias de su patria a buscar un destino mejor en el gigante vecino del norte. La tragedia en Ciudad Juárez es dantesca sí, pero no es parte de una pólitica de Estado criminal (cómo sí lo es en Europa), sino una mezcla de impericia ante la tragedia (¿policías privados sirviendo a gobiernos?, un acuerdo a escondidas de la gobernadora de -obvio panista - de Chihuahua con el gobernador de Texas para frenar, a como de lugar, la migración, y un canciller -trasciende un acuerdo al interior del gobierno qué traslada las responsabilidades en materia migratoria a de SEGOB a SRE- de tendencias inocultablemente neoliberales y alejadas por competo del humanismo mexicano con el que AMLO trabaja día con día, más la imposición de los Estados Unidos para convertir a México en un ‘tercer país ¿seguro? de facto’).

México es parte, por su inamovible geografía, del drama migratorio que padece el mundo, pero a años luz del infierno cotidiano en que está convertido el Mediterráneo, con ausencia prácticamente total de voluntad política real, de parte tanto de gobiernos como organismos multilaterales, de intentar poner fin al drama. Eso sí, la oposición en México, cada día más semejante a un sucio buitre, intenta sacar de un incidente dolorosísimo para todos, inconfesables beneficios políticos, qué además, no conseguirán y solo llegan al objetivo opuesto: exhibir, aún más, su proverbial mezquindad.