En el anterior artículo - "Donald Trump, racismo y siquiatría aplicada" - examinamos el racismo en el discurso de Donald Trump y concluimos que, más que un racismo sincero, es eso que Weblen llamaba siquiatría aplicada, es decir, el arte de explotar con fines particulares - ganar una elección presidencial - un determinado prejuicio existente - racismo -. Ahora le toca el turno a una doctrina que es una mezcla de verdades, prejuicios y anacronismos, y que se constituye como el eje del discurso de Donald Trump: el nacionalismo profético. Pero para entender esto a cabalidad necesitamos antes conocer el concepto de nacionalismo yendo incluso hasta sus orígenes, hasta el punto donde es dado a luz por sus padres: pueblo y nación. Aunque si ya sabe lo que es el nacionalismo profético, puede saltar al apartado 3 de este escrito.

1.- Sobre el nacionalismo profético:

Entendemos como pueblo a toda comunidad humana caracterizada por la libre voluntad de los individuos que la componen para vivir bajo el mismo orden coercitivo acordado. Este concepto es muy antiguo y siempre estuvo ligado a los ideales cosmopolitas que nos vienen desde la época helenista. Se le menciona ya en algunos tratados de Cicerón, pero alcanzó su apogeo en la Ilustración, sobre todo en el siglo XVIII. Sin embargo, empezó a ser olvidado desde que Montesquieu introduce el innovador concepto de "espíritu nacional" en su libro "El espíritu de las leyes", en el año de 1748, y con el cual pretendía designar el carácter fundamental de un pueblo en cuanto resultado de factores relacionados a la naturaleza - raza, clima, geografía, etc. - y a la tradición. Y es a partir de aquí que se acuña el concepto de nación.

El concepto de nación designa a toda comunidad humana caracterizada por nexos de identidad conectados exclusivamente a la tradición, que son los valores de interés para un grupo humano contenidos en nociones como: raza, religión, arte, ciencia, tecnología, filosofía, lengua, sistema moral, leyes, costumbres, usos, etcétera -. De esta forma, y a diferencia del pueblo, que no existe sino por la libre voluntad de sus miembros, la nación nada tiene que ver con la voluntad de los individuos y se constituye como un destino que pesa sobre los individuos de una comunidad humana y al cual no pueden sustraerse si no es con la deserción o la traición.

Por desgracia, la innovación conceptual de Montesquieu, lejos de traducirse en algún perfeccionamiento teorético y práctico, fue dando lugar a anacronismos y prejuicios especulativos que socavaron los ideales cosmopolitas que habían estado ligados al concepto de pueblo, y que a la postre resultaron muy peligrosos y nocivos para todo el mundo. La tormenta de anacronismos y prejuicios llega básicamente con Hegel y su obra Filosofía de la Historia, durante la restauración posnapoleónica. Para Hegel, cada nación tiene su espíritu - carácter - que es determinado por su tradición. Ese carácter se constituye con la vista puesta en el modelo ideal, que no es sino el Espíritu divino, la razón absoluta o Dios, y que gobierna los destinos de la historia del mundo. A su vez, las naciones se distinguen por el grado en que han avanzado en la realización de ese modelo ideal, y cada cierto tiempo un espíritu nacional - una nación determinada - se aproxima más que otras al Espíritu divino o Dios hasta que termina por encarnarlo. Y cuando esa nación determinada ya encarnó a Dios, entonces ya está cumpliendo su destino, el cual ha sido determinado por Dios: servir de guía y gobierno de las demás naciones del mundo.

Lo que sigue en la tormenta de anacronismos y prejuicios es una consecuencia de lo sembrado por Hegel: la exaltación de la fuerza. Llegamos así al tiempo de las doctrinas o apologías del nacionalismo de cuño hegeliano que exaltaban a la fuerza o la violencia, y donde brillan personajes como Jules Michelet, con su libro El pueblo, Fichte, con sus Discursos a la nación alemana, y Heinrich Von Treitschke, quien era un entusiasta apologista de Bismark y Guillermo II. En esencia, toda esta oleada de doctrinas y apologías de la violencia afirman que la fuerza victoriosa que una nación ejerce sobre las demás naciones hasta triunfar sobre ellas y someterlas a su gobierno, es el signo del privilegio y favor que Dios ha decidido en favor de esa nación en la cual se ha encarnado - gracia divina -.

