A lo largo de los últimos años, las recomendaciones hechas por economistas de corte neoclásico para reducir la brecha entre países ricos y pobres, pasa por llevar a la práctica planes y programas encaminados a fomentar el empleo y la productividad, lo cual debe desembocar en un aumento del consumo y por ende, abatimiento del desempleo.

Aunque la situación de “pleno empleo” resulta lejana aún, los escenarios macroeconómicos deseados se enfocan a la búsqueda del mismo, mientras que a la par, la mayor parte de la población desea tener un trabajo, sin importar el tiempo de la jornada laboral o la calidad del mismo.

Un mundo donde lo primordial es mantener la estructura productiva actual, de inmediato lleva a un escenario de una sociedad asalariada y con una necesidad de consumo alta, lo que inevitablemente conducirá a un mayor grado de contaminación de mantos acuíferos, aire, suelo y el medio ambiente en general, para que la industria pueda hacer frente a esa demanda de bienes manufacturados. Una sociedad inmersa en el hábito de consumo acelerado, rara vez reflexiona sobre alternativas paralelas a su estilo de vida, tales como reducir su jornada laboral, ya que esa situación se asocia con menores ingresos monetarios, sin indagar si algún beneficio puede traer dicha medida.

Como escenario general, al día de hoy, todas las naciones del mundo miran a su principal referente de crecimiento que es el Producto Interno Bruto (PIB) y de esa forma determinar si están o no en crisis. Una cifra alta del indicador mencionado, muestra si el país en cuestión está produciendo y por ende, es capaz de absorber a cierta cantidad de trabajadores para sostener ese ritmo productivo. Tasas muy bajas o negativas del PIB enciende los focos rojos, se habla de crisis económica y las propuestas comienzan a fluir para corregir el mal, teniendo mayor aceptación las de corte neoclásico, las cuales establecen que es necesario centrarse en tres reformas básicas para erradicar el problema, las cuales son la fiscal, educativa y laboral. Organizaciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) son partidarios y promotores de dichas medidas, por lo que buena parte del mundo las considera necesarias. Las directrices de dichas reformas mostradas a continuación, son tomadas del mismo FMI.

La reforma fiscal tratará de implementar un cobro de impuestos generalizado donde todos carguen la misma tasa, privilegiando a las grandes fortunas, ya que esa medida alentará a la inversión productiva; la reforma educativa buscará a través de los contenidos en planes y programas homogeneizar el conocimiento y habilidades, para facilitar el acceso a un empleo, lo cual asegura un ingreso a la persona y ayuda a mejorar la competitividad de las empresas; la reforma laboral está encaminada a abaratar el despido, implementar contratos a prueba o por plazos cortos, así como modificar la duración de la jornada laboral.

Sin lugar a dudas las tres reformas citadas, están encaminadas a la búsqueda de la mejora en la productividad de un país bajo las reglas neoclásicas, lo cual debe modificar a la alza al PIB, indicador primordial de toda economía para determinar si se es una potencia económica o no.

En esa eterna competencia por ser cada vez más eficientes en el plano productivo, la teoría económica neoclásica construye y define una función de producción, la cual tiene como principales componentes al trabajo y capital. Entiéndase por trabajo a la mano de obra, por capital la tecnología empleada para producir. Dicha función como cualquiera que se trabaje desde las matemáticas, tiene la propiedad de maximizarse y dar las combinaciones exactas de sus componentes para emplearlos de la mejor manera sin caer en la mal utilización. Los economistas de la corriente ya citada, consideran a la función de producción como eje para mejorar la competencia de las empresas en el corto y largo plazo. Cuando se está en la primera situación, resulta poco práctico ajustar la maquinaria ya instalada para los nuevos niveles de demanda, por lo que la variable que es más fácil de reducir o aumentar para tales fines es la mano de obra, el trabajo. Aquí la solución pasa por el despido, la recontratación o la flexibilización de la jornada laboral para llevar a la función de producción a su punto máximo y de óptima combinación con la tecnología y mano de obra en el corto plazo.

De las tres opciones mencionadas, la que gana cada vez más popularidad alrededor del mundo es la referente a la flexibilización del tiempo de trabajo, debido al argumento de los capitalistas sobre lo complicado que les resulta elevar sus niveles productivos con las reglas fijadas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 8 horas al día o 48 horas semanales.

La contratación por hora en un primer momento parece el punto de partida para reducir la jornada laboral y volver más eficientes los procesos productivos, aunque la evidencia empírica demuestra lo contrario, ya que la misma OIT en su documento “Las tendencias del trabajo en el mundo en 2012” dan cuenta que el país con más horas trabajadas por hombre de todos los miembros de la Organización de Naciones Unidas (ONU) es Estados Unidos, con un total de 2000 horas al año por persona; al hacer el cálculo descontando días feriados y vacaciones, la cifra es de 9.5 horas al día en promedio por persona, de acuerdo al mismo documento de la OIT.

