Era muy probable. Se respiraba en la atmósfera desde antes de la elección a la dirigencia nacional del PRI cuando los momios favorecían abiertamente a Alejandro Moreno, Alito: Ivonne Ortega, su principal competidora abandona el barco. Se va del partido.

Más allá de que la salida de la yucateca al tricolor salpica la necesaria operación cicatriz del nuevo líder de los priistas, y de que es una renuncia light - porque Ivonne no impugna la elección y su compañero de fórmula Alfonso Cázares se queda en el PRI- esta baja es relevante porque se da en el contexto de un partido extremadamente debilitado.

El video en el que anuncia su salida deja el sabor de boca de que el PRI critica al PRI. Ofrece este espectáculo. De que los mañas y argucias legendarias de este partido, que transmutaron bien al resto de las constelaciones políticas, de los otros partidos, tuvieron peso en esta contienda interna.

“Nadie tiene duda de que el domingo pasado vivimos una de las jornadas más vergonzosas del PRI y del país”, dijo Ivonne Ortega en el video donde deja la organización en la que militó por 29 años.

“El resultado para el PRI es que lo refundieron”, señala. “Si se insiste en las viejas mañas y las prácticas deshonestas mostradas durante la elección, el PRI, de la mano de la cúpula, sólo tiene una ruta: la extinción”.

El costo histórico de la división del PRI

La renuncia de Ivonne, también es un recordatorio de que el problema del PRI es el PRI. De que las rencillas internas han sido kriptonita para esta organización, que dominó el escenario político mexicano por décadas.

 

Al dividirse, siempre ha perdido.

La historia de estas rencillas internas en las últimas tres décadas ha sido un juego perder/perder para este partido, al que llega a comandar Alito

En la primera gran factura, de la salida de Cuauhtémoc Cárdenas en 1986, como cabeza del ala nacionalista del PRI que fue derrotada por la facción neoliberal, que colocó como candidato a Carlos Salinas de Gortari, y que culminó con Cárdenas como contendiente de izquierda por el Frente Democrático Nacional, el resultado, tras la vergonzosa caída del sistema, fue un triunfo cuestionado del PRI en 1988, que aún hoy a 34 años no ha podido despojarse de la sombra de fraude. Fue Kramer contra Kramer.

La segunda fractura se dio en las profundidades de las corrientes priistas, en 1994, cuando Salinas impuso a Luis Donaldo Colosio como candidato a la presidencia, en confrontación con otras corrientes del partido que veían con recelo a Salinas y leían – correctamente- que con esta decisión buscaba perpetuarse en el poder. Manuel Camacho, dentro del círculo salinista, también se opuso lo que complicó la campaña colosista. El resultado, trágico, de este complejo cóctel de circunstancias para el PRI, fue el magnicidio de Colosio (quien también tuvo fricciones con Salinas) y de José Francisco Ruiz Massieu, y la candidatura sustituta de Ernesto Zedillo en medio de enfrentamientos con Echeverría. Los electores, movidos por el voto del miedo, eligieron a Ernesto Zedillo. Al final, éste último, tras el pleito con Salinas (otra división que ha continuado hasta nuestros días) por la autoría de la crisis de 1995, con un PRI ya debilitado en su credibilidad, entregó el poder al panista Vicente Fox en el año 2000, en la primera alternancia de la historia moderna.

En el 2005, el PRI sufrió un nuevo enfrentamiento, con la lucha entre las corrientes internas por la candidatura a la presidencia como telón de fondo, entre Roberto Madrazo, quien ganaría la estafeta, y Elba Esther Gordillo, quien fue expulsada del partido pocos días después de las elecciones de 2006. El costo esta vez fue caer a la tercera fuerza política, detrás del PAN que repitió en Los Pinos con Calderón, y López Obrador, que reclamó fraude.

Luego de que, en 2012, tras la segunda gestión panista de Felipe Calderón, el PRI recuperó la presidencia con Enrique Peña Nieto, tras una gestión desafortunada, teñida de corrupción y de fracaso en la inseguridad, el PRI, cayó con su candidato José Antonio Meade en la crisis más grande de su historia, obteniendo una fracción minúscula de votos, y una cosecha de posiciones en el Congreso que lo redujo a la condición de chiquillería.

Esta vez el arsénico para la credibilidad del PRI, más que la división por la designación del candidato, que sí se dio, pero logró sofocar bien Peña, fue la mala gestión.

 

La factura por la salida de Ivonne, el acercamiento con AMLO y lo desafíos

La salida de Ivonne no estremece al partido. Alito fue hábil para controlar lo hilos. Ganó mucho antes del día de la elección. Operó con Peña. Alfredo Del Mazo, figura clave, ya sea por la posición vulnerable ante AMLO, como todos los gobernadores, o por sugerencia del propio Peña, se sumó al ex gobernador de Campeche como aspirante del tricolor. El resultado fue el apoyo de los gobernadores. El costo fue la salida de José Narro, quien había destapado sus intenciones de dirigir al PRI. La alianza con Rubén Moreira, el ex gobernador de Coahuila, que derivó en la secretaría general del PRI para su esposa Carolina Viggiano, fue clave.

¿Cercanía de Alito con AMLO? Pareciera que es muy difícil decir que no. De eso a afirmar que será afil del presidente hay una distancia muy grande. Habrá quien diga que, con la posición vulnerable del PRI tras la elección presidencial, la disputa por un partido disminuido entre los cabezas de grupo, como Manlio, Gamboa, por supuesto el grupo de Peña, los 13 gobernadores; y la fuerza extraordinaria de AMLO, cualquier aspirante a dirigir al partido habría hecho lo mismo.

El reto del nuevo dirigente del PRI será saber ser oposición. Muchos ojos, no sólo los de los priistas y sus grupos cupulares como dice Ivonne, estarán atentos al discurso de Alito frente al gobierno y a las decisiones que impulse en el Congreso frente al nuevo gobierno de la 4t, como cabeza del tricolor.

La salida de Ivonne, si bien no sacude el partido, es significativa en un contexto donde, literal, se juega la supervivencia con una numérica bajísima de adeptos al PRI. Dentro de la militancia de priistas, que eligió al nuevo líder, hubo una abstención del 70%.

El electorado, que sigue dolido con los tricolores, en el balance, le dio la espalda el PRI en las recientes elecciones donde se jugó principalmente Puebla y Baja California. Claramente, aunque MORENA perdió terreno y la abstención se elevó a las nubes por un elector donde el signo es la desconfianza, los votantes vieron al PAN, acérrimo enemigo del PRI, y no al tricolor, como la opción.

Ivonne goza de crédito moral. La pérdida no es menor.

El reto de Alito, tras abandonar el barco su principal competidora, es, primero, cicatrizar las heridas con los grupos con los que contendió. Tender puentes con las figuras de peso del priismo, que pesan tras bambalinas, como Osorio, Manlio y Gamboa, una vez que la liga con Peña parece tenerla.

Esa tarea es crucial pero menor frente a la otra, mayúscula, de recuperar la confianza del electorado, herida de muerte en las últimas contiendas.

Si MORENA cayera en su popularidad -una gran interrogante- ¿podrá el PRI captar los votos que emigren de estos electores que son una especie de primos hermanos, del mismo tronco tricolor? ¿O irán hacia el PAN y otras fuerzas políticas?

Finalmente, el desafío se resume, en una palabra: sobrevivir.