Ciudad del Vaticano.- La guerra es una locura de los planificadores del terror y los empresarios de las armas, dijo hoy el papa Francisco en el cementerio de Redipuglia, donde reposan los restos de 100 mil 187 soldados caídos en la Primera Guerra Mundial.

?La guerra destruye. Destruye también lo más hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!?, advirtió.

En el centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial (13 de septiembre de 2014), el pontífice celebró una misa en el Monumento Militar de Redipuglia, en la provincia italiana de Gorizia.

Antes visitó el cementerio austrohúngaro de Fogliano de Redipuglia, donde reposan 14 mil 550 soldados caídos en esta zona.

A la entrada está grabada la frase ?Im Leben und im Tode vereint? (Unidos en la vida y en la muerte). El Papa depositó una corona de flores ante el monumento central que acoge los restos de siete mil soldados desconocidos.

Después se dirigió al Monumento Militar, un cementerio dedicado a la memoria de más de 100 mil soldados italianos caídos durante la Gran Guerra, que surge en las faldas del monte Sei Busi, una cima contendida en las primeras fases de la Guerra y en cuya base se encuentra la tumba de Emanuele Filiberto de Saboya Aosta, comandante de la Tercera Armada.

En su homilía en el lugar, el Papa habló del asesinato de Abel para condenar la indiferencia ante las guerras.

?Viendo la belleza del paisaje de esta zona, en la que hombres y mujeres trabajan para sacar adelante a sus familias, donde los niños juegan y los ancianos sueñan aquí, en este lugar, cerca de este cementerio, solamente acierto a decir: la guerra es una locura?, afirmó.

Denunció que la avaricia, la intolerancia, la ambición de poder son motivos que alimentan el espíritu bélico, y estos motivos a menudo encuentran justificación en una ideología; pero antes está la pasión, el impulso desordenado.

?La ideología es una justificación, y cuando no es la ideología, está la respuesta de Caín: ¿A mí qué me importa de mi hermano?, ¿Soy yo el guardián de mi hermano? La guerra no se detiene ante nada ni ante nadie: ancianos, niños, madres, padres?, anotó.

Dijo que sobre la entrada del cementerio ?se alza el lema desvergonzado de la guerra: ¿A mí qué me importa? Todas estas personas, que reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños, pero sus vidas quedaron truncadas. ¿Por qué? Porque la humanidad dijo: ¿A mí qué me importa??.

?Hoy, tras el segundo fracaso de una guerra mundial, quizás se puede hablar de una tercera guerra combatida por partes, con crímenes, masacres, destrucciones. Para ser honestos, la primera página de los periódicos debería llevar el titular: ¿A mí qué me importa? En palabras de Caín: ¿Soy yo el guardián de mi hermano??.

Señaló que ?esa actitud es justamente lo contrario de lo que Jesús nos pide en el Evangelio. Lo hemos escuchado: él está en el más pequeño de los hermanos: él, el rey, el juez del mundo, él es el hambriento, el sediento, el forastero, el encarcelado?.

?Aquí, y en el otro cementerio, hay muchas víctimas. Hoy las recordamos. Hay lágrimas, hay luto, hay dolor. Y desde aquí recordamos a todas las víctimas de todas las guerras. También hoy hay muchas víctimas ¿Cómo es posible??, demandó.

Dijo que la guerra es posible porque también hoy, en la sombra, hay intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y poder, y está la industria armamentista, que parece ser tan importante.

?Y estos planificadores del terror, estos organizadores del desencuentro, así como los fabricantes de armas, llevan escrito en el corazón: ¿A mí qué me importa?, dijo el pontífice.

?Con ese ¿A mí qué me importa? que llevan en el corazón los que especulan con la guerra, quizás ganan mucho, pero su corazón corrompido ha perdido la capacidad de llorar?, señaló.

Finalizada la misa y tras recibir el saludo del arzobispo castrense para Italia, Santo Marciano, y de los jefes de estado Mayor y comandantes generales, el obispo de Roma entregó a los presentes la lámpara ?Luz de San Francisco?.

Después, el Papa Francisco se despidió de todos y se trasladó al aeropuerto Ronchi de los Legionarios para emprender el regreso al Vaticano.