Jean Leclair, en un artículo publicado en El País sobre los independentismos escocés, catalán y quebequés, recordó el aforismo del psicólogo Abraham Maslow: “Cuando una persona tiene al martillo como única herramienta, resulta tentador tratar todos los problemas como si fueran clavos”. Los políticos mexicanos, de todos los partidos, usan un solo martillo para resolver cualquier problema: el del dinero que justifica abusos y garantiza impunidad.

En Radio Fórmula, Ciro Gómez Leyva entrevistó al alcalde de Iguala, Guerrero, José Luis Abarca. Ahí, el pasado viernes, se registraron hechos violentos que dejaron seis muertos, 58 desaparecidos y veinte policías presos.

El alcalde no se enteró de nada. Se había ido a bailar con su esposa al ritmo de la Luz Roja de San Marcos. Se retiró del bailongo temprano “pues me sentía muy fatigado”.

No vio nada, no supo nada, a él que ni le pregunten. Como dice Elisa Alanís en su videocolumna, esta película ya la vimos. En México nadie se da cuenta de nada, todos son inocentes, en especial si, como el alcalde Abarca, tienen dinero.

En La Jornada, Luis Hernández Navarro cuenta que Abarca “pasó de ser un humilde vendedor de sombreros a joyero, dueño de la plaza comercial Galería Tamarindos y un acaudalado comerciante”. Si el origen de su fortuna es lícito o no, tendrán que determinarlo las autoridades que investigan el lavado de dinero.

El hecho es que Abarca pudo “sufragar en 2011 una costosa campaña electoral en favor del hoy gobernador Ángel Aguirre Rivero y, un año después, financiar la suya propia, repartiendo generosamente despensas a sus simpatizantes”. Como muchos de los políticos mexicanos encumbrados, Abarca llegó al poder “a golpes de chequera”. Por cierto, es perredista, de Los Chuchos.

También milita en el PRD el gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre. También es Chucho. Gobierna, en familia, con absoluta impunidad. Carlos Loret de Mola ha escrito, en El Universal, que Aguirre comparte el poder con su sobrino, Ernesto Aguirre, y su hermano, Carlos Mateo Aguirre, y ya trabaja para llevar a Angelito, su hijo, a la alcaldía de Acapulco.

Lo muy jodido del asunto está en que Ángel Aguirre no es protagonista nuevo en las matanzas. Hoy lo recuerda Jorge Fernández Menéndez, en Excélsior: Hace 19 años en Aguas Blancas, el entonces gobernador Rubén Figueroa, ordenó emboscar campesinos. Figueroa renunció y dejó en el cargo a su más cercano colaborador, sí, a Ángel Aguirre.

En nuestro país todos los políticos son iguales. Llegan al poder y se sienten de una casta aristocrática.

Casi todos los gobernadores, cuando visitan el Distrito Federal, lo hacen en avión privado. Hay vuelos comerciales desde las principales ciudades de México a la capital del país. Pero pocos gobernadores los usan. Les fascina volar en su propia aeronave, si la tienen. Y si no, la alquilan. El costo no es problema. Muchos, cuando aterrizan en Toluca, rentan helicópteros para llegar al centro del DF. No merecen el agotamiento excesivo de 40 minutos de automóvil. Los gobernadores de los estados cercanos al DF, que podrían viajar fácilmente en coche, suelen hacerlo en helicóptero.

Se la pasan en el aire, no ven lo que hay en la tierra. Solo tratan a la gente en los actos políticos que ellos mismos organizan. Confunden, por lo tanto, a los acarreados con el pueblo.

Los políticos, si alguna vez fueron pueblo, lo olvidan cuando ascienden en la estructura del poder.

Conocí a la senadora nuevoleonesa Cristina Díaz hace más de 20 años. Era una académica inteligente, de clase media, sencilla y agradable. A su natural inteligencia suma ahora la experiencia y sigue siendo una mujer guapa. Pero ya no actúa con sencillez, ya no parece de clase media.

Cristina presidió el PRI nacional y es secretaria general de la CNOP. Aspira a ser gobernadora de Nuevo León. Ha invertido, legítimamente, para incrementar su popularidad y mejorar su imagen. Pero empieza a caer en excesos.

Antes de un viaje reciente a Zacatecas pidió, a los organizadores del acto político en el que iba a participar, no una ni dos habitaciones de hotel –es aceptable que los políticos importantes viajen con un ayudante–, ¡pidió 10 habitaciones! ¿Necesita a tanta gente? Solicitó además dos coches blindados, en una ciudad en la que resulta complicado conseguir uno solo. Y exigió una peinadora a las seis de la mañana en el hotel. Celebro que se levante temprano, pero ¿poses de diva de TV?

La gran crisis personal de Rosario Robles, la secretaria de Desarrollo Social que de nuevo está en sus mismos viejos problemas, llegó cuando ella dejó de ser una modesta y sencilla activista de izquierda para convertirse en la sofisticada y elegante mujer de poder que ahora es.

Hace años, en Milenio, la critiqué por su collar de perlas Tiffany. Me la topé en un restaurante. Cuando me vio me gritó de mesa a mesa: “¡No uso perlas Tiffany, sino más caras!”. No recuerdo la marca que mencionó.

Los políticos gobiernan en las nubes y, como en la canción, para abajo no saben mirar. De ahí tantos abusos, hasta criminales.