2.- Los prejuicios y males del nacionalismo profético:

Es así como llegamos a uno de los inventos más peligrosos en la historia del pensamiento humano, y que permanece vigente hasta nuestros días: el nacionalismo profético. Pero lo cierto es que Hegel comete un serio anacronismo en esto porque retoma ideales medievales y hasta premedievales - San Agustín de Hipona -, ya superados para ese entonces, para exaltar al Estado nacional y su fuerza. A resultas de esto, y por vía de meras especulaciones, afirma temerariamente dos cosas, según hemos visto: el "espíritu general" de Montesquieu no es una idea, es un sujeto existente y se identifica con Dios, y la historia está regida por la Providencia de Dios, con lo cual ya tiene carácter fatalista: todo en la historia está determinado de antemano, incluso la nación que habrá de encarnar a Dios para gobernar a las demás naciones.

En efecto, todo lo que viene a partir de Hegel se trata de especulaciones sin fundamento objetivo alguno. Aquí los principios se postulan pero no están demostrados objetivamente. Y de usted depende el asentir o no con esos postulados. En el peor de los casos, estamos hablando de apologistas ocupados en la defensa y justificación de grupos de poder nacionales, como es el caso de Heinrich Von Treitschke. Pero se trata de teorías, doctrinas y apologías que, ya puestas en la profesión de la política, se convierten en un manantial fecundo de prejuicios muy peligrosos y abyectos porque obliteran el progreso moral de los hombres hacia la integración universalista, alientan la violencia, socavan las posibilidades de la paz, y porque hacen uso indebido de muchos valores humanos, como es la verdad. Y tómese en cuenta que dichos peligros no han quedado en simples amenazas porque sabemos que las guerras que siguieron al surgimiento del concepto de nación, incluyendo las dos grandes guerras del siglo XX y las que se acumulan hasta la fecha, se han realizado enarbolando la bandera del nacionalismo, a veces con su perfil profético, y en detrimento cada vez más del ideal cosmopolita.

Como es ya evidente, la historia del nacionalismo profético es un gran absurdo porque lo que empezó como una innovación conceptual con un genuino interés científico- el espíritu nacional de Montesquieu -, terminó siendo una doctrina que intenta racionalizar lo irracional valiéndose de multitud de prejuicios muy peligrosos y abyectos que sólo añaden nuevos pretextos y justificaciones para las guerras entre los pueblos y para el imperialismo.

3.- El nacionalismo profético en EUA:

Tal como ocurre con todos los grupos humanos que han tenido aspiraciones hegemonistas en la historia, la tradición norteamericana tiene su lado luminoso y su lado sombrío. Su lado luminoso - razón, moral, orden - nos llegó a asombrar con logros jamás vistos en la historia de la humanidad: industrialismo, viajes espaciales, sueño americano, etc. Pero su lado sombrío - irracionalidad, voluntad de poder - también nos estremece de horror con sus hechos consumados: imperialismo, guerras, constricción a la libertad y dignidad humanas, etc. Y es precisamente en ese lado sombrío donde encontramos su pasión por el nacionalismo profético como justificación de su voluntad de poder. Y si la convicción de los norteamericanos en el nacionalismo profético es tan grande, al grado que podría decirse que casi todos ellos son devotos adherentes de dicha doctrina, no es sino porque su proceso de casi 200 años hacia la hegemonía global, que va desde la doctrina Monroe y sus dos corolarios hasta la era Reagan, se reflejó en crecientes e inmejorables recompensas económicas y de bienestar doméstico para todos ellos.

Es fácil discernir la fuerte convicción de los norteamericanos en el nacionalismo profético. Para eso sólo basta poner la vista en el discurso y las actitudes habituales de sus políticos. En efecto, ellos siempre le recuerdan al mundo que EUA es una nación excepcional, lo cual equivale a afirmar que su tradición nacional trasciende al resto de tradiciones nacionales del mundo porque es mejor y superior a ellas. Como es obvio, con esto ya dejan implícita una verdad inapelable para ellos: las tradiciones del resto del mundo, y los acuerdos que entre ellas puedan surgir, deben ajustarse a las exigencias arbitrarias de la tradición norteamericana. Pero como la misma dictadura global de su tradición deja en claro que la voluntad de las demás naciones es débil, se aseguran de darle eficacia afirmando y poniendo en vías de hechos su resuelta disposición a la aplicación de la fuerza militar a toda aquella nación que rehúse a ceñirse a las exigencias de su tradición nacional. También están convencidos de que la fuerza victoriosa de su nación es el signo decisivo de su excepcionalidad, superioridad y carácter ejemplar. Y para cerrar, suelen enfatizar en sus discursos para la política interna la supuesta unión de EUA con Dios, y gracias a la cual, según ellos, éste le ha concedido el privilegio de nación elegida para gobernar al mundo: En Dios confiamos.

