No hay tal debate sobre el debate. Cada quien tiene una opinión, que defiende a partir de su postura política, lo que hace que las pasiones tomen el lugar de las razones, los argumentos y el diálogo. 

Los políticos opinan del tema a partir de sus propias estrategias electorales, el empresario Salinas Pliego lo hace a partir de las ganancias de su empresa y el gremio periodístico trata de posicionar el tema desde un punto de vista aparentemente neutral, mientras gran parte de la academia y la intelectualidad mexicana rehúye hablar del asunto para no “contaminar” de política los impecables dossiers que se producen en el Olimpo para regocijo de sus pares. 

Lo cierto es que no se escuchan entre ellos. Hay una profunda división entre los políticos, los empresarios, los periodistas y los intelectuales de este país y eso se refleja no solamente con el tema del debate, sino con cualquier tema que sea nodal para el país, lo que deja en la orfandad y la desesperanza al ciudadano de a pie, en cuanto a lograr acuerdos que mejoren sus condiciones de vida. 

Entre la disyuntiva de observar el debate en el que participan los candidatos a la presidencia de México y el fútbol, está la libertad de cada quien de decidir a su libre arbitrio una opción o la otra; sin embargo, el asunto es más complejo de lo que a simple vista se pueda deducir. 

La telecracia 

Eduardo Galeano, intelectual, periodista, poeta y monero uruguayo, escribió “El fútbol a sol y a sombra”, donde ofrece anécdotas narradas desde su perspectiva utilizando la metáfora, la nota periodística y el análisis más riguroso en términos de investigación del fenómeno llamado fútbol. 

¿Sabía usted, estimado lector, que vivimos en una telecracia? ¿qué es eso? ¿Está loco Galeano? 

 

Lo que afirma el uruguayo tiene sentido. Los grandes capitales mueven al mundo. No se juega el fútbol por el placer de hacerlo ¿a quién importan esas cursilerías del deporte y de los duelos, las competencias y las gestas deportivas al estilo de la Grecia Antigua? 

Hoy por hoy, dice Galeano, el estadio es un gigantesco estudio de televisión. Se juega para la tele, que te ofrece el partido en casa. Y la tele manda. 

Y si tiene usted duda de esto, vea la controversia suscitada por las palabras de Salinas Pliego. TV Azteca es una señal con valor y su dueño se preocupa por la energía eólica y el desarrollo sustentable, pero no se equivoque usted, estimado lector, porque para este señor, la democracia no es más importante que ganar dinero y de paso, posicionar al equipo de fútbol del que es dueño el señor Ricardo Benjamín y que no ha resultado un buen negocio del todo. 

Y pregunta Galeano ¿Quién dirigió el Mundial del 86? ¿La Federación Mexicana de Fútbol? No, por favor, basta de intermediarios: lo dirigió Guillermo Cañedo, vicepresidente de Televisa y presidente de la cadena internacional de la empresa.

Televisa, dice el uruguayo, no sólo tiene en sus manos las transmisiones nacionales e internacionales del fútbol mexicano, sino que además posee tres de los clubes de primera división: la empresa es dueña del América, del Necaxa y del Atlante. 

Con Sansón a las patadas 

Cuenta Galeano que en 1990, Televisa hizo una feroz exhibición de su poder sobre el fútbol mexicano. 

En aquel año, el presidente del club Puebla, Emilio Maurer, tuvo una idea mortal: se le ocurrió Televisa bien podía desembolsar más dinero por sus derechos exclusivos para la transmisión de los partidos. 

La iniciativa de Maurer encontró buen eco en algunos dirigentes de la Federación Mexicana de Fútbol. Al fin y al cabo, el monopolio pagaba poco más de mil dólares a cada club, mientras ganaba fortunas vendiendo los espacios de publicidad. 

Televisa enseñó, entonces, quién es el amo. Maurer sufrió un bombardeo impecable: de buenas a primeras se encontró con que sus negocios y su casa habían sido embargados por deudas, fue amenazado, fue asaltado, fue declarado fuera de la ley y se libró contra él una orden de captura. Además, el estadio de su propiedad, el Puebla, amaneció un mal día clausurado sin aviso. Pero los métodos mafiosos no bastaron para bajarlo del caballo, de modo que no hubo más remedio que meter a Maurer en la cárcel y barrerlo del club rebelde y de la Federación Mexicana de Fútbol, junto con todos sus aliados.

 Fenómeno mundial…la telecracia 

En todo el mundo, dice Galeano, por medios directos o indirectos, la tele decide dónde, cuándo y cómo se juega. El fútbol se ha vendido a la pantalla chica en cuerpo, alma y ropa. Los jugadores son, ahora, estrellas de la tele ¿Quién compite con sus espectáculos? Pregunta Galeano. 

Lo que acertamos a dilucidar con todo este asunto, es que el fútbol y la democracia comparten algo más que las “muchedumbres psicológicas” de las que habla Koch y que convierten al individuo en parte de una masa que sigue a un partido político o a un club de fútbol. 

¿Ocurre en la democracia lo mismo que en el fútbol? ¿Usted qué opina, estimado lector?