Tomás Segovia, quien además de buen poeta era todo un don Juan, diferenciaba entre el seductor y el conquistador. Para el primero, el amor es deporte: atrapa a su presa y huye; pica y se va. Para el segundo, el amor es permanencia: el conquistador se queda con su objeto de deseo.

Enrique Peña Nieto no es un conquistador, no quiere envejecer al lado de una pareja; pica y (tarde o temprano), se va. No es una debilidad suya: es su técnica de abordaje. Sus atributos no son físicos: es bajito, ancho de caderas y anguloso. Nada del otro mundo.

Su método, entonces, es el mismo que perfeccionó Capablanca (otro legendario don Juan bajito): velada romántica, loción cara, extremas amabilidades con la presa, rendirse a la Venus de turno, exagerar las cortesías, cenar en restaurante Michelin, escanciar un Petrus y cargar American Express.

La seducción como deporte extremo no es cuestión de dinero (aunque también). Va más allá. Eso lo sabe el galán Zac Efron, o en México, Carlos Rivera. Igual lo sabe Tania Ruiz Eichelmann, la jovencita modelo de (por ahora) Peña Nieto. Tania tiene una frase que la pinta de cuerpo entero: “hay que sentir más y pensar menos”. Pero no nos vayamos con la finta. No es que la linda Tania sienta todo y piense nada. En todo caso, piensa mucho: quizá de más.

Y uno, que suele llevar cualquier tema a la poesía, recuerda un poema del genial Gilberto Owen (otro seductor), que le dedicó a una jovencísima prima suya, caída en sus brazos: “de mi saldrás exangüe y destinada a sueño, como las mariposas que capturan los dedos crueles de los niños”.

En la inverosímil y acaso efímera pareja que forman Peña Nieto y Tania Ruiz, ¿quién de lo dos es la mariposa y quien el dedo homicida? Para despejar esa duda que carcome el alma, les contaré una triste anécdota personal. Cuando yo cursaba la prepa, una compañera escultural fue seducida por un ranchero setentón. Todos los alumnos de mi escuela acusamos al viejo sombrerudo por querer abusar de la niña-mariposa. ¡Maldito viejo! El cortejo anómalo duró meses. En ese lapso, mi amiga le bajó alhajas, anillo y casa; lo convenció de divorciarse de su mujer, abandonar a su familia y que le comprara una camioneta Lobo (confieso que yo la manejé). Finalmente, el viejo setentón, al borde del colapso nervioso, se suicidó tirándose de un puente. ¿Quién fue aquí la mariposa y quién el dedo cruel que la apachurró? ”Pensar más y sentir menos” (¿o era al revés?). Ya lo dijo Tania, nuestra modelo pensadora.