Gdansk.- Cuando vi al piloto de la avioneta matrícula XB-4T, coronada su cabeza con una gorra de Tribilín -con todo y sus orejotas- pensé en voz alta: “En la madre, me van a recoger con pala”. Y como lo pensé tan fuerte, él me oyó y sonriendo en forma displicente, dijo con voz profesionalmente engolada: “Bienvenido a bordo” y luego -en tono de broma- su respectiva traducción al inglés.

Les platico:

Aquella mañana fui el primero en llegar al lugar exacto del Aeropuerto Del Norte donde fuimos citados. Cuando los instructores llegaron, nos dijeron: “Espérenos tantito, algo nos están diciendo los de la Torre de Control. Ahorita les decimos qué onda”.

Cuando regresaron ya éramos ocho los aventados que esperábamos entre ansiosos y nerviosos por lo que hasta habíamos pagado.

El más “equipado” de los instructores se fue directo al grano: “Como hay maniobras militares en la Séptima Zona de aquí al lado, no nos dejan saltar, así que vámonos a Terán. Ahí podremos hacerlo sin problema”.

Y en caravana, ahí vamos todos siguiendo a la camioneta con placas de Jalisco que se enfiló en la ruta hacia la meritita zona naranjera de Nuevo León, que se ha puesto de moda porque resulta que en ese pueblo tiene su rancho la Secretaria de Gobernación.

Apenas llegamos al “hangar”, por más que buscaba no encontraba la pista desde la cual despegaría la avioneta.

Lo que sí ví fue a la avioneta, perdida entre los matorrales y chaparros que rodeaban una brecha -eso era, una vil brecha- de no más de un kilómetro de largo. A mí me pareció que medía como 200 metros, pero el capitán Tribilín juraba que era de un kilómetro… o más.

“Ahí tienen”, nos dijo cuando los ocho ya estábamos alrededor suyo, “le pedimos al capitán que volara para acá porque ya vieron, no nos dejaron saltar en el aeropuerto”.

El capitán estaba dentro de la aeronave, no lo vi que se bajara ni un momento y el instructor comenzó por preguntarnos quiénes querían ser los primeros.

Al oír eso, la fila de ocho se volvió cinco porque tres se replegaron como para pensarlo una vez más antes de seguir adelante.

No sé si fue por la gorra de Tribilín del capitán o por lo corto de la pista o por la facha de la aeronave, el caso es que sin pedir un paso al frente a los valientes, quedamos cinco a mero adelante, nomás porque tres se hicieron como cien pasos para atrás y hasta se voltearon para otro lado.

Y como no queriendo la cosa, aprovechando que entre los otros cuatro sobrevivientes había dos damas, caballerosamente cedí mi lugar a ellas con sus respectivos chambelanes, que me echaron unas miradas de pistola que de haber estado cargadas, me asesinan a mansalva ahí mismo.

Entonces, no les quedó más remedio que treparse en los dos primeros vuelos, que me sirvieron de observación para ver cómo se desarrollaba el asunto.

Me tranquilicé un poco cuando vi a los dos primeros saltar con sus respectivos instructores pegados a sus espaldas cual siameses antes de ser separados quirúrgicamente.

Muy ufano, el instructor había trazado como a 100 metros de la “pista” un círculo con cal, como de 10 metros de diámetro.

La primera paracaidista cayó como a un kilómetro del círculo y el segundo como a uno y medio, pero a la distancia vi que se levantaban sanos y salvos, a lo lejos se veían medio madreados, sobre todo el chambelán, porque la dama -cuando la tuve ya más cerca- traía cara como de que quería otro brinco. Casi piden un Uber para volver al “hangar” donde los esperábamos.

Cuando el siguiente vuelo despegó me di cuenta de que el segundo instructor era en realidad el chalán del primero.

Dicho segundo, apenas aterrizaron los dos primeros, se dio a la minuciosa tarea de volver a empaquetar los paracaídas, extendiéndolos parsimoniosamente en una “delicada cama” de tierra, cascajo y espinas, que me hicieron temer por la vida de la tercera y el cuarto valientes.

Para ese entonces yo ya había pintado mentalmente mi raya. “Ni madres que me tiro con estos salvajes”, me dije, “no le hace que pierda la lana que me cobraron”.

Algo de mi espíritu aventurero me hizo no treparme al carro y largarme de ahí en estampida y fue así que pude ver cómo la tercera y el cuarto literalmente arrojados, aterrizaron casi en las mismas coordenadas de la segunda y el primero.

Cuando el chalán del instructor doblaba los dos paracaídas -en la misma cama pero un poco más tersa porque no vi ahora las espinas de antes- se acercó el principal y me dijo: “Uno tiene que estar muy bien con el que dobla nuestros paracaídas porque si no, sucede lo mismo que cuando alguien se pelea con el cocinero. Si él quiere te puede envenenar si algo le hiciste y si nomás le caes gordo, no te libras de un buen escupitajo en la sopa”.

“Santa madre del dios de Spinoza”, pensé y casi oí a la irreverente de mi Gaby: “Lárgate de ahí, zopenco, te van a hacer caca; fuchi, guácala”.

El asunto es que no me largué. Quizá los genes de mis ancestros que literalmente se volvieron cenizas en los hornos del campo de exterminio nazi de Stutthof -34 kilómetros al este de Gdansk- hicieron que me quedara, esperando mi turno para ser el quinto tripulante en solitario del capitán Tribilín, porque para ese entonces, los otros tres desertores seguramente ya estaban comprando costales de naranjas en Allende o almorzando en El Cercado.

 

CAJÓN DE SASTRE

Por lo pronto, estoy en camino a Gdansk para reencontrarme con la memoria -o lo que encuentre- de mis antepasados y si quieren saber cómo me fue al saltar desde 4,000 metros de altitud, los espero mañana aquí, en éste mismo espacio…

placido.garza@gmail.com

PLÁCIDO GARZA. Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “SIP, Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Desarrolló la primera plataforma BigData de México, para procesar y analizar altísimos volúmenes de datos en segundos. Miembro de los Consejos de Administración de varias corporaciones transnacionales. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países, que es utilizada para tomar decisiones y convertirla en inteligencia. Escribe diariamente su columna “IRREVERENTE” para prensa y TV en más de 50 medios nacionales y extranjeros. Maestro en el Tecnológico de Monterrey, la U-ERRE y universidades de Estados Unidos. Como montañista, ha conquistado las cumbres más altas de América.