La presencia del presidente Andrés Manuel López Obrador en la Sierra Norte de Puebla, entre indígenas otomíes y nahuas del municipio de Pahuatlán, se convirtió en el principal catalizador político del movimiento indígena.

Hay que decir en este punto que no llegaron al encuentro, tal vez porque no se sintieron parte, o porque de manera deliberada fueron excluidos por los organizadores, o porque políticamente son prescindibles.

La composición étnica de la Sierra Norte está integrada por cuatro pueblos de origen indígena, más el mestizo. El encuentro se anunció con los primeros, particularmente con autoridades.

Frente a todos los pronósticos, el presidente no consultó a mano alzada sobre el gasoducto, como se temió, e hizo creer un grupo del movimiento indígena contestatario.

En el instante en que la audiencia perdió la respiración en espera de la noticia infausta, AMLO mudó de un extremo a otro, miró al gobernador y alcaldesa, relajó la de por sí relajada mandíbula, y, dueño de la asamblea, esbozó una sonrisa.

Entonces pronunció las palabras mágicas. El gasoducto (motivo de discordia y reclamos) no tocará el cerro sagrado de la nación otomí.

Las mantas de protesta, enhiestas en lo alto, sucumbieron. Como sucumbieron intereses creados al amparo de atizar el enojo ajeno.

Vino entones el disparadero de las redes sociales con el dato, que en el acto fundó un precedente histórico inobjetable.

El compromiso público del presidente de la República de proteger y conservar sitios sagrados indígena frente a los proyectos modernizadores.

II

En términos estrictos, el trazo del gasoducto, motivo de la disputa acalorada ya de varios años, no toca el Cerro Sagrado ni los manantiales.

Lo digo porque los días 24, 25 y 26 de diciembre, un grupo de antropólogos y arqueólogos participamos en la ceremonia de “Bendición de la Semilla”, en San Pablito.

Es muy posible que se trate te de la fiesta más importante en el calendario ritual de ese pueblo.

Invitados por Los Principales, bailamos y bebimos toda la noche del martes en el Adoratorio, atrás de la presidencia.

El miércoles, en procesión, visitamos un par de manantiales devorados por el crecimiento urbano.

El jueves, declarado día principal, subimos en procesión al Cerro, encabezados por Los Principales (en su mayoría curanderos).

En el trayectoria, a partir de “Donde ya no llega la gente”, paramos en tres manantiales localizados a relativa distancia entre ellos.

En cada cual se realizaron ceremonias con la participación de flores, música, alimentos, cantos, plegarias y el poder purificar del copal.

En la Puerta del Cerro, dos macizos árboles que se pierden arriba en las nubes de neblina, para conjurar eventuales acechos, se realiza una breve ceremonia en la que se solicita permiso de cruzar.

Debo decir que en cada punto, y en cada momento, unos y otros, a unos y otros de Los Principales, preguntamos por “los tubos del gasoducto”.

Debo decir que la respuesta, de unos y otros, en todo momento, siempre fue la misma: que no cruzan por ahí.

Todos, indistintamente, señalaron con el dedo las laderas del cerro de enfrente que, hasta donde se sabe, no tiene la densidad cultural y el carácter sagrado de éste.

Salvo claro que estemos hablando de cerros y pueblos diferentes. Pero mucho me temo que no.

III

El resto de la visita presidencial no tienen ninguna importancia, que no sea la politiquería local de costumbre, la que indistintamente tiene al dinero de por medio.

Se trata de los eternos perdedores, que no acaban de superar derrotas de décadas atrás.

Los que a toca costa buscan sacar dinero, ya sea de manera personal o mediante impostores, bajo el engaño de que mueven gente.

En algún momento del transcurso de la ceremonia, las cosas se tornaron tan bochornosas que el propio gobernador se vio en la penosa necesidad de intervenir y callar la bulla.

Como él mismo dejó entrever, en democracia se gana y se pierde, y en su condición de gobernador su obligación es trabajar con todos. Sean del partido que sean.

Incluso se dijo seguro de que el presidente era del mismo parecer.

Dos día antes de la visita, con motivo de la reunión preparatoria entre autoridades, para convenir sobre la lista de peticiones, amenazaron con abuchear a la alcaldesa sino consentía a sus caprichos.

En su estilo franco, respondió que estaban en su derecho de hacer lo que quisieran. Para entonces las avanzadas federal y estatal ya habían tomado nota.

Al final del día, lo único que consiguieron fue que la nación otomí no brillara en su justo esplendor artístico, y pasara a segundo término frente a los nahuas.

Incluso perdió el foco de atención. Se lo llevaron los otros y ahí mismo se construyó un liderazgo contrario.

Al cabo, a nivel local, de pueblo, y sin proponérselo, porque no era ese el fin, quien se llevó las palmas fue la alcaldesa municipal.

Tan fue así que fue distinguida por el propio gobernador.

Chayo News. La verdad, ya esperaba mucho más de los liderazgos políticos otomíes. Por ejemplo, que aprovecharan la presencia de los ejecutivos federal y estatal para hacer un planteamiento debidamente justificado para convertirse en el municipio 220, como ocurre con San Miguel Canoa. Pero optaron por la mezquindad de los intereses personales y de grupo.

Quien se haya acercado a la literatura antropológica reciente habrá notado que hay coincidencia entre especialistas en señalar que son los partidos políticos y las sectas religiosas protestantes, las que están pulverizando la unidad cultural y política de la comunidad. San Pablito no es la excepción.