Nací en 1964, pero no tuve conciencia de lo que pasaba en el mundo hasta la década de los 70, cuando hice la primaria y la secundaria (mis recuerdos de los 60 consisten en un tremendo pánico a las películas del Santo, la programación del Canal 5 que llegaba a Xalapa, Veracruz, a partir de las cinco de la tarde y los discos de rock de 45 revoluciones de mi papá: The Beatles, The Doors y Question Mark And The Mysterians.

En 1978, la maestra Horcasitas nos daba historia en la secundaria 35, del Distrito Federal. Una ancianita que, a diferencia de los maestros que tuve en la primaria, nos enseñaba la historia actual: La Revolución Islámica del Ayatolah Jomeini contra el Sha de Irán; el ascenso del dictador Somoza, en Nicaragua; la polémica muerte del Papa Juan Pablo I y la inmediata elección de Juan Pablo II.

En 1979, a la edad de 15 años, comencé a publicar caricaturas políticas en “La Garrapata (el azote de los bueyes)”, semanario satírico que dirigían Helioflores, Sergio Arau, Rius, Efrén y Antonio Caram.

En 1980 entré al Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel Sur, UNAM, donde me recibieron con las “5 tesis filosóficas de Mao Tse Tung” y “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, del maese Engels. También aprendí todas las bases sobre rock, jazz y soul, y escribí mi primera comedia: “Napoliomelitis”; sin embargo, y haciendo una retrospectiva, a partir de esa década comenzaron a pasar pocos sucesos interesantes en el mundo.

La rebeldía y luchas sociales surgidas en los 50, que tomaron fuerza en los 60 y 70, se detuvieron en los 80, por miedo a las represiones de los gobiernos y/o por la autocomplacencia del confort, particularmente en el uso del Internet, que en la década que acaba de terminar, prácticamente se adueñó de la vida de todos los terrícolas.

El siglo XX estuvo cargado de acontecimientos emocionantes e importantes: Las vanguardias artísticas, el psicoanálisis, la era de los gángsters, la era atómica, Revoluciones, Guerras Mundiales, la conquista del espacio, la psicodelia, la computación, una impresionante manifestación de tendencias musicales, etc. En cambio, a partir del siglo XXI, pura monotonía. Es la calcomanía de una única innovación: la tecnológica (cuyos avances ya ni asombran; son como los efectos especiales de las películas: ya aburren), dentro de una civilización dominada por el neoliberalismo, que nos acostumbró a las matanzas cotidianas, como si fuesen algo normal.

En los años cincuenta (la posguerra, le llaman) se descubrió que existía la gente joven, su visión se impuso culturalmente en el mundo. En los sesenta esto llegó a su clímax, con los movimientos estudiantiles y sus consecuentes represiones.

Desde los 80, imperceptiblemente, la cultura adquirió la peor faceta de la juventud: la inmadurez, expresada en sus ideales: Jugar todo el tiempo, beber todos los fines de semana, una deliberada falta de compromiso, ser “amigos” de los hijos (para drogarse con ellos), no tomarse nada en serio.

Yo no sé nada de “Baby Boomers”, “Generación X” ni “Millennials”, solo sé que los jóvenes que se volverán adultos durante la década que viene, son distintos, porque (aunque algunos sacrificaron el humor en nombre de lo políticamente correcto), están volviendo a las raíces de la conciencia social.

El nuevo ambientalismo, feminismo, veganismo, la vida “biker” y “fitness” (e incluso el cultivo de una marihuana casera, más sana), indican que los jóvenes quieren tomarse las cosas con seriedad, y no andar como “chavorrucos”, pregonando las drogas, sexo y rocanrol, oyendo la misma música de la prepa.

Decían que los jóvenes son la esperanza del futuro, pero no, ahora son la esperanza del ahora. No solo son mi esperanza, sino que me cuentan como aliado, si se trata de meter a la cárcel a todos los corruptos ampliamente conocidos en México, salvar a la naturaleza, a los animalitos y dejar que la gente tenga una vida llena de respeto, libertad y alegría.