He de confesar, aunque no sea políticamente correcto, que me siento Fifí como pocas personas. Y que me perdí buena parte del debate sobre la consulta popular realizada por el gobierno electo, debido a que tengo dos semanas haciendo maroma y media para que la fábrica BMW me aclare por qué son tan distintas las cotizaciones que me hicieron en dos de sus agencias para reparar mi camioneta. Me cansé de decir por Twitter a la cuenta oficial de la compañía alemana que además de que es extraño que sobre un mismo vehículo me hagan diagnósticos y me quieran cobrar dos cantidades distintas, el servicio al cliente en esas representaciones de la firma, es pésimo. Pero como buenos teutones, resultaron bastante insensibles.

Así, mientras el país seguía atento el montaje de mesas y el proceso de tache de boletas para decidir algo que ya sabíamos, porque fue un compromiso de campaña, yo estaba respondiendo en mis redes sociales mensajes directos a Alemania, contando las penurias de tener un vehículo de primer mundo en un país cuyos distribuidores y talleres son de quinta. El último mensaje que respondí lo hice ya de muy mala gana porque se la pasaron diciéndome “sentimos que hayas tenido una mala experiencia”, “comprendemos tu situación” y otros lugares comunes, pero fuera de esas muy comedidas disculpas, es el santo día de hoy que no sé si le resolvieron todos los dolores a mi camioneta, si con la cotización más barata era suficiente, y peor, cuándo me la entregan. Es que podrán ser muy alemanes, pero la naturaleza humana priva. En BMW si te quejas, te va peor.

Así que me la pasé rumiando mi coraje todo el fin de semana, mientras mi gordo, que es mucho más del altiplano, se fue el domingo a una mesa de votación de la consulta a votar por Texcoco. Lo platicamos muy bien, porque somos una pareja bien acomedida y en eso del interés general, somos uno. Pero ¿por qué ir a votar en un proceso que personajes como Raúl Trejo, Marco Levario y José Woldenberg, calificaron de algo ilegal y de una farsa?

Creo que me identifico con Salvador García Soto: la consulta es el golpe de mesa con el que López Obrador anuncia lo que va a ser su estilo de gobierno. Ciertamente, no había necesidad: con aludir a su compromiso electoral y recordar el apoyo histórico de 30 millones de votantes, era suficiente. Pero siempre es mejor dejar claras las cosas, para que la gente sepa a qué atenerse. No se trata de que haya sido uno de los principales compromisos de campaña, se trata además, de que sirva de ejemplo para que todo mundo entienda las nuevas reglas del juego.

Apenas en la noche del domingo, observé el último mensaje del presidente electo llamando a la consulta. Fue la primera vez que lo dijo de manera clara y fuerte, para que se escuche en Los Pinos, en la SCT, en Sedesol, en Gobernación, en el PAN, en el PRD y hasta en Movimiento Ciudadano: esto no es un cambio de gobierno, es un cambio de régimen. Así que hay que atenernos a eso.

Yo sigo pensando como gente del Sur que las condiciones del país ameritaban un gobierno que trabaje en disminuir la brecha entre los pocos que tienen mucho y los muchos que no tienen nada. Entre el Norte con posibilidades y el Sur sin esperanza. La clave, lo aconsejan todos los expertos, no es quitarle a los de arriba para darle a los de abajo, sino fortalecer el emprendurismo y la clase media, que es donde se generan empleos, para que haya más oportunidades. Los gobiernos de izquierda que han trabajado pensando sólo en los pobres, lo que han hecho es pulverizar, desaparecer, a la clase media, sin sacar de pobres a ninguna familia. Venezuela es el mejor ejemplo: en solo dos décadas, ya no hay ricos ni clase media; la crisis general los ha vuelto pobres a todos. La consigna no debe ser “bicicleta para todos, ricos y pobres” sino “prepárate y podrás comprarte un BMW”. Aunque el servicio de post-venta es una pesadilla.

Como verán, soy también una optimista. Creo que una vez que el presidente quiera seguir avanzando en sacar adelante sus compromisos de campaña, habrá voces inteligentes dentro de su equipo de campaña, que le adviertan de riesgos. Ahora mismo, estoy segurísima que personalidades como Tatiana Clouthier y Marcelo Ebrard, incluso Mario Delgado, estarán pensando en definir una posición sobre la posibilidad de que una oferta de campaña como la del aeropuerto, vaya a iniciar una escalada devaluatoria que nos traiga de nuevo al México con dólar de a 25 pesos.

La razón por la que López Obrador criticó la construcción del aeropuerto de Texcoco todos la conocemos: la corrupción. Soy de las que cree que AMLO tiene razón: que el NAIM es un ícono de ese flagelo. Pero difiero que para combatir la corrupción tengan que tirarse a la basura no sólo las inversiones, sino los estudios de instituciones que validaron el proyecto. La salida era más sencilla y hubiera generado creo yo, más aplausos: por ejemplo, revisar todos los contratos, y castigar el desvío de recursos, las comisiones a funcionarios y los sobreprecios; hacer nuevas convocatorias a empresas mexicanas para que, a precios razonables, realicen las obras que faltan, y lo más importante: expropiarle a Peña Nieto y a sus colaboradores, todos los terrenos de los alrededores de Texcoco que ellos compraron ventajosamente al saber que el aeropuerto se iba a construir en esa zona.

AMLO manda un mensaje a sus electores: los empresarios ya no mandan. Sigo pensando, mientras veo con preocupación el silencio que lo rodea, que lo que necesita López Obrador son opciones. Que un político genuinamente preocupado por la pobreza, no puede destruir un país, y que el nuevo régimen no significa destruir todo el pasado, sino usarlo de plataforma para avanzar más en la justicia y en el desarrollo, sin corrupción y sin impunidad.