La legislación en Estados Unidos es de las más flexibles en el mundo sobre contratación por horas de acuerdo al documento citado, situación que no ha llevado a que sus habitantes laboren menos tiempo, ya que su jornada se extiende una hora y media más que el techo fijado por la OIT.

Un país que busca competitividad y un PIB alto tendrá jornadas laborales flexibles por encima de las 8 horas por día, debido a la necesidad de producir cada vez más para alimentar las cifras que den cuenta que se está cerca o en una situación de crecimiento económico.

En un enfoque alternativo, Giorgio Mosangini trabaja en el catalán Colectivo de Estudios sobre Cooperación y Desarrollo y desde ahí explica qué es, cómo funciona y qué propone el “decrecimiento” para intentar mejorar la calidad de vida de las personas, respetando los límites de la tierra. Para lo anterior, él toma como punto de partida el trabajo teórico de otros autores como Georgescu-Roegen y Serge Latouche. Del primero, elige sus aportaciones a la economía utilizando conocimientos de la física y biología, hasta llegar a acuñar todo lo estudiado en una alternativa a la teoría económica tradicional  llamada “bioeconomía”. La clave para llegar a ese punto es entender las leyes de la termodinámica, en especial la segunda, la cual dice: la entropía de cualquier sistema cerrado aumenta con el tiempo de manera irrevocable e irreversible (Mosangini, Decrecimiento y cooperación internacional, publicado por Col•lectiu d´Estudis sobre Cooperació i Desenvolupament, p.2, 2007).

La anterior definición implica que en un sistema cerrado tal como es el planeta en el que vivimos, la energía se degrada a un punto donde ella no se puede volver a utilizar, es decir, se convierte en energía no disponible.

Mosangini continúa explicando el trabajo teórico de Georgescu y llega a un punto clave para la humanidad al escribir en una de sus publicaciones: Georgescu-Roegen va un paso más allá. Observa que la termodinámica estudia solamente la energía, descuidando la materia, aunque ésta constituya el soporte de toda conversión energética. El autor amplía el campo de análisis y las conclusiones de la termodinámica enseñándonos que la materia también está sujeta a una degradación irrevocable. Así, formula una cuarta ley de la termodinámica: la materia disponible se degrada sin interrupción e irreversiblemente en materia no disponible (Mosangini, Decrecimiento y cooperación internacional, publicado por Col•lectiu d´Estudis sobre Cooperació i Desenvolupament, p.2, 2007).

Las conclusiones que podemos obtener de lo anterior, resulta en la situación límite a la cual ha llegado la humanidad, pues ésta se enfrenta día a día a la utilización de materia y energía que se degradan sin retorno, y además acelerando el proceso de la misma debido a nuestras prácticas de producción y consumo.

Si en este punto centramos nuestra atención en la función de producción neoclásica y la analizamos bajo la óptica del decrecimiento, nos daremos cuenta que sus dos componentes fundamentales son causantes de degradación continua y acelerada de la materia y energía. En primer lugar, el capital, que como ya mencionamos en secciones anteriores, hace referencia al uso de maquinaria y tecnología, juega un papel importante en el camino para alcanzar mejoras en la productividad, pues nuevas máquinas nos llevarán a producir más y de mejor forma, sin tomar en cuenta las recomendaciones de Mosangini que dicen: Desgraciadamente, la termodinámica y Georgescu-Roegen rompen la ilusión y nos enseñan que la máquina perfecta no existe, que la tecnología siempre incrementa la entropía, degradando cada vez mayores cantidades de materia y energía. Lo único que aporta el progreso tecnológico es una mayor eficiencia, pero es incapaz de desviarnos del camino irrevocable hacia el desgaste de los recursos (Mosangini, Decrecimiento y cooperación internacional, publicado por Col•lectiu d´Estudis sobre Cooperació i Desenvolupament, p.3, 2007).

En segundo lugar, la mano de obra, el factor que resulta variable en el corto plazo en nuestra función de producción también es causante del mismo problema citado en el párrafo anterior, ya que por un lado, el trabajador será quien opere dichas máquinas generando degradación de energía y materia; por otro, su rol social dentro y fuera del centro laboral ha llevado a que sus hábitos sean generadores de una crisis socio-ecológica, ya que su comportamiento no es el de un ser humano, pues el hombre no se concibe ya sin una jornada de trabajo fija o extensa y sin los bienes que puede adquirir a partir de ella. Las palabras de André Gorz ejemplifican de buena forma lo expuesto: Cada pancarta que proclama “queremos trabajo” proclama la victoria del capital sobre una humanidad esclavizada de trabajadores, que ya no son trabajadores, pero que no pueden ser nada más (Écologie et liberté, Galilée, 1977 p. 39).