Ahí tiene usted al nacionalismo profético insertado en la tradición norteamericana. Y por supuesto que se trata de más siquiatría aplicada, aunque esta vez administrada por EUA al resto de naciones del mundo: es el arte de explotar con fines particulares - los intereses de EUA - un cúmulo de prejuicios - el nacionalismo profético -.

4.- Donald Trump y el nacionalismo profético.

Pero EUA empezó a reportar desde la era Clinton una declinación en su hegemonía, con sus graves consecuencias económicas añadidas, y que parece ser irreversible si las cosas no cambian en ese país. Esto se ha reflejado en una reacción de descalabro en los norteamericanos, con lo cual quiero decir que se sienten derrotados y aturdidos, y sin poder encontrar una salida a sus problemas en su situación actual. Su percepción a este respecto es de que las cosas andan mal con el espíritu o carácter de su nación y que se requieren cambios radicales que apuntan hacia el retorno a la más genuina tradición norteamericana. Y es aquí donde entra en escena Donald Trump.

Es claro que Trump captó perfectamente bien eso que pasa en la subjetividad de los norteamericanos en estos tiempos de crisis y decadencia toda vez que se ha insertado en la carrera presidencial construyendo una mitología política para la restauración de EUA en su más genuina tradición y en torno al eje ideogenético del nacionalismo profético. Y es muy fácil apreciar los rasgos principales del nacionalismo profetizante en el discurso de Donald Trump.

El problema fundamental de EUA - dice Trump - radica en la perversión del espíritu o carácter nacional que se debe, sobre todo, a la desviación de muchos norteamericanos notables con respecto a la genuina tradición norteamericana. Para Trump existen tres culpables principales en este problema: la clase política, los empresarios especuladores y los latinos ilegales. Políticos y especuladores son culpables por su desviación respecto de los genuinos valores que deben regir sus actividades; en tanto que los latinos ilegales son culpables porque su veneno cultural pervierte a la genuina tradición norteamericana - esta expresión de racismo ya la analizamos en el artículo anterior -. Por lo demás, la solución de Trump a este problema es la restauración del espíritu nacional en los valores de la genuina tradición norteamericana. Y como es obvio, dicha solución restauradora no cuenta con los latinos ilegales. Con respecto a ellos la única solución es su expulsión inmediata del país.

Ahora bien, cada vez que Trump está frente a un auditorio de cristianos protestantes se encarga de subrayar que la perversión del espíritu nacional se debe al alejamiento del Establishment con respecto a los valores cristianos de la genuina tradición norteamericana. Por supuesto que esto tiene un alto sentido estratégico porque se sabe que la mayoría de cristianos protestantes de aquel país, y que son mayoría según religión, no están de acuerdo con la gestión de Obama al grado de que afirman que Dios no está en la Casa Blanca por el momento. Y vaya que la estrategia le ha dado excelentes frutos a Trump. Se sabe que encabeza las preferencias entre los cristianos protestantes en EUA. Hace días Trump convocó a poco más de 30,000 protestantes en la ciudad de Mobile, Alabama, y algunos medios de comunicación presentes reportaban que las expresiones frenéticas de los asistentes eran cosas como: "Thank you, Lord Jesus, for president Trump". En efecto, sucede que esa mayoría de cristianos protestantes piensan por ahora que Dios volverá a la Casa Blanca si Trump gana las elecciones presidenciales.

