Nuestra realidad política es florentina, medieval y evoca a la Italia fratricida de Dante. Una clase política mexicana dividida en güelfos y gibelinos que en guerra mezquina, nada les importa la vida de los otros, la sociedad mexicana que enfrenta desde sus propias capacidades y posibilidades, la crisis sanitaria y económica por la que hoy pasamos. No hay en el plano de la Política ni un pequeño atisbo de racionalidad, todo es vil ideología.

La crítica como sentido de racionalidad está ausente y sólo se observa la paranoia de los aduladores y de los criticones. Los primeros, obnubilados por la utopía ganada, viven felices en la Sociedad de la ceguera, bajo el vacuo y falaz argumento, del porqué no se criticaba al pasado. La respuesta, llena páginas completas de los diarios en las hemerotecas. Presas del viejo y patético culto a la personalidad, aplastan lo más sublime que la izquierda construyó a lo largo de tres siglos de existencia, desde el Frontón hasta el día de hoy, la Crítica con C mayúscula. Como nuevos Savonarolas, señalan a los impíos, incrédulos y herejes del nuevo culto fundacional de una transformación que no logra sembrar su nuevo paradigma.

Los segundos, los otros, que olvidaron el sentido político de una real oposición, ver a la Polis antes que al Yo, viven en el resentimiento y la venganza ante una derrota que ha dejado ver la cortedad de miras constituida en un Estado acordado y manipulado al interés de corto plazo. Inmersos en la nostalgia de los privilegios, juegan a la retrotopía, al hubiera. No entienden que se analiza lo que existe y no la fantasía. El hubiera, no es un parámetro objetivo y sólo es válido para la ficción con la cual se puede hacer la novela deseada del perfecto criollo: “El Gobierno del cachorro de la Derecha”. Por el contrario, lo que nos importa a los ciudadanos es el hoy. Un hoy en el que México ve a una oposición infantil, ignorante, estridente y fratricida, que antes de mostrarse generosa con los mexicanos juega a la perversidad de un proceso electoral por venir, en el que fragua la zancadilla que les retorne a su pasado bonapartista.

Aquí sólo se puede ser miembro de la corte y aplaudir a raudales al nuevo prócer o ser un inspirado calumniador, que ve toda la desgracia, la peor de las catástrofes, en los actos del gobierno y su 4ta transformación. En una República (que no el Estado) los ciudadanos somos entes con el más alto privilegio, los derechos políticos y entre ellos está el de la crítica, esa tal cual la entiendo, cómo análisis de la realidad, que es el arma más vital de la democracia. Pero hoy, hay criticones y aplaudidores que se solazan mandando fuegos artificiales a sus enemigos desde la prensa y las redes sociales. Dos credos, dos iglesias, dos conjuntos de fanáticos que están dispuestos al todo de la absolutez de sus ideas y ambiciones.

Pedir conocimiento es demasiado, por lo menos una Recta Opinión, como diría Sócrates, es lo menos que los ciudadanos podemos exigir a güelfos y gibelinos frente a una realidad que es materialmente adversa. Un ¡Ya basta!, que haga sentir la voluntad de poder ciudadana. Ni un neoliberalismo bárbaro y antiético que ignora los fundamentos valorativos del Mercado como espacio de cooperación; la sociedad civilizada que coopera y se asiste en su totalidad, el dame lo que necesito y tendrás lo que deseas, la oferta con sentido ético que nos enseñó Adam Smith. Ni tampoco un populismo que ha tomado a la subsidiaridad como su leitmotiv para dejar en el cesto de la basura el principio marxista de trabajo vivo: el apoderamiento de las cosas para despertarlas del mundo de los muertos y transformarlas de valores potenciales, en valores de uso efectivos y operantes.

El Presidente acierta en el diagnóstico sobre el Neoliberalismo, pero es omiso en la crítica ética hacia el Populismo. Se equivoca en el remedio por su vocación historicista, proponiendo una Política Económica ideologizada y carente de Economía Política. Es verdad que la economía requiere de contenidos éticos (que no morales) como lo entendieron tanto Adam Smith como Karl Marx, y de nuevos criterios de medición de la riqueza y su distribución, pero para ello hay que romper paradigmas al estilo de Thomas Piketty: El Socialismo Participativo del siglo XXI; pensar la igualdad, que no el igualitarismo, en una perspectiva universal, donde la propiedad social, la educación, el conocimiento y el poder compartidos sean el fundamento tanto de la generación como de la distribución de riqueza. Entender que los mexicanos, demandamos una Sociedad Justa y no una sociedad uniforme con absoluta igualdad que vulnere a la autonomía de la voluntad.