Por un lado, la degradación de energía y materia; por otro, el comportamiento poco cooperativo de los trabajadores, los cuales no son capaces de distinguir entre diferentes opciones de vida, pues la premisa social sigue siendo que a mayores jornadas de trabajo, mejor calidad de vida debido a los ingresos monetarios.

La dictadura del PIB como indicador de bienestar social, ha llevado a la sociedad a creer que los países pobres lo son debido a su poca capacidad de producir e innovar tecnológicamente; que la salida pasa por volverse eficiente y competitivo en los distintos mercados mundiales, emplear a todos en la gran industria, pues sólo así se puede dotar de un ingreso monetario a la mayoría. Debido a lo anterior, la sociedad se engancha en la dinámica que a mayor cantidad de horas trabajadas, mejor será la calidad de vida, pues ella se mide por el ingreso monetario recibido.

Justo aquí cabe la reflexión teórica de Sege Latouche, el segundo autor citado por Mosangini, ya que sus propuestas para poner fin a la crisis ecológica y social al momento de concebir un empleo y producción, pasan por revaluar, recontextualizar, reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar. Ocho puntos que están contra el consumo y la producción desmedida, pilares de la teoría del “decrecimiento”, la cual no propone una involución, sino simplemente moderar nuestros hábitos de consumo y replantearnos que es lo mejor para nosotros mismos y la comunidad, dar un giro incluso de orden ético y de respeto a los demás y al medio ambiente.

La población debe entender que mayor consumo no es sinónimo de bienestar y que mayor producción no es la clave para alcanzar la preciada estabilidad macroeconómica si es que ése fuera el único fin a perseguir; incluso la ausencia de un empleo como hasta hoy se concibe, no es una situación de gravedad, ya que Schumascher explica desde una visión budista, que el hecho de estar fuera de las reglas de un mercado laboral rígido, crea en el hombre una sensación de no poder acceder a esos bienes que tanto necesita para su recreación. El hombre no se ha dado cuenta que hoy en día las mercancías son más importantes que la misma humanidad.

Un primer paso para entender la lógica de Latouche y ser responsable con el uso de los recursos naturales, pasa por la reducción de la jornada de trabajo; en primer lugar como ya se mencionó, jornadas pequeñas son útiles para no degradar materia y energía en exceso; en segundo término, el hombre en sociedad puede darse cuenta que el fin primordial no es elevar la producción para ser más competitivos y acceder a mercancías que tal vez ni siquiera son necesarias para el disfrute y recreación.

Jornadas de 45 horas o más de trabajo a la semana siguen en la lógica de vivir para trabajar, y trabajar para consumir. El inconveniente principal aquí es la desigualdad social que históricamente se presenta con diferentes niveles de consumo, así como la enorme contaminación que se puede generar a raíz de eso, ya que con el argumento de que es necesario ahorrar tiempo para seguir en la dinámica laboral, recurrimos cada día a comida procesada que reducen tiempos de preparación de alimentos, tiempos que se pueden trasladar al ciclo productivo; accedemos a automóviles que en teoría acortan horas de traslado, volviéndonos más eficientes en el trabajo; compramos aparatos electrónicos que nos mantienen en contacto con el empleo, a pesar de no estar físicamente en el lugar de labores. Una jornada laboral corta evita lo mencionado en el párrafo anterior y envuelve a la economía en un bajo consumo de carbono.

La teoría del “decrecimiento” además de proponer cambios en los hábitos de consumo y producción, a diferencia de la teoría económica neoclásica, reconoce el trabajo que se lleva dentro del hogar, apoyándose de las ideas feministas para asignarle un peso justo en la dinámica familiar y social. El trabajo hecho por las madres de familia vale igual que el que realiza un hombre asalariado.

Si meditamos en una reducción de la jornada laboral, al existir mayor disponibilidad de tiempo fuera de los centros de trabajo, las labores del hogar, necesarias para llevar a buen puerto la reproducción de la clase social y trabajadora serán repartidas de una forma más igualitaria, lo cual sin lugar a dudas puede acarrear cambios en la educación y las oportunidades de acceso a centros de estudio o trabajo en condiciones de equidad para hombres y mujeres. La economía neoclásica considera a quien es capaz de insertarse en el mundo laboral, mientras que la teoría del “decrecimiento” reconoce a todo.

