Rumbo a Gdansk.- Así decía mi abuela la financiera cuando apenas iba en el puchero y me cortaba el llanto de un madrazo. Eso era cuando niño, porque las condiciones de su aplicación cambiaron conforme fui acumulándole años a mi existencia.

Les platico: Entre las cosas que le faltaron a MALO en sus infancias, pubertades y adolescencias fue una abuela como la mía, que lo educara a no andar llorando antes de que le pegaran y menos aún, a echarle la culpa a otros de antes por lo que él no hacía o hacía mal en el presente.

Un día que sentí que tenía ya los años suficientes para disentir sobre lo que me decía, lo primero que me dijo fue: “A ver, ¿me vas a decir antes de seguirle, de dónde sacaste esa palabra ´disentir’? porque si uno repite nomás como loro lo que oye y no sabe lo que dice, es mejor que se quede callado o diga de dónde sacó eso”.

Después de que le cité las fuentes del nuevo vocablo en mi incipiente arsenal lingüístico, pasé a preguntarle qué de malo había en que culpara a otros de mis actos, siendo que yo estaba convencido de que me faltaba vida y a los otros les sobraba, como para justificar con el pasado, lo que en mi presente no podía resolver.

Y su respuesta tajante fue: “Si te vas a pasar la vida culpando a otros de tus errores e incapacidades, eres un ser del pasado que no tiene presente y menos futuro”.

Cuando le “demostraba” que mis metidas de pata se debían a que el otro que estaba antes en mi lugar me había dejado un desmadre, ella me fulminaba con la mirada diciéndome que entonces de qué servía que me anduviera muriendo y matando a otros por ocupar la posición que finalmente tenía.

“¿Acaso no querías estar donde ahora estás? ¿Qué se puede esperar de ti si para todo culpas al de atrás o al de antes? ¿No será que no estás capacitado? ¿No será que te falta tamaño para ocupar el lugar que tienes?”.

“Se necesita valor para querer ocupar un lugar como el que ahora tienes, pero se necesita algo más que eso: honorabilidad, valentía, honradez, altura de miras y coraje para reconocer que no estás preparado para ello y si es así, hacerte a un lado para que otros mejor dotados que tú le entren al toro”.

“Siempre te hará bien estar seguro de que si les ganaste la carrera a otros, entre esos otros y muchos más, hay quienes las pueden, las levantan, saben y son más capaces que tú”.

“Si actúas con eso en mente, te verás humilde y no arrogante; centrado y no desviado; congruente y no divagante; derecho y no chueco; claro y no confuso; civilizado y no cavernario; abierto y no cerrado; transparente y no turbio; directo y no esquivo; profundo y no superficial; inteligente y no bobo; magnánimo y no tirano; sustentado y no infundado; esbelto en tu lenguaje y no obeso en lo que dices; cierto y no falso; certero y no fallido; seguro y no errático; decisivo y no consultivo; bien amarrado y no desatado; libre de tu pasado y el de otros y no esclavo de lo mismo; racional y no emocional; de una pieza y no fragmentado; atento y no distraído”.

Y esa lección de vida la remataba diciéndome lo que tantas veces le oí citando a mi abuelo el ferrocarrilero que se murió en las vías del tren vestido todo de blanco, como siempre vestía: “Recuerda que se muere rápido, quien se mueve lento”.

A mi abuelo el ferrocarrilero nunca lo conocí. Se murió cuando yo todavía no existía ni en las promesas amatorias de mis papás.

Pero conocí lo que escribía porque en su legado había un montonal de cartas que le mandaba a mi abuela cuando le tocaba irse al “otro lado” para revisar allá las cargas del carbón de las minas que transportaba su ferrocarril.

Era alemán por parte de madre y padre -como dicen los españoles- pero su papá -mi bisabuelo- englanizó su apellido teutón y el Heron lo convirtió en Garza, para que no lo encontraran los que lo andaban buscando desde que salió del puerto de Gdansk, en Polonia.

Mi bisabuela -testaruda como ella era- nunca quiso hacer lo que su marido y mantuvo su apellido de cuna hasta que se murió: Heimann.

Los dos judíos que se volvieron cristianos -como dice mi abuela que decían- por pura conveniencia, para ser arropados por las comunidades libanesas de principios de siglo en la frontera méxico-estadounidense.

Pues bien, en una de esas cartas que mi abuela atesoraba de mi abuelo, leí algo que a casi un siglo de distancia podría aplicarse rete bien a lo que ahora está ocurriendo en México:

“Me tocó un día formar parte de un gobierno provincial en el puerto polaco donde pasé mi adolescencia. El alcalde que había ganado las elecciones, dedicó la mitad de su vida a luchar por ese puesto y cuando finalmente lo alcanzó, de tan rápido que fue todo aquello, apenas tuvo tiempo de armar un equipo de colaboradores improvisados. Uno de esos improvisados era yo, lo digo con toda humildad”.

“Cuando aún no cumplía seis meses en el puesto, encontró un filón de oro para justificar todos los errores que su alcaldía cometía: Comenzó a culpar al anterior alcalde de todo lo malo que sucedía en ese pueblo”.

“Y lo grave del asunto fue que la mayoría de la gente se lo creía, porque para eso lo habían elegido, para creer en él.

Pero llegó el día en que los menos improvisados de su equipo comenzaron a hacerle ver que si así seguían -culpando a los de atrás y a los de antes por lo que no eran capaces de hacer los que hoy estaban- se les acabarían los 4 años del mandato para el que habían sido electos”.

“Y sucedió lo impensable: El alcalde aquél tuvo un fulgor de entendimiento; convocó a sus colaboradores y les dijo, sin consultarlos, que estaba listo para dimitir al cargo y lo haría tan público como públicas habían sido las elecciones de donde había salido el puesto que ocupaba”.

“Algunos trataron de disuadirlo, pero fue tan firme y determinada su decisión, que así lo hizo y cuando apenas se cumplía un año de su período, renunció y les dejó a sus electores la prerrogativa de nombrar a otro más capaz que él”.

Esa carta que leí de mi abuelo terminaba con ésta frase, digna de un epitafio político para cualquiera de los que hoy gobiernan a éste vapuleado México: “Ni lamentos ni quejidos ni lloriqueos ni pujidos, porque si uno solo de esos tienes, no mereces estar en donde estás”.

CAJÓN DE SASTRE

“A ti te lo digo, mijo, entiéndelo tú mi nuera”, remata la irreverente de mi Gaby.

placido.garza@gmail.com

PLÁCIDO GARZA. Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “SIP, Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Desarrolló la primera plataforma BigData de México, para procesar y analizar altísimos volúmenes de datos en segundos. Miembro de los Consejos de Administración de varias corporaciones transnacionales. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países, que es utilizada para tomar decisiones y convertirla en inteligencia. Escribe diariamente su columna “IRREVERENTE” para prensa y TV en más de 50 medios nacionales y extranjeros. Maestro en el Tecnológico de Monterrey, la U-ERRE y universidades de Estados Unidos. Como montañista, ha conquistado las cumbres más altas de América.