No estoy de acuerdo con lo que dice, pero daría mi vida por defender su derecho a decirlo.<br>

Atribuida a Voltaire, pero es de su biógrafa Evelyn Beatrice Hall

Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco.<br>

Jaume Perich, humorista español

Sergio Aguayo se vio obligado, por la decisión de un juez de lo civil de la Ciudad de México, a pagar 450 mil pesos de fianza. Esto, para que no fuesen embargados sus bienes de acuerdo a una sentencia en el tribunal local que dicta compensar a Humberto Moreira con la friolera de 10 millones de pesos como pena por haberlo “dañado moralmente”. Hace algunos años, en un escrito, el académico y columnista opinó que con el encarcelamiento del ex gobernador en España, “Moreira enfrenta a una justicia: la española, que con ese acto muestra que las instituciones mexicanas son virtuosas en la protección de los corruptos”. No es la primera vez que Aguayo cuestiona la actuación del poder judicial (en todos sus ámbitos). Y decir que solo la justicia española “servía” no les ha de haber caído muy en gracia a los jueces, lo que tal vez incrementó la saña de estos contra el denunciado.

La pluma guiada por Aguayo sostuvo también en ese artículo de 2016: “Moreira es un político que desprende el hedor corrupto…”, lo que bastó para que el ex mandatario coahuilense solicitara que la justicia de la CDMX “limpiara” su nombre por lo que había dicho el columnista.

El resultado —que no el definitivo, afortunadamente— ya lo conocemos. Una justicia corta, manca y que prefiere apoyar a Moreira (como se demostró con uno de los jueces que llevó el caso), antes que defender la libertad de expresión y hacer valer la ley y la justicia en nuestro país.

Claudia Sheinbaum —con justa razón—criticó la muy objetable decisión del juez capitalino e hizo un llamado a defender la libertad de expresión. Como gobernante vio la dimensión del daño causado a Sergio Aguayo y a las libertades por el poder judicial de la Ciudad de México.

La decisión judicial no solo va contra el periodista, atenta contra la libertad de expresión en su totalidad. Si esta sentencia se mantiene y se confirma en otras instancias, la labor periodística de cualquier columnista, reportero, periodista, analista, académico y escritor, podrá ser medida, tasada y encontrada culpable por decir o señalar lo que a los gobernantes, poderosos, influyentes o narcotraficantes no les parece.

Es terrible como ya hacen algunos en redes sociales culpar a la 4T de esto, pues nada está teniendo que ver. Miope de los medios de comunicación no entender que la sentencia en cuestión atenta contra todo el gremio, el país y las garantías individuales consagradas en nuestra Carta Magna. Chiquita la actitud de algunos periodistas y comentaristas cuando prefieren entrar en las nimiedades de si Aguayo ya había sido embargado o está apenas en riesgo de que eso ocurra.

Cuando en el 2010, Liu Xiaobo, defensor de los derechos humanos, recibió el Nobel de la Paz dijo: “la libertad de expresión es la base de los derechos humanos, la raíz de la naturaleza humana y la madre de la verdad. Matar la libertad de expresión es insultar los derechos humanos, es reprimir la naturaleza humana y suprimir la verdad”. Su dicho es tan actual hoy en día como lo fue hace 10 años.

No dimensionar lo que está en juego a través de lo que le ocurre a Sergio Aguayo (como muchos antes que él) es no querer entender que la libertad de expresión se encuentra en jaque por cuestiones particulares y que nada tienen que ver con esa garantía. Que está desarrollándose un ataque formidable y a la vez silencioso.

La libertad de expresión sufre la cotidianidad de las “fake news”, la época de la pos verdad y la media verdad. Ya también es presa de la cacofonía de las opiniones y de la trivialidad. No se puede permitir entonces, que también sea vulnerada por el poder de la autoridad.

Sergio Aguayo somos todos y no defender su dicho, ni su libertad para expresarse al respecto del quehacer y el carácter de las autoridades, de los representantes o de las figuras públicas es condenarnos a perder la libertad de pensamiento y de palabra.

La libertad está en juego; desafortunadamente, algunos prefieren ser esclavos de sus miedos, sus intereses, sus egos y sus envidias. Triste defensa de quienes deberían de ser sus adalides.