André Gorz medita sobre la condición humana y suelta una frase que dice: se es pobre en Vietnam cuando se anda descalzo, en China cuando no se tiene bici, en Francia cuando no se tiene coche, y en los EEUU cuando se tiene uno pequeño.

La idea de Gorz sobre pobreza radica en la obsesión de consumir tanto como lo hace nuestro vecino. Si creo que mis necesidades son equiparables a la de mis pares rusos, noruegos o italianos, la sensación que surge de inmediato es la de pobreza, entendida como ausencia de bienes. El sistema capitalista busca homogeneizar el consumo, lo cual lleva a la degradación irremediable de materia y energía de forma acelerada.

La humanidad debe volver a centrarse en el espacio físico que tiene para vivir, tal como ejemplifica John Todd en “Un orden económico ecológico”, donde cita varios casos sobre cómo integrar a una comunidad con el medio ambiente y poder vivir de forma sustentable.

Para el México fuera de las grandes urbes, el ejemplo útil es uno que se toma del texto citado, que habla sobre un bosque artificial, que es capaz de brindar forraje y evitar la erosión de la tierra, a la par que aprovecha el agua de un río que cubre las necesidades básicas de la comunidad, riega la tierra, cultivos y termina limpia después de ese largo viaje en un estanque donde todos tienen acceso a él.

Una reducción de la jornada laboral, permite tener el tiempo necesario para establecer las relaciones sociales adecuadas con la comunidad y la preservación de dicho bosque artificial, ya que el tiempo ahora libre puede ser dedicado a la crianza de peces, almacenamiento de granos y el consecuente ocio que significa estar inmersos en tal dinámica.

Al tratarse de una comunidad sustentable, no es necesario tener grandes sumas de ingresos para poder vivir, además de que genera en la sociedad una sensación de seguir siendo útil, de estar empleado, tal como ocurría cuando se laboraba todo el día, aunque con la diferencia que ahora el trabajo se vuelve cooperativo y los ratos de ocio son mayores.

En el aspecto referente a las grandes ciudades en nuestro país, el convencimiento de reducir la jornada laboral significará un esfuerzo mayor, debido a que la gran industria y sus trabajadores no aceptarán el cambio con tanta facilidad, debido a la dinámica en la cual se encuentran inmersos. Justo aquí es necesaria la intervención Estatal en aspectos de formación educativa a través de los planes y programas, pues ya no será necesario homogeneizar habilidades, sino todo lo contrario, ya que la pluralidad de ideas es un camino que puede acelerar los pasos de la instauración del  “decrecimiento” a través de propuestas que surgen sobre la marcha y se adapten a las necesidades de cada capital.

La población y el Estado tendrán que entender que ahora los empleos que se promuevan deben ser otros, ya no los tradicionales dentro de una fábrica donde es necesario degradar enormes cantidades de energía y el resultado final es un producto que sólo servirá para lo mismo, tal como ocurre con la industria automotriz hoy día. No se trata de vivir únicamente en la ciudad donde se está instalado y no saber qué ocurre en otras partes, la prioridad es reducir el consumo energético, el cual es causante de la crisis ecológica actual y a su vez, mejorar el nivel de vida de la población. Es necesaria la voluntad política, empresarial y social para forzar el cambio a una vida donde se viva de la renta de la tierra y no se le explote sin límites.

La teoría económica neoclásica, dominante hoy en los planes y programas de la mayoría de escuelas y facultades de economía en todo el mundo, supone un comportamiento homogéneo por parte de la población y productores, a tal grado de describir su comportamiento a través de funciones matemáticas. Los componentes de dichas funciones son los causantes de la aceleración de la degradación de materia y energía, pues la forma de producir en un país no debe ser la adecuada para el resto. La teoría económica presupone un mismo modelo productivo y uno mismo de consumo para todo el planeta, lo cual de forma inevitable nos ha llevado a situaciones donde la concepción de pobreza significa ausencia de bienes de consumo, sin saber si las comunidades carentes de dichos bienes, son autosuficientes y pueden cubrir sus necesidades reales y no las creadas por los mismos capitalistas en el resto de la población. El deseo por abarcar cada vez porciones mayores de mercado, limita nuestra visión de un mundo cooperativo y sustentable, a diferencia del “decrecimiento”, el cual tiene objetivos contrarios al modelo de producción vigente. La frase que describe de mejor forma esta conclusión es: A diferencia de la miseria, que es la insuficiencia de recursos para vivir, la pobreza es esencialmente relativa (André Gorz, Miserias del presente, riqueza de lo posible, Paidós, p. 35).