Ahí tiene usted en pleno al nacionalismo profético en el discurso y las actitudes de Donald Trump. Se trata de un enfoque muy potente porque el concepto de tradición, con la enorme cantidad de valores que contiene, le ofrece a Trump un manantial fecundo de elementos para criticar, culpar, controvertir y proponer soluciones. Tantos grados de libertad tiene Trump aquí, que ha llegado al refinamiento de tomar como blanco de crítica a los latinos que no hablan la lengua oficial en suelo americano. Y le aseguro que son acciones que tienen buen efecto persuasivo entre los norteamericanos de cepa.

5.- Donald Trump: el Yankee restaurador.

De cierto que todo cambio histórico en una sociedad postula su mitología política orientada a la rápida renovación parcial o total de la tradición. Esto lo tiene claro Trump toda vez que está ofreciendo una mitología política que capta bien lo que ocurre en la subjetividad de los norteamericanos en torno al problema de su nación: decadencia nacional y la necesidad de una restauración. En general, no falta nada en esa mitología de Trump. Está el precedente - el estatus de país hegemónico -, el programa político para la restauración de la genuina tradición norteamericana, las ideas, entre las que destaca el nacionalismo profético, y el caudillo restaurador: Donald Trump. Y vaya que le está funcionando por cuanto él mismo se está instalando en la conciencia de muchos norteamericanos como el caudillo restaurador y antitético de la clase política que ha de ofrecer la solución antidescalabro y esperanzadora para la nación. De ahí que muchos norteamericanos empiezan a llamar a Trump: The Ultimate Yankee.

6.- Las bondades de Donald Trump:

Pero no todo es prejuicio en el nacionalismo. Ahí hay algunas verdades. Quite usted las especulaciones en torno a este concepto - Dios, Providencia divina, violencia, etc. - para volver al origen con Montesquieu, y se dará cuenta que en esto hay una gran verdad que nos dice lo siguiente: entre más perfeccionada esté una tradición social - ciencia, tecnología, filosofía, arte, costumbres, etc. -, habrá más posibilidades de desarrollo humano para los individuos y su país. En este sentido, Trump, como los norteamericanos que piensan como él, dan en el blanco cuando afirman que la decadencia de su país se debe en gran parte a la desviación de sus políticos y empresarios especuladores con respecto a los valores de la genuina tradición norteamericana. En efecto, sabemos que los problemas de este país empezaron cuando la democracia empezó a ser secuestrada por los corporativos privados, cuando los capitalistas dejaron su industrialismo para especular, cuando abandonaron la racionalidad del patrón oro, y cuando los norteamericanos empezaron a consumir mucho más de lo que podían producir vía deuda. Como consecuencia de esto, hoy tienen una economía muerta que no levanta pese a los apoyos multimillonarios, una cuenta de pobres escandalosa y que sube, consumidores sin poder de compra y sin ahorros, una clase política pervertida, una deuda ya impagable, un sistema de Welfare a punto de la quiebra, y un nicho de hegemonía global que está siendo socavado por dos potencias emergentes: China y Rusia.

Así las cosas, me parece que Donald Trump está en lo correcto cuando afirma que la solución para EUA es la restauración de la genuina tradición norteamericana que tan buenos resultados les dio, al grado de asombrarnos a todos con un nivel de pujanza económica y de bienestar general que no tenían parangón en la historia completa de la humanidad. En efecto, eso es lo razonable: haz lo que funciona y desecha lo que no funciona.

Si Donald Trump gana las elecciones presidenciales del próximo año, yo no descarto que tenga éxito en su gestión y veamos de nuevo a un EUA muy revitalizado. No lo descarto porque la mitología política tiene una gran ventaja que es común a toda creencia y fe: es capaz de realizar sus propias hipótesis. En efecto, si yo estoy completamente persuadido de que haciendo A lograré B, es muy posible que lo logre aunque parezca poco razonable por principio. Y desde luego que esto es lo que explica en gran parte el éxito de las sociedades voluntariosas como EUA.

Algunos podrían objetar que, pese a eso, la postura de Trump es negativa por la gran cuota de prejuicios y anacronismos que hay en su mitología política. Sin embargo, a esto yo podría atravesar que, en estas cosas de la actividad práctica, como es la política, importa más la eficacia que la verdad.

Y bueno, si Donald Trump gana las elecciones y el caudillo restaurador resulta ser una mentira, entonces sólo habremos asistido a otro episodio más de siquiatría aplicada en la política, aunque esta vez para norteamericanos tontos.

Y eso es todo.

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