Alberto Amador es una especie rara en el ambiente contemporáneo de la política. No proviene de una familia de abolengo con resonancias en el porfiriato. No hay en su genealogía próceres de la Revolución. No hace ostentación de doctorados en el extranjero, no se ampara en camarillas, y que se sepa, no ha abjurado de su origen de pueblo indiano.

Es, eso sí, de los pocos profesionales de la política nacional que han sobrevivido a la poda neoliberal emprendida a partir de los años ochenta y que, aún hoy, se mantiene vigente en áreas vitales de la administración pública, como la Secretaría de Hacienda y el Banco de México, por citar sólo dos instituciones de renombre.

El arribo de los neoliberales a los puestos más altos de gobierno se justifica bajo el argumento de que gobernar y administrar requieren de determinadas habilidades técnicas de sus ejecutores, que solamente se aprenden en universidades del extranjero.

La fuente del saber neoliberal-financiero tiene marca de origen metropolitano. Como en su momento la tuvieron las reformas impuestas en el virreinato por la casa Borbón, y que desembocaron en la primera revolución política de México.

No se olvide que la disputa entre peninsulares y criollos se agudizó por el acceso a los puestos de mando. Como de nuevo (ya nación) se agudizaron en los años ochenta del pasado siglo, hasta desembocar en la primera gran escisión del partido único (PRI), con Carlos Salinas, del lado neoliberal, y Cuauhtémoc Cárdenas en el extremo nacionalista.

La revolución de las urnas desembocó primero en la derrota de la mayoría priista en la Cámara de Diputados (1997), empujó la alternancia de partido en la presidencia de la República a la derecha (2000); facilitó el retorno del viejo partido una década después (2012), y finalmente favoreció el triunfo de otro, recargado a la izquierda (2018).

Desde esa perspectiva ideológico-discriminatoria (porque eso es), gobernador y administrar el patrimonio nacional se ha tornado una actividad reservada a una casta de expertos, en general economistas ortodoxos. Los mentados tecnócratas.

Se trató y trata de un movimiento histórico perversamente discriminatorio, envuelto en un prurito técnico. El presidente López Obrador se ha referido al tema una y otra vez.

Primer corolario. Con el arribo de los neoliberales al poder triunfó la democracia, la democracia electoral, con todos sus asegunes, hasta volverse moneda corriente; triunfaron las camarillas de la politiquería diseminadas en los partidos políticos.

Pero no triunfo la justicia y la prosperidad sociales. A lo mucho se visibilizó el horror de las brechas de desigualdad y pobreza. Amén de revelarse un gobierno depredador de todo lo que toca, en particular de los recursos naturales, incluso con daños irreversibles. El neoliberalismo tecnocrático no trajo paz; la exacerbó.

Tampoco crecimiento económico, y sin crecimiento económico no hay desarrollo. Entre 1987 y 2017, el crecimiento promedio fue de 2.4%. La estabilidad política no se tradujo en un bien público. Pues se registró un levantamiento armado y un candidato presidencial fue públicamente acribillado de un balazo en la cabeza.

En paralelo los pueblos indios se revelaron y revelaron las condiciones inicuas que les reserva el estado nacional mexicano.

Hasta aquí no se ha dicho que como doctrina el neoliberalismo sea perjudicial. Hemos argumentado que bajo ese rótulo se aloja una férrea jerarquía social que discrimina. Veladamente impide a buena parte de la población el acceso a puestos de elección y de designación.

Con la tecnocracia las políticas de gobierno no se han traducido en acciones ejemplares de eficiencia y honradez. En una de sus primeras declaraciones como titular de Hacienda, Arturo Herrera, reconoció que el principal reto del nuevo gobierno es el nulo crecimiento. Sus declaraciones son de principios de enero. Antes de que se supiera del Coronavirus-19.

Amador, nuestro personaje, es ingeniero, egresado del Poli. La escuela superior del cardenismo ideada para hijos de trabajadores del campo y la ciudad. Como sobreviviente al desmonte tecnocrático, ha buscado el exilio ya en el Congreso, ya en puestos administrativos discretos en las entidades, ya en las consultorías.

Ahora lo tenemos de vuelta en el escenario político en condiciones menos desfavorables. Siempre distante de las camarillas. Y siempre lector de los grandes clásicos de la política.

Regresa con un libro-diagnóstico, desde la perspectiva de la complejidad, el método ideada por Edgar Morín; en México seguido entre otros por Víctor Manuel Toledo.

Indaga acerca de las condiciones ambientales, sociales, políticas y étnicas, extendidas en un territorio dilatado, plural, rico y contradictorio, vivo, que es su pasión. La pasión de su vida. Una pasión ecuménica. La Sierra Norte de Puebla.

Chayo News. El rio Atoyac que cruza la ciudad de Puebla se ha convertido en una fuente privilegiada para la corrupción de políticos y grupos de la sacrosanta sociedad civil.

La Auditoría Superior del Estado detectó una factura por una obra inexistente por un costo de 300 millones de pesos. Sí, una factura falsa por 300 millones de pesos. El concepto, labores de desazolve (dragar) del río. Advertidos los responsables de la inexistencia de la obra, respondieron muy orondos que, buenos, con las lluvias se había vuelto a azolvar.

No satisfechos con los 300 millones de pesos, cobraron una nueva factura. Por 400 mil pesos, ésta por deshierbe del área. Casualmente, también la yerba se reprodujo.

Hasta donde se ve, Francisco Romero Serrano, va en serio en contra de las factureras, pero sobre todo de quienes se valen de ellas para hurtar del erario.