En mayo de 1993, se registró la violación y asesinato de la niña Gladys Janeth Fierro, de 12 años de edad, en Ciudad Juárez, Chihuahua, iniciándose una escalada de feminicidios que rebasaron los límites de lo normal (como la cacería de gente de color en los Estados Unidos, en tiempos de Ku Kux Klan).

A pesar de las protestas y difusión internacional, los asesinatos de mujeres no disminuyeron, sino por el contrario, se fueron volviendo más comunes, alcanzando cifras alarmantes en Estados como Puebla, Estado de México y Ciudad de México.

Para mí, esta situación está relacionada con tres elementos: Sexo, dinero y descomposición social. Con la cuestión del dinero, me refiero a una industria en la que alguien paga por matar y/o violar a una mujer, a un proveedor (sobre “las muertas de Juárez”, se llegó a plantear la teoría de que gringos degenerados, pagaban a mexicanos para secuestrar trabajadoras de la industria maquiladora), lo cual, sospecho también ocurre en Puebla, Estado donde el ex gobernador, pederasta y torturador, Mario Marín (supuestamente buscado por la Interpol) se pasea impunemente.

No todos los feminicidios tienen que ver directamente con una industria sexual, pero sí con el dinero. Pues en un país carente de valores, un violador o una banda de violadores, puede pagar a la policía, fiscalía, funcionarios políticos y judiciales, una lana para no caer en el bote (y lo que es peor: para operar). Hasta un animalito como Fox sabe que la mejor manera de operar de un criminal es pagando protección.

Así como el presidente está desmontando las complicidades entre políticos y empresarios corruptos con el Poder Judicial, tendrá que depurar los órganos policiacos, jurídicos y gubernamentales, donde es evidente la negligencia para actuar contra los feminicidas.

Sobre el tema del sexo y la descomposición social, está claro que los feminicidios están relacionados con una profunda deformación cultural y espiritual de nuestra sociedad, que pasa casi desapercibida, pues considera “normal” el machismo en los mensajes de diversos medios: películas, programas de televisión y, sobre todo, en las letras de un montón de canciones rancheras, música de banda y reggaetón. Además, no ayuda a la psicología del mexicano el culto a la “ñerez”, que se confunde con la cultura popular: “masco chicle, pego duro y traigo viejas de a montón… ¡tururú!”

¿Quiénes son los feminicidas? Por un lado, tengo la sospecha de que la derecha financia, promueve y difunde estos actos violentos, para pegarle al “Peje” y propiciar la salida de la izquierda (¿acaso la carta fuerte de la derecha no es Felipe Calderón, reconocido hampón?) Por supuesto que no tengo pruebas de ello, pues los delincuentes limpian sus huellas dactilares, pero no pierdo la esperanza de que aparezcan. A mí en lo personal, me parece sospechoso que el sexenio de López Obrador haya iniciado con masacres colectivas de narcos, que súbitamente desaparecieron y se sustituyeron por feminicidios. Pareciera que un grupo de “fifís” (con los mismos valores y deseos que los narcos), apoya una desestabilización.

Por otro lado, independientemente que haya o no una “mano negra”, existen los violadores y feminicidas que actúan por placer. Tratando de ponerme en los zapatos de un feminicida, pienso: “No soy guapo, estoy gordo, no tengo trabajo, no tengo dinero, no tengo educación, no tengo cultura, bebo en exceso, me drogo, la publicidad inunda mi cabeza con mujeres rubias en bikini y machos Alpha como modelos a seguir. ¿Qué importa si violo o mato, pues no tengo futuro y socialmente he sido más despreciado que el Guasón?”

El presidente ha tenido un acierto, pero también ha entrado en una contradicción, al señalar los feminicidios como resultado de una degradación del neoliberalismo, pues efectivamente, los valores que han permeado nuestra sociedad durante los gobiernos de derecha que hemos padecido, con el PRI y el PAN, incentivan la corrupción y promueven el poder como la meta más alta que pueda alcanzar un mexicano (de ahí que muchos huevones pretendan vivir de la lambisconería en un partido político, en vez de desarrollarse como personas), pero por otro lado, esa decadencia no se combate con decálogos y cartillas morales (destinados al fuego del boiler, cual folletos de los Testigos de Jehová), sino con acciones concretas, y una de ellas es reforzar el presupuesto a la cultura.

Entiendo que en el sector cultural abundaban los vividores (como en el INE), y su estrategia fue recortar parejo el presupuesto, sin distinguir entre una persona sin dinero dedicada a las artes, buscando una beca para crear, y un intelectual adinerado que chupaba un montón de presupuesto, pero llegó la hora no solo de devolverle a la cultura lo quitado, sino de darle más.

¿Qué opciones de calidad puede encontrar un macho promedio, frente a programas radiofónicos como el “Panda Show”, que hacen de la violencia el puro cotorreo? No hay coherencia entre el señalamiento de la decadencia social y el retiro de apoyos a la cultura y las artes.

A la oscuridad hay que echarle cubetadas de color. Andrés Manuel López Obrador aún puede llenar esas cubetas.