Después de mi casamiento he pensado noche y día de quién era la culpa, y cada vez que pienso sale una nueva culpa que se come a la otra, pero ¡siempre hay culpa!<br>

Federico García Lorca en 'Bodas de sangre'

Madrugar tiene sus ventajas. Entre otras, leer los periódicos cuando aún traen información fresca. Desde ayer domina en las columnas políticas el tema de la “boda maldita”. No se trata de un drama de García Lorca… ni de una vieja telenovela mexicana. Tampoco es una moderna serie de Netflix. No va por ahí la pelota, como bien comprendemos.

La boda maldita es, con la pena, la de la hija de Juan Collado, multimillonario abogado de los Salinas de Gortari y de Enrique Peña Nieto.

Y es que ya han caído varios de los asistentes a la fiesta de casamiento en la que estuvo el más grande vendedor de discos en español, Julio Iglesias.

En El Heraldo de México, mi compañera de estas páginas de SDPnoticias Verónica Malo Guzmán, ha hecho la lista de los invitados a la boda que ya están sufriendo persecuciones por lavado de dinero.

Lo interesante de esa lista es lo que ella apunta: que aún falta el platillo principal:

“Ya pasaron a la guillotina (y este orden): Rosario Robles, Juan Collado, Eduardo Medina Mora y Carlos Romero Deschamps. Falta Peña Nieto, el invitado principal; ¿o será Luis Videgarray Caso? En la política nacional, como en la referida boda, también se nos sirve un ‘menú’; el que sea de degustación o no, ya depende de las reglas de la politología. Estas, aunque no igual de exactas a las de las ciencias naturales, sí existen y son muchas y variadas”.

¿Caerá Videgaray, es decir, será el aperitivo antes de que se le sirva a la opinión pública el platillo principal que sería la acusación formal contra EPN, el primer ex presidente que estaría en esa situación?

Tiene Videgaray en la 4T un motivo extra de preocupación, además desde luego del hecho de haber sido el poder tras el trono el pasado sexenio. Ese motivo extra tiene nombre y apellido: Pedro Aspe.

Es curioso, pero el economista neoliberal por excelencia en México, el doctor Aspe, tiene gran influencia emocional en dos de los más poderosos colaboradores de AMLO: (i) el jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo —en Monterrey Pedro fue subordinado y socio de Poncho —, y (ii) el consejero jurídico de Palacio Nacional, Julio Scherer, que como todo el mundo sabe durante años ha tenido la mejor relación amistosa con el hombre que fue secretario de Hacienda en el salinato.

¿Por qué Pedro Aspe estaría interesado en la desgracia de Luis Videgaray? En realidad, no creo que le interese gran cosa el destino del ahora profesor del Massachusetts Institute of Technology. Y ese es el problema: que a Aspe le tenga sin cuidado el futuro de Videgaray.

Y es que si Aspe no detesta a Videgaray, ya no aprecia como persona a quien fuera su pupilo.

Aspe formó a Videgaray. El primero le dio trabajo al segundo en 1992, en el gobierno de Salinas, antes de que Videgaray se graduara como economista en el ITAM. Gracias a ese curriculum y lógicamente debido al apoyo de Aspe —también, desde luego, por sus méritos académicos— pudo Videgaray estudiar un doctorado en el MIT de Massachussets. Al volver a México, trabajó de nuevo con Aspe, ahora en la consultoría Protego. Debido al trabajo en la empresa de Aspe, pudo Videgaray relacionarse con el joven Peña Nieto, quien iba a ser gobernador del Estado de México y posteriormente presidente de la República.

Es decir, todo lo que ha hecho Videgaray lo debe a Aspe, quizá hasta un poquito del mérito de su Premio Banamex de Economía en 1995, donde la influencia del economista principal de Carlos Salinas seguía siendo fundamental en el arranque del sexenio de Ernesto Zedillo.

Lo único que no se perdona en la política es la deslealtad y, es un hecho, ya como poderoso jefe real del gabinete de Peña Nieto, el doctor Videgaray poco se acordó del hombre a quien le debe todo. Es decir, no le dio al doctor Aspe el lugar que este habría merecido. Mínimo le debió haber hecho un homenaje a su maestro.

Así que, en vez de tener a un defensor en el ánimo de Poncho Romo y Julio Scherer —que escucharían a Pedro Aspe, sin duda—, Luis Videgaray tal vez tiene a alguien que más bien diría si le preguntaran: “A mí da igual”.

Es decir, Aspe no empujará a Videgaray al precipicio. Pero pudiendo evitar su caída, si lo ve correr al abismo se hará a un lado en vez de ayudarle, y no para evitarse problemas, sino por falta de motivación.

Ello no significa que Videgaray sea culpable de nada, pero hay que mencionarlo dado que durante seis años fue jefe político, a veces inclusive más que Peña Nieto, de todos los que ahora por las investigaciones de Santiago Nieto, de la UIF, van cuesta abajo en su rodada.