Las personas que critican el brutal final de la serie basada en la obra de George R. R. Martin no comprendieron el mensaje alusivo a la brutalidad de la guerra que intentó transmitir del escritor de fantasía y ciencia ficción.

A lo largo de la serie, observamos cómo personajes con “honor” como Ned Stark fueron destruidos por adversarios despiadados. Pero principalmente, fuimos testigos de cómo los personajes “anónimos” (esclavos, aldeanos, campesinos, el proletariado sin nombre de lugares como King’s Landing y Winterfell) eran quienes terminaban pagando el precio de las guerras de los cinco reyes y demás pretendientes al trono.

Incluso, más allá del final violento (y merecido, puesto que se trataba de una tirana y una genocida) de Daenerys Targaryen, poco o nada supimos del sufrimiento de los decenas o miles de inocentes masacrados por la “reina de los dragones” durante su masacre. ¿Quién los lloró, o se preocupó por ellos, más allá de Tyrion Lannister o, muy a regañadientes, Jon Snow? 

Westeros y el resto del mundo creado por Martin es tan brutal y despiadado como nuestra vida real. En este contexto, era imposible un final feliz, una “boda real”, o incluso la instauración de una “democracia” como lo planteaba Samwell Tarly, ante las carcajadas de todos los “lores” presentes.

En la vida real no existen los "finales de Disney" y la serie era imposible que terminará con una boda entre Jon y Dany, amenizada con "perreo" de algún reguetonero de moda. La escena más reveladora de este último capítulo es el relativo a la primera reunión del consejo real de "Bran el Roto". Más allá de gestas heroicas o legendarias, lo que se tenía que resolver eran problemas de burdeles y alcantarillados.

Quizás lo que nos incomoda del final del Juego de Tronos, es que, más que un escapismo, terminó por convertirse en un espejo de nosotros mismos.