Su abuelo Benito estuvo en la cárcel condenado a muerte por haber administrado un periódico socialista. También había sido comisario político de un batallón y se había salvado porque cuando firmaba para recibir el dinero que le mandaba su familia, modificaba su nombre por un acto de coquetería.

Nunca pudieron establecer quién era Benito. Sabían que era socialista pero no comisario político porque a esos los mataban al final de la guerra, al instante. Y la hoja que recibió cuando lo liberaron cuelga en una pared de su casa, que entre cientos de libros y esculturas de Botero, se pierde en la luz tenue que elige para no pagar recibos con cantidades exorbitantes. 

Foto: Raúl Ibáñez / SDPnoticias

No es protagonista de su nuevo libro pero sí pilar para la decisión que tomaría su padre, que había crecido en la redacción de Don Benito y que, siendo periodista en plena dictadura franquista, no podía contar lo que le importaba y buscó la libertad en el ciclismo, lo que a Taibo le pareció merecedor de ser contado.

El libro es una novela doble cocinada lentamente para alejarse de la narrativa histórica y adentrarse a la ficción y a la crónica periodística con dos historias en un sólo volumen; el primero (La libertad, la bicicleta), un reportaje personal sobre las peripecias de su papá como cronista deportivo; el segundo (El olor de las magnolias), la historia de un grupo de supuestos campesinos italianos traídos a Veracruz como parte de la política de Porfirio Díaz para contener los movimientos indígenas.

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Paco, que no se considera un individuo libre, sino uno que pelea todos los días porque "la miel es para los demás", platica entre cigarro y cigarro que curiosamente no sabe montar en bicicleta pero heredó de su padre el amor al ciclismo deportivo. Ese sentimiento lo condujo a estudiar 60 horas de documentales franceses sobre las vueltas ciclistas de los años 50 y 60.

"Al final yo era capaz de decir cosas maravillosas". Y así lo hizo, como su padre, que alcanzó la fama en México porque "escribió la crónica futbolística más loca que se puedan imaginar".

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Pero en El olor de las magnolias pareciera que la verdad se esconde tras dar dos vueltas a la esquina, como él mismo lo describe, porque presta a sus personajes elementos de la realidad que necesitaba para construir una ficción. El resultado es una mezcla fascinante de historias cercanas. 

Dualidades tan humanas como el horrendo Teodoro Dehesa, que a pesar de sus artimañas como gobernador de Veracruz, quiso ser recordado no como ladrón, sino como el protector de un gran poeta y un pintor al que le otorgó una beca para estudiar en Londres antes de convertirse en el maestro Diego Rivera.

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"Hay ciertos personajes con los que me identifico y a los que les he regalado parte de mi vida por comodidad, pero cada  uno tiene voz propia, si no, se te mueren". 

Quizá por ello hay varias trampas cronológicas, un olor a magnolias que viene del pasado y un buscar la causa perfecta para la muerte, porque cuando uno llora mucho "el llanto te va secando por dentro y eso te lleva al sueño, lo más parecido al descanso".