Una y otra vez, en las masacres en masa perpetradas decenas de veces al año en los Estados Unidos, el poderoso lobby de las armas de fuego se las ha arreglado para apuntar el dedo de la responsabilidad de estas muertes a cualquiera, menos a ellos mismos.

Que si la falta de valores, que si se necesitan maestros armados dentro de los salones de clases, que si hay que permitir que la gente porte armas escondidas o que si los videojuegos. La realidad es otra. Una sociedad en donde el acceso al armamento de alto poder sea generalizado, será una sociedad en donde aumentarán estos hechos de violencia. Es así de sencillo.

La tragedia en el Colegio Cervantes de Torreón cabe más dentro de un contexto calcado de nuestro vecino norteamericano que a otra cosa. Recordemos que de 2006 a 2011 (aciagos años del espuriato de Felipe Calderón), la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF, por sus siglas en inglés) inundó a nuestro país de armas, como parte de su fallida operación “Rápido y Furioso”.

Fueron miles las armas que en ese entonces ingresaron a nuestro país so pretexto de “rastrearlas” y eventualmente desmantelar los cárteles de la droga de nuestro país. Pero no se logró ni lo uno ni lo otro y estas armas, y muchas otras, siguen fluyendo de los Estados Unidos a nuestro territorio sin ningún tipo de control.

Estados Unidos es, por mucho, el principal exportador de armamento en el mundo. Rifles de alto poder pueden ser adquiridos con poco control en diversos estados de la Unión Americana y pueden ingresar a nuestro país con facilidad.

No son los vidoejuegos. Los mismos videojuegos violentos, que personalmente a mi no me gustan, se exportan a países sumamente pacíficos como Japón, Finlandia e Islandia. La diferencia es que en esos lugares la venta de armamento de alto poder a civiles está restringida o se limita a rifles de caza.

Lo que si influyen en estos hechos de violencia en las escuelas y en las calles de nuestro país es el acceso sin control al armamento y la desintegración del tejido social. Y en la época moderna, ambos hechos tienen origen en el sexenio sangriento del ilegítimo